Hace unos días, recuperando un viejo CD que tenía en la guantera del coche, escuché por enésima vez una canción del gran guitarrista y compositor Raimundo Amador, que tiene una frase para mí, auténticamente genial: El mar no tiene memoria.
De forma automática, asocié dicha frase a nuestros principales enemigos en esta España, que seguimos denominando “democrática”.
Y la transposición era absolutamente obvia: Nuestros políticos no tienen memoria.
¿Cuántas veces, con ocasión de sus sempiternas campañas electorales, nos ofrecen, nos regalan el oído, con promesas que – de antemano – saben que no son sino una burda mentira, pero cuyo fin es obtener nuestro preciado voto?
¿Cuántas veces, justifican el incumplimiento de una promesa concreta,escrita y publicada, argumentando que ha sido “sacada de contexto” o “mal interpretada”?
¿Cuántas veces, emplean el consabido axioma de “dónde dije digo...ahora digo Diego”?
Y es, entonces, cuándo el ciudadano de buena fe, que una y otra vez, quiere creérles. Que, una y otra vez, les otorga una nueva oportunidad, para continuar justificando la sociedad a la que ellos representan, se derrumba y disuelve su alma, cómo azucarillo en aguardiente.
Y lo único, medianamente lógico, que se le ocurre ante tamaño descaro, ante tamaña desvergüenza, es definir una patología, que bautiza con una estudiada denominación: ! Alzheimer político !
Un Alzheimer muy peligroso, ya que no sólo afecta a una familia en concreto, con grave riesgo para la desestructuración de la misma, sino que implica y actúa sobre cientos de miles de ciudadanos, que -además-no pueden acudir a su médico de confianza, para que les asesore sobre las medidas básicas a tomar para paliar los daños colaterales de tan cruel enfermedad.
Ante un Mar que no tiene memoria, necesitamos Patrones que barajen las olas, el viento, la lluvia y las tempestades, para llevar nuestra nave (España) a un puerto seguro. Pero si, desgraciadamente, ante una mar encrespada, traicionera, peligrosa y turbulenta, ponemos al mando a un Capitán mediocre, cobarde, pusilánime y sin memoria, la singladura está abocada al naufragio.
Y lo triste, lo verdaderamente aterrador es que, los naúfragos no serán los cerca de 4.000 pasajeros del Costa Concordia en la Isla de Giglio, sino una nación de 40 millones de habitantes, que confiaron sus vidas, sus haciendas y sus esperanzas a un supuesto profesional que alardeaba de tener una dilatada experiencia en “mares embravecidos”.
Por eso, cuándo la costa se acerca peligrosamente y el buque se escora más allá de la estabilidad para la que fue construido, los ciudadanos no tenemos más que dos opciones:
Una, la más irracional: ¡¡¡ Sálvese quién pueda!!
Otra, la más expeditiva, pero sin duda, la más solidaria: Amotinarse, frente a un Capitán inepto y una tripulación inerme y tomar el mando de la nave.
Es la decisión que nos veremos obligados a tomar, cuándo nos enfrentamos a una Mar que no tiene memoria y a un Patrón que la perdió en un determinado momento de su carrera política.
¡¡¡ O terminaremos todos, en ataúdes de espuma !!!
Eduardo-Arturo Carmona Martínez