Revista América Latina

El Marti Que nos convoca

Publicado el 10 marzo 2014 por Fabricio @yosipuedochaco

A sus quince años ya José Martí había encarado al usurpador, al saludar el Grito del Demajagua con el apasionado soneto «Diez de Octubre», que circuló clandestino por La Habana; había definido en el editorial de "El Diablo Cojuelo", la disyuntiva cubana: «O Yara o Madrid», y publicado en "La Patria Libre" su poema «Abdala», en el que esboza el argumento central de su destino: «El amor, madre, a la patria, ⁄ No es el amor ridículo a la tierra, ⁄ Ni a la yerba que pisan nuestra plantas; ⁄ Es el odio invencible a quien la oprime, ⁄ Es el rencor eterno a quien la ataca;―» (Martí, 1995: 10, t. 18).
Condenado a seis años de trabajo forzado en la Cárcel Nacional de La Habana, agitó con orgullo las pesadas cadenas que lo igualaron en gloria a los mambises que se batían en la manigua. Así se lo hizo saber en el reverso de una foto que se tomó en el presidio a Fermín Valdés Domínguez: «Hermano de dolor, no mires nunca en mí al esclavo que cobarde llora; ve la imagen robusta de mi alma y la página bella de mi historia» (Rodríguez La O, 2000: 16-17).
Regresó al país tras un prolongado exilió, y el 18 de marzo de 1879, apenas seis meses después de su retorno, fue elegido subdelegado del Comité Revolucionario de La Habana, evidencia de que su prédica comenzaba a resaltar dentro del movimiento independentista. Pudo permanecer solo un año en la Isla, pues el 25 de septiembre fue detenido y enviado otra vez a España, donde luego de burlar la vigilancia cruzó a Francia en viaje de escala a Nueva York. Allí se incorporó al plan insurreccional que organizaba Calixto García. Martí pasó la prueba de fuego el 24 de enero de 1880, cuando pronunció un histórico discurso en el Steck Hall de Nueva York, que va a reflejar los rasgos esenciales de su conducta posterior durante la organización de la Guerra Necesaria. Contrario a su costumbre, lo llevó por escrito; pero al calor de la intervención puso a un lado el papel y habló durante dos horas ante un público heterogéneo que lo escuchó con una mezcla de sorpresa y entusiasmo.
Luego de arrancar una ovación al auditorio cuando reconoció el heroísmo derrochado en los campos de Cuba Libre durante la Guerra de los Diez Años y ponderar la actitud mantenida por la emigración en ese período, encaró el tema racial, que generaba destructivas contradicciones entre los revolucionarios cubanos. Víctimas del desprecio del anglosajón y de la disimulada discriminación de sus compatriotas blancos, en el fondo del teatro se agolpaban artesanos y tabaqueros humildes que lo escucharon conmovidos manifestar su confianza en los negros y mulatos. Martí hizo ver que en Estados Unidos los blancos de Cuba también eran humillados por la soberbia del norte sajón; allí todos eran un poco negros. La revolución tenía que ser obra de todos, democrática, hecha de «cordura y cólera, razón y hambre, honor y reflexión», y terminó con una frase que desde ese día corrió de boca en boca: «¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte y nacerá una serpiente de un huevo de águila!» (Mañach, 2001: 112-114).
El impacto fue tremendo. La masa quedó impresionada por aquel joven hasta entonces desconocido que los incluía a todos en su concepto de patria. Mas el discurso apenas constituyó el comienzo de un largo y espinoso trayecto en el que Martí evolucionó de combatiente independentista a líder antimperialista continental. Cabe preguntarse: ¿a qué se debió este cambio tan radical?
