Revista Salud y Bienestar

El médico enjaulado

Por Miguel @MiguelJaraBlog

Hace ya unos años conocí al médico colombiano Carlos Sosa. Fue antes de escribir un capítulo sobre hipersensibilidad a los campos electromagnéticos en el libro La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo en el que él es protagonista. Por entonces vivía en una finca en lo alto de un monte pero incluso allí no estaba a salvo de la contaminación electromagnética pues según me contó los radares de los aviones que sobrevolaban la zona le afectaban. Poco después, cuando ya estaba escribiendo el libro, se había trasladado a Medellín, su ciudad natal y vivía en su casa metido en una especie de tienda de campaña hecha con malla metálica para aislarse de los campos electromagnéticos. Ahora recibo un escrito en el que explica su situación y quiero resumírselo a ustedes:

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Desde el mes de julio de 2007 he estado viviendo en una jaula de Faraday -un recinto cerrado formado por cubiertas metálicas o por un enrejado de mallas apretadas que impide en el interior la influencia de los campos eléctricos exteriores-, debido a que tengo un diagnóstico médico de hipersensibilidad electromagnética (EHS). EHS es un diagnóstico clínico que se basa en la producción de signos y síntomas por la exposición a campos electromagnéticos (CEM), en particular por las microondas y radiofrecuencias utilizadas en la telefonía móvil, acceso inalámbrico a Internet y otras tecnologías inalámbricas. La producción de estos signos y síntomas sigue un curso variable después de la exposición a los CEM: puede tardar segundos, minutos, horas y a veces días.

La Hipersensibilidad electromagnética rompió mi vida. Para empezar, he perdido mi trabajo en el Servicio de Urgencias del hospital donde trabajaba. No ser capaz de soportar los campos electromagnéticos en el entorno médico tecnológicos de hoy en día los ordenadores y sistemas de comunicación inalámbrica es una gran desventaja para cualquiera que trabaja en un hospital moderno. Los signos y síntomas físicos provocados por EHS han sido extremadamente difíciles de soportar. El mareo permanente, la náusea y dolores de cabeza constituyen una castración práctica. Pero tal vez la circunstancia más grave es el aislamiento resultante y la incapacidad fisiológica a la razón. Las lágrimas de sangre que he llorado me convencieron de que una vida con EHS no valía la pena vivir. La decisión fue clara: para proteger o perecer. Una jaula, incluso si es de oro, se mantiene como una prisión física y mental.

Las disfunciones neurológicas y los casos de cáncer que están sucediendo alrededor de las estaciones base de telefonía móvil y sus antenas en todo el mundo, constituyen una epidemia internacional.

Los campos electromagnéticos alteran las estructuras neurológicas relacionadas con las funciones cerebrales superiores como la atención, la memoria y el pensamiento. La ruptura de las relaciones sociales y afectivas es concomitante en EHS. Muchos me dieron la espalda y se fueron.

La publicación del Informe BioInitiative y el Estudio Interphone (entre otros muchos) se erige como una pistola humeante que apunta a los culpables. La Organización Mundial de la Salud y su Proyecto de campos electromagnéticos ha mantenido un silencio fúnebre frente a la experiencia clínica del mayor centro internacional dedicado a los efectos mortales de los teléfonos celulares, Internet inalámbrico y sus redes de transporte, el Centro de Salud Ambiental de Dallas. Allí se han obtenido pruebas clínicas de todo el mundo durante los últimos 36 años sobre el carácter perjudicial de la exposición de los seres humanos a campos electromagnéticos (microondas y radiofrecuencias). El centro está dirigido por médicos, no por los ingenieros y los físicos que trabajan para el Proyecto CEM de la OMS [conste que Sosa estudió Física en Asutralia].

Más info: El libro La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo (Península, 2009) contiene un capítulo entero sobre las personas que sufren hipersensibilidad a los campos electromagnéticos.


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