Necesito echarle imaginación a mi vida. No puedo perder la capacidad de soñar porque es preciso seguir contando con mundos nuevos en los que las cosas sean diferentes y yo pertenezca al bando de los que se ríen. Por eso hoy toca una cueva tras una cascada, porque si no me evado de la realidad me voy a volver loco.
La verdad es que yo no puedo afrontar todo esto cara a cara, es una ilusión en la que creí que podría instalarme pero que, poco a poco, se va desvaneciendo, se va desvelando como irreal y falsa, se va convirtiendo en una enorme mentira que me dice que nada de esto es como parece y que jamás fue posible convivir como si nada con mi verdad. Necesito drogas para seguir vivo y necesito que me cuiden casi las 24 horas del día. No soy yo en ninguno de los significados de la palabra yo. No me reconozco, no me gusto y hasta estoy dejando de quererme. Soy un ser enfermo que además parece que lo es. En estas condiciones todo se torna mucho más gris, más cuesta arriba y más caótico.
Lo que queda de mí es una proyección, una ilusión fruto del esfuerzo que hago cada día por permanecer cuerdo y sereno. Es como fingir pero sin dobles intenciones. Lo hago, simplemente, para mantener la moral en la tropa, para que no nos vengamos todos abajo y esto se convierta en un llanto incontrolable de principio a fin. Un ejército en estado de llanto no conviene a una guerra tan seria como esta. Yo no puedo llorar porque me duele mucho, así que debo tener un millón de horas de llanto contenido agazapadas tras mis lagrimales, esperando algún descuido a ver si encuentran el modo de hacer que rompa a llorar y ser, por fin, libres como les habían prometido.
Y mientras tanto sueño con esas cuevas tras una cascada, imagino qué habrá ahí detrás y me pregunto cuándo podré ir a visitarlas. Seguramente a esto se refieren cuando dicen que la muerte es liberadora. Estando sano no lo entiendes, pero ahora sí. No solo lo entiendes sino que lo compartes y hasta lo deseas porque estás cansado y el cansancio es agotador. Yo no sé cómo hacen los que me rodean, me quieren y me cuidan por mantener la compostura. Debe ser el amor porque es lo único que parece mantener a flote todo este enorme barco que naufraga irremediablemente, hecho pedazos, en el ambiguo mar del silencio y la quietud.
Un mar que seguramente no volveré a ver nunca más.