El progreso de la industria pesada, el descubrimiento de la energía eléctrica, la revolución de las comunicaciones, el barco a vapor y el ferrocarril impulsaron la globalización económica. Frente a esta oportunidad, y como estrategia de solución a la crisis que impactaba al país desde 1873, en Estados Unidos se intensificó el proceso de concentración de capitales. Los bancos desempeñaron un rol dominante como proveedores de los recursos monetarios demandados por la industria, lo que dio origen al capital financiero, que cobró cuerpo en formas monopolistas de organización empresarial. Surgieron los "trusts", los carteles y los consorcios bancarios, que lanzaron una cruzada simultánea para conquistar mercados internos y externos, fijar los precios y capitalizar las materias primas, estrategia que reactivó la expansión colonial. La industria pesada pasó a ser una necesidad política, pues la carrera armamentista que sobrevino al interés de dividir al mundo en zonas exclusivas de inversión, se convirtió en sector fundamental.
El militarismo posibilitó el advenimiento del imperialismo, expresión política del proceso de acumulación del capital en su pugna por nuevos dominios, pues los consorcios eligieron la guerra de conquista para reproducirse. Las cañoneras salidas de las fábricas del complejo militar industrial de Estados Unidos le permitieron desplegar la estrategia de Puerta Abierta, demandada por las corporaciones financieras en un país cuyo campo de expansión había sido geográficamente definido por la Doctrina Monroe.
Dos años de debate sobre la naturaleza de esta expansión culminaron con la aprobación de Ley de la Marina de 1883, que autorizó la construcción de cruceros de acero, entre ellos los primeros blindados: el Texas y el Maine.
Ese año Cuba se convirtió en víctima de esa política expansiva, luego de que Estados Unidos consumara su anexión económica: el Sugar Trust, que llegó a controlar el 98% de las refinerías estadounidenses, adquirió el monopolio de su azúcar; el consorcio naviero Ward Line, palanca de dominio del Sugar Trust, obtuvo el monopolio de su tráfico con los puertos estadounidenses del Atlántico, destino del 85% de las exportaciones cubanas y del 94% de sus ventas de azúcar crudo y mieles; mientras la Jaragua Iron Company compró los yacimientos de hierro en Oriente. Otro paso decisivo fue la aparición en noviembre de la New York Produce Exchange, bolsa de valores constituida por 222 entidades que cohesionaron intereses para dictar las reglas del comercio y fijar los precios del crudo cubano y el refino de Luisiana, entre otros productos, sobre los que especulaban con la adquisición a futuro.
De esta forma el azúcar cubana, que en la primera mitad del siglo invadió los puertos internacionales hasta regir el comercio mundial del dulce, se redujo a un solo mercado: Estados Unidos; a un solo comprador: el Sugar Trust; y a un solo transportista: la Ward Line.
Bajo el efecto de la crisis financiera, en 1884 muchos hacendados de la Isla —criollos y españoles— acudieron al capital estadounidense para salvarse de la ruina, lo que trajo consigo que comenzara a operarse un proceso de desnacionalización de la industria azucarera. Mientras esto acontecía en Cuba, en Estados Unidos el plan Gómez-Maceo fracasaba como consecuencia de la falta de unidad entre los revolucionarios y del trabajo desplegado por España con la eficaz colaboración de la Administración Cleveland.
Y cuando en política se cede un espacio, lo ocupa el adversario. El cisma entre el liderazgo del movimiento independentista en Cuba cedió espacio al pensamiento de la anexión y entre 1887-1888 rebrotó el debate en torno a este tema en periódicos de La Habana, Matanzas, Pinar del Río, Trinidad, Santa Clara y Sagua, sobre todo de corte autonomista; aunque debemos destacar que el balance fue desfavorable a los intereses norteños, pues como había publicado Juan Gualberto Gómez en Madrid, la anexión era la opción de los ricos y de las clases medias rendidas al capital financiero estadounidense, que constituían una cifra ínfima en la Isla.
