Revista Cultura y Ocio

El mar indemostrable - Ce Santiago

Publicado el 30 mayo 2022 por Elpajaroverde

Y quién puede demostrar el mar. Quién puede demostrar lo inconmensurable, lo inabarcable. Quién podría explicar "una verdad y una realidad no superiores sino inferiores, no de las alturas sino de lo profundo". Quién podría alcanzar esa profundidad y volver igual. Es más, quién podría soportar regresar igual. Y es que quién puede contar el mar. Quién puede expresar todas las frustraciones y deseos que en él depositamos. Quién demostrar su existencia si todo lo que le suponemos es nuestro. Quién podría, pues, demostrar la nada más absoluta, esa nada que llevamos dentro y que nos llena de vacío.

"[...] además, todo esto es algo de lo que el mar no sabe nada, porque el mar, por más que lo repitan, ni arrebata ni reclama nada, salvo eso que le pidamos, salvo eso que depongamos. [...] El mar no es más que los reflejos sin significado, sin sentido, que creemos que somos".

"Pero si uno ansía en secreto la muerte del agua, ¿qué clase de vida la antecede?, ¿el rabioso y ciego intento por negar, por ahuyentar, la asunción de que el mar no es sino un reflejo de sí mismo, de que es sí mismo ya perdido, ya ahogado en la corriente de su propio presente, en un pensamiento al arrastre, manteniendo a frágil flote la obra muerta que es?, ¿qué clase de vida es esta?, ¿qué clase de hombre la vive?

Luego es verdad, estar sin estar es el mar".

El mar indemostrable - Ce Santiago

Hay un hombre. Hay un chico. Hay una mujer. Y no importa el nombre de ese hombre, de ese chico y de esa mujer porque hay muchos hombres, muchos chicos, muchas mujeres. Pero está ese hombre, ese chico, esa mujer.

Hay un hombre que intimida al chico con sus monsergas y ademanes. Es un hombre capaz de encontrar el mar en un vaso con coca cola, tres cubitos de hielo y dos dedos de whisky y que "bebe igual que beben los peces: no por sed sino por respirar" porque "nada sino la muerte aguarda a cuanto salga del mar". Un hombre que exhala exabruptos en un monólogo de frases atropelladas e interminables.

Hay de nuevo ese hombre y otro hombre más. Son hombres de mar. Son las dos caras de una moneda: el que no puede vivir sin el mar y el que para vivir se hizo a la mar. Dos hombres condenados por esa moneda que es el mar. Dos hombres, por tanto, condenados por la nada o condenados por el todo que ellos presuponen al mar. Y está su diálogo atropellado y confuso. Y está lo que se escucha de ese diálogo pero también lo que queda sepultado bajo la réplica superpuesta.

Está otra vez el hombre y el chico temeroso. Un chico que observa, calla y obedece. Un chico que tal vez odie a la vez que es incapaz de resistir la atracción hacia quien le provoca ese odio. Esto no lo sé, se me acaba de ocurrir porque lo que sí sé es que los imanes repelen y atraen con la misma intensidad. En todo caso es un chico que tendrá sus propios anhelos porque ese chico algún día será hombre. Y con el hombre y el chico está esta vez la mujer. Una mujer que no hace más "que estar, que esperar, que estar, que esperar, que estar, que esperar, que estar, que esperar. Simple ahí. En aguas bajas". Una mujer que si tuviera que explicar cómo llego a ese estado de estar y esperar tal vez diría algo así como que "cierto día encaras un cúmulo de ciertos días que equivalen a la asunción de que moverse es lo mismo que ir a ninguna parte, y que eso es peor que, al menos, estar en algún lugar. Y a eso se reduce todo. A estar. Simplemente. A nada más". Mujer varada en tierra como el hombre, sin ser consciente, está varado en el mar.

Está la filosofía del mar. Sí, existe una filosofía del mar. Hay que mirarlo a la cara para conocerla. Hay que mirarse a la cara.

Y otra vez el hombre, el chico y la mujer. Están en tierra. La tierra es un mundo separado por la orilla de ese otro mundo que es el mar. Dos mundos separados, como el mundo de la vida y el mundo de la muerte. Dos mundos que son solo uno, "como si la muerte fuese algo distinto a vida que reclama vida".

Y está este libro, que es todo esto que os he contado y mucho más. Y está el traductor Ce Santiago, que firma esta su primera novela. Y hay una trama muy sencilla, tan sencilla que en unas pocas frases se podría contar. Y están esas vidas condensadas en tan pocas frases que nos dejan desolados y enmudecidos con todo lo que esconden detrás.

"[...] y quizás lloraba, pero de ser el caso lloraba el llanto de la complejidad y en momentos así abrir la boca solo complicaba aún más lo complicado, no sabía de palabras simples con las que nombrar lo complejo, y amansarlo, sí del peso de la inutilidad de las suyas, un codo en el hombro, de la certeza de su invalidez, de que hablar no hacía más que evidenciar de una manera vergonzante su incapacidad, su estupidez, su gilipollez, lo desazonaban, e igual que en una autopista los faros paralizan al conejo aquella desazón lo paralizaba, pues para el chaparrón de la desazón no le habían mostrado otro refugio que encomendarse al silencio y la inacción, y qué sentido tiene fingir que se tiende un puente por encima de lo insalvable, el océano, cuando ni siquiera la sencillez del tacto lo es".

Y está esta lectura indemostrable. No la puedo explicar ni la puedo expresar. Para mí es una simbiosis entre el de Alessandro Baricco y de Nikos Kavadías pero con su propia identidad. Su trama, como digo, es tan sencilla que en esta novela casi todo es forma. Pero no estamos ante uno de esos casos en los que la forma se come el fondo, sino que, aquí, el fondo está precisamente en esa forma. Con pleno dominio de diferentes registros narrativos y del lenguaje, y creando potentes, desoladoras y poéticas imágenes, Ce Santiago aprueba con nota su primera incursión como escritor en el panorama narrativo y consigue trasmitirnos lo inconmensurable, lo inabarcable y el vacío de esas vidas que se pueden contar en unas pocas frases pero que en realidad no hay frase que las cuente.

El mar indemostrable me huele a algas en descomposición. Para mí es un mar en noche cerrada: cielo negro, superficie de mar negra, fondo marino negro. Es un fondo oscuro y viscoso al que, figurativamente, encomendamos demasiadas cosas (triste ocupación encomendarse al dios de la nada). Pero es un fondo que, en realidad, sabemos vacío y para el arrastre, como sabe el marino que se echa a la mar que no por más veces que sumerja las redes va a sacar más pescado, pues, "en cierto modo, el arrastre -y no solo el arrastre, sino todo arte de pesca- se parece a cierta dinámica mental y a los comportamientos que la acompañan, pues toda obsesión va al arrastre en su propio océano mental, arrasando el fondo, arando el lecho, capturando sin hacer distinciones hasta esquilmar. El pensamiento al arrastre, la mente en el mar, no tiene recuerdos sino sedimentos, como los que deja el mar al retirarse; nunca desembarca sino que vara, y, de hacerlo, la marea alta siempre lo devolverá mar adentro".

"[...] y su madre vaciará las bolsas blancas con pescado fresco en el fregadero y le echará un vistazo, al pescado, y cuando su madre no mire el chico tocará los ojos del pescado con la punta de la punta de un dedo, y se preguntará si tocar los ojos de un pez fuera del agua se parece a tocar los ojos de un muerto".

Editorial: La navaja suiza

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