Para entonces desde la prensa neoyorkina ya Martí cuestionaba el elevado nivel de corrupción política que prevalecía en Estados Unidos y la irrefrenable voracidad de sus consorcios. Así lo alertó el 2 de noviembre de 1888 cuando el republicano Benjamin Harrison se impuso en las elecciones presidenciales: «Vence Harrinson, el abogado del proteccionismo. Y detrás de Harrinson, dejando caer sobre sus adversarios arrollados la mirada amarilla de su ojo de marfil, vence Blaine. ¡Al poder los amigos de los ricos, y la política que los sigue enriqueciendo!». Más adelante subrayó:
…son republicanos todos los miembros de las «ligas» de fabricantes, que ahogan la competencia e imponen el precio forzoso de los productos; y los agiotistas, de que es cabeza Morton, el candidato millonario a la Vicepresidencia; y los ferrocarriles, que se están comiendo lo mejor de la tierra de los estados nuevos y tienen por abogado favorito en el Senado y los tribunales al «abuelo Benjamin», el candidato para Presidente. Ya es de los ferrocarriles y millonarios el Senado. Mucho de la Casa de Representantes es de ellos, bien por elección hecha con sus fondos, bien por compra parcial. Pues ahora a la silla presidencial, con un famoso especulador de la bolsa por Vicepresidente, y por ministro principal [se refiere al secretario de Estado James G. Blaine] al que, reconociendo que con la tarifa alta no pueden las industrias producir a precio de venta, ni los obreros tener el trabajo que exigen, halla natural y cómodo imponer sus precios inicuos a la casa ajena antes que mermar las ganancias de la minoría rica que abusa de su pueblo en la propia, y propone, so capa de americanismo y hermosuras internacionales, congresos de repúblicas de Hispanoamérica, al amor de la Casa Blanca, como ocasión de ajustar, por entusiasmo frívolo o por intimidación, tratados rapaces de comercio que equilibren el desarreglo mantenido para provecho de la oligarquía industrial del Norte, con los precios impuestos en los países mínimos de América a los productos yanquis de compra forzosa (Martí, 1995: 87-95, t. 12).
Por sus conocidas proyecciones expansionistas, la confirmación de James G. Blaine como nuevo secretario de Estado agudizó la polémica en torno al tema de la anexión, pues muchos creyeron que era inminente la incorporación de Cuba a Estados Unidos.
En respuesta a un artículo ofensivo, que había abordado el supuesto interés de Harrison en adquirir la Isla, el 25 de marzo de 1889 Martí publicó en el diario "The Evening Post" su artículo «Vindicación de Cuba», para definir tres puntos esenciales: los que pelearon en la guerra y aprendieron del destierro, los miles de emigrados que en Estados Unidos levantaron un hogar en el corazón de un pueblo hostil, los científicos, empresarios, profesionales, artistas e intelectuales con sobrado reconocimiento internacional, los obreros y artesanos que fueron capaces de fundar una ciudad en Cayo Hueso, no deseaban la anexión de Cuba: «No la necesitan»; en referencia al gobierno estadounidense, señaló que los cubanos merecían el respeto «de los que no nos ayudaron» cuando quisieron sacudir su infortunio. Y añadió para ser más claro: «Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Von Steuben, ni rivalidades del rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia»; la lucha no había cesado, la nueva generación era digna de sus padres, y si los esfuerzos revolucionarios se habían retrasado, se debía a la «…esperanza poco viril de los anexionistas de obtener libertad sin pagarla a su precio» o la justa preocupación «…de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera» (Martí, 1995: 236-237, t. 1).
Martí era cónsul en Nueva York de Paraguay y Uruguay, publicaba artículos en la prensa de Estados Unidos, México, Venezuela, Guatemala, Argentina y otras repúblicas latinoamericanas, y su relación con varios de los más importantes políticos, diplomáticos, artistas e intelectuales del hemisferio occidental, hacían que su figura hubiera cobrado carácter continental. Resulta obvio que su respuesta constituyó un duro golpe a los anexionistas; pero a su aguda visión no se le escapó el desafío que los revolucionarios tenían por delante. Desde entonces se consagró a tratar de compeler el reconocimiento público del gobierno estadounidense de que Cuba tenía el derecho y la capacidad para ser independiente.
Para este fin se propuso redactar una exposición para presentarla en la Primera Conferencia Internacional Americana que se iba a celebrar en Washington en 1889. La sabía peligrosa. Estados Unidos pretendía constituir una «comunidad» que le sirviera para arrastrar a Hispanoamérica hacia su rígido sistema proteccionista y de paso cerrar las puertas del continente al libre comercio con Europa, en especial con Gran Bretaña. El convite escondía el interés del capital financiero estadounidense de extender su dominio económico hacia los atractivos mercados de Sudamérica. No obstante, Martí consideró que podía servirle para conseguir la presión regional en favor de la independencia de Cuba.
Creyó poder contar con el cubano José Ignacio Rodríguez, que actuaría como secretario de la Conferencia. En la nueva contienda España no debía encontrar un aliado en Washington, y para ello tocaría todas las puertas necesarias. Pero Rodríguez tenía su propia agenda, y para contrarrestar el plan martiano ideó una maniobra dilatoria de conjunto con Ambrosio José González, viejo compañero de Narciso López, con popularidad en el sur e influyentes amigos en el Congreso debido a su participación en el bando confederado durante la Guerra de Secesión.
El propio Rodríguez redactó un proyecto de ley para autorizar al presidente Harrison a abrir negociaciones con España, «…a fin de inducir a dicho gobierno a que consienta en el establecimiento en la isla de Cuba de una república libre e independiente, a condición de que Cuba le pague una suma equivalente al valor de las propiedades del Estado […]». Posteriormente la «iniciativa» fue entregada al senador por La Florida Wilkinson Call, quien la presentó al Senado el 11 de diciembre de 1889. Indignado por la treta, poco después Martí le escribió a Gonzalo de Quesada:
La indemnización, ¿quién la habría de garantizar sino la única nación americana que puede hacerla efectiva? Y una vez en Cuba los Estados Unidos, ¿quién los saca de ella? Ni ¿por qué ha de quedar Cuba en América, como según este precedente quedaría, a manera –no del pueblo que es, propio y capaz–, sino como una nacionalidad artificial creada por razones estratégicas? Ese plan en sus resultados sería un modo directo de anexión. Y su simple presentación lo es […] (Portell, 1939: 62-65, t. III).
La preocupación no era infundada, pues Harrison había impulsado una estrategia de desarrollo de la Armada que incluía la fabricación de buques de guerra y la adquisición de bases navales capaces de sostener la flota estadounidense en aguas extranjeras.
En paralelo, el núcleo intelectual del capital financiero diseñó una estrategia de comunicación destinada a sembrar en la conciencia social, las bases ideológicas que sustentaban la nueva concepción geopolítica: la grandeza de la nación está ligada al poder naval. El crecimiento de la producción y la prosperidad demandan nuevos mercados, que solo podrían conquistarse mediante «…una vigorosa política exterior. Quiéranlo o no, los americanos tienen que empezar a mirar hacia afuera», definió el capitán de navío Alfred T. Mahan en "La influencia del poder naval en la historia (1660-1783)", un libro publicado en 1890 con gran impacto político (Foner, 1973: 383, t. II).
Como era de esperar la «iniciativa» Call devino rotundo fracaso, pero los anexionistas consiguieron su propósito: al conocer la eventual gestión que iniciaría Estados Unidos ante España, la Conferencia decidió no pronunciarse con carácter oficial sobre el tema Cuba para no entorpecer la mediación de la Casa Blanca. No obstante, Martí aprovechó su participación en el cónclave para enfrentar el proyecto de dominio estadounidense sobre Hispanoamérica, al tiempo que consiguió la comprensión de varios delegados latinoamericanos sobre el derecho de Cuba a ser independiente –entre los más importantes estaba Roque Sáenz Peña, a punto de ser nombrado canciller de Argentina, quien se comprometió a ayudarlo (González Patricio, 1998: 168).
Poco después utilizó la Conferencia Monetaria Internacional celebrada en Washington en 1891 para integrar las ideas que al respecto había estado expresando en sus artículos periodísticos, discursos, conferencias y cartas personales. Asistió en su condición de cónsul de Uruguay en Nueva York, a pesar de las trabas que intentó poner el Departamento de Estado a su participación, evidencia de que su vocación antimperialista se había convertido en un estorbo para Estados Unidos. Fue tan intensa la actividad que desplegó antes y durante la conferencia, que contribuyó a frustrar el proyecto de imponer la paridad entre el oro y la plata como respaldo del papel moneda, exigencia de los sectores estadounidenses que pretendían controlar con mecanismos financieros la inflación causada por las operaciones especulativas.
Consciente de su destino, el 12 de octubre de 1891 Martí renunció a su condición de cónsul en Nueva York de Argentina, Uruguay y Paraguay, para dedicarse por entero a la obra de la revolución.
Tras organizar el Partido Revolucionario Cubano, fundó "Patria", órgano de prensa encargado de liderar el combate ideológico. Luego envió un emisario a la Isla con dos mensajes importantes: el movimiento independentista tenía un carácter nacional y debían participar todas las clases sociales, incluidos los autonomistas interesados en sumarse a la revolución; debía evitarse el enfrentamiento innecesario contra el «anexionismo imposible», para que Estados Unidos no se negara a reconocer la beligerancia de los cubanos. Por el contrario, Martí se proponía ganar la simpatía estadounidense, «…sin la cual la independencia sería muy difícil de lograr y muy difícil de mantener» (Castellanos, 2009: 110).
Rolando González Patricio refiere que «Martí, conocedor del poder creciente de Estados Unidos, de su tradicional interés en poseer Cuba y de su política dirigida a impedir la independencia de la Isla, buscó evitar todo estímulo a la malevolencia norteamericana y encontró prudente aspirar a relaciones cordiales». Su estrategia estaba encaminada a conseguir, al menos, el respeto de Washington hacia las aspiraciones cubanas, al tiempo que movilizaba el respaldo moral del pueblo de esa nación. «La puesta en práctica de semejante estrategia fue valorada por Martí como un deber de conservación nacional» (González Patricio, 1998: 170).
Con un partido organizado, un delegado en Cuba: Juan Gualberto Gómez y Máximo Gómez como jefe militar del movimiento, en 1893 Martí viajó a Costa Rica para sumar al general Antonio Maceo. Invitado  por la Escuela de Derechode San José, el 7 de julio dictó una conferencia en la que convocó a Latinoamérica a incorporarse a una contienda que rebasaba las fronteras de Cuba.
El Apóstol se sabía en un escenario complejo, pues los gobiernos de la región habían estrechado las relaciones con Madrid. Tenía la convicción de que en el orden económico y en el político el régimen peninsular estaba carcomido, solo era cuestión de aunar voluntades y ordenar los esfuerzos para arrancarle la independencia y expulsar a su ejército de la mayor de las Antillas. No tenía la menor duda de que el desafío crucial que afrontaban los revolucionarios cubanos era evitar que, en la búsqueda del control del golfo de México y del istmo, Estados Unidos aprovechara para lanzarse sobre Cuba. Expulsadas España y Gran Bretaña de esta área geográfica estratégica, ya nadie estaría en capacidad de disputarle el control del Pacífico y el Atlántico a todo lo largo del Hemisferio Occidental.
Por estas razones concluyó que la guerra de independencia en la Isla tenía un carácter esencialmente antimperialista. Así lo alertó aquel día en San José durante su conferencia: Cuba y Puerto Rico resultan indispensables para «…la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el Continente, donde los vecinos de habla inglesa codician la llave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el Istmo y apretar luego con todo ese peso por el Sur. Si quiere libertad nuestra América, ayude a hacer libres a Cuba y Puerto Rico […]». Mientras hablaba, el Titán de Bronce asentía todo el tiempo (Mañach, 2001: 215-217).
Al año siguiente la Escuela Superior de Guerra de Estados Unidos, y más tarde las juntas especiales convocadas por el secretario de la Marina, comenzaron a evaluar la posibilidad de una guerra contra España por la posesión de la isla de Cuba. Armando Hart apuntó que al denunciar este desafío, Martí se colocó «…en la vanguardia del movimiento revolucionario mundial. Predijo un gran problema histórico en un momento en que no podía ser entendido ni integralmente resuelto. Porque precisamente en ese momento el problema estaba en gestación» (Hart b, 1978: 187).
Ya en los campos de Cuba Libre, el 3 de mayo de 1895 el Apóstol se entrevistó en las Alturas de Santa María del Loreto, en las inmediaciones del municipio santiaguero de Songo la Maya, con el periodista estadounidense George Eugene Bryson, quien le contó sobre las actividades anexionistas desarrolladas en La Habana por el Partido Liberal y acerca de una conversación que sostuvo con el general Arsenio Martínez Campos, en la que este reveló que, llegada la hora, España preferiría entenderse con Estados Unidos antes que rendir la Isla a los cubanos. Martí lo escuchó atento, preocupado. No tenía duda de que España estaba derrotada y de que a los autonomistas solo les importaba «…un amo, yanqui o español, que les mantenga o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante —la masa mestiza, hábil y conmovedora del país—, la masa inteligente y creadora de blancos y de negros». El desafío mayor estaba en contener con la revolución cubana «…la anexión de los pueblos de nuestra América, al norte revuelto y brutal que los desprecia [...]». Bajo el influjo de este diálogo con Bryson, el 18 de mayo comenzó a escribir a su viejo amigo Manuel Mercado una carta que su muerte prematura dejó inconclusa:
…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber–puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo–de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin (Martí, 1995: 161-162, t. 20).
Nada cambió desde entonces en las pretensiones expansionistas de los círculos de poder de nuestro insaciable vecino. Poco más de un siglo después, tras la invasión que pulverizó monumentos milenarios en Irak y Libia llegaron las compañías petroleras, guión centenario ensayado una y otra vez, que hoy mismo la Administración de Obama, que ascendió al poder bajo la promesa del «cambio», intenta repetir en Siria. En una combinación de métodos para conseguir un mismo propósito, puede observarse cómo impulsan el programa La Fuerza de 100 000 en las Américas, destinado a duplicar el intercambio académico en el Hemisferio Occidental para «moldear los puntos de vista» de los futuros líderes de la región, sobre el «filantrópico» lema de que «cuando estudiamos juntos, aprendemos juntos, trabajamos juntos y prosperamos juntos», con el patrocinio del Banco de Santander, ExxonMobil, Coca-Cola y Freeport McMoRan, entre otras grandes corporaciones; al tiempo que, con un presupuesto que en 2013 superó los diez mil millones de dólares, sus Fuerzas de Operaciones Especiales han convertido al planeta en un gigantesco campo de batalla, al desplegarse o cooperar con los militares en 106 naciones de todos los continentes durante los dos últimos años.
Y mientras la América Latina y el Caribe afrontan el desafío de la integración edificando la CELAC sin presencias indeseadas, y los gobiernos de varios de sus países trabajan para romper el paradigma económico que prevaleció durante las últimas tres décadas, al situar los temas de justicia e igualdad en el centro de sus agendas de desarrollo, un camino emprendido por Cuba hace ya 55 años bajo el liderazgo de Fidel Castro, profundo y consecuente martiano de extraordinaria vocación humanista universal, se pretende apagar la cultura de resistencia y rebeldía que marcó nuestro camino redentor.
Bibliografía
Castellanos García, Gerardo: "Misión a Cuba: Cayo Hueso y Martí", La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2009.
Foner, Philip Sheldon: "Historia de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos", La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1973.
González Patricio, Rolando: "La diplomacia del Delegado." La Habana, Editora Política, 1998.
Hart Dávalos, Armando: «Intervención en el 80 Aniversario de la caída de José Martí en Dos Ríos». En "De La Demajagua a Playa Girón", La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978 b.
Mañach Jorge: "Martí el Apóstol", La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2001.
Martí Pérez, José: "Obras completas", La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1995.
Portell Vilá, Herminio: "Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y España", La Habana, Jesús Montero Editor, 1938.
Rodríguez La O, Raúl: "Dolor infinito", La Habana, Editora Abril, 2000.
Texto tomado de la publicación: *http://www.cubarte.cult.cu
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