El otro día fui al dermatólogo. Había pedido hora en mi centro de salud, pero me di cuenta de que si esperaba los 9 meses que faltaban hasta la cita mi leve problema cutáneo corría el riesgo de convertirse en una lepra del carajo. Así que recurrí al médico pago. La consulta duró menos que el tiempo que tardé en reservar hora por teléfono y me costó como a 20 euros el minuto.
—Siéntese ahí. Uyyyyy, eso es un eccema seborreico. Póngase esta crema por la mañana, esta otra por la noche, lávese con este jabón la cabeza y con este otro la cara. En quince días hablamos otra vez —sentenció la médico.
Y ya está. Fueron los cuatro minutos más caros de mi vida. De pronto sentí que el aire que respiraba había sido fabricado para la ocasión por los perfumeros de Hermés, que la luz que inundaba la estancia no era tal, sino el brillo de un diamante, y que cada sonido que percibían mis oídos estaba siendo interpretado, imitando a la naturaleza a la perfección, por la filarmónica de Viena. Me levanté de la silla y atravesé aquella realidad de lujo, pero idéntica a la de todos los días, para llegar a la salida, fijándome en la sombra de oro negro que mi pobre cuerpo proyectaba sobre la pared.
—Fue caro, pero mereció la pena —me dije.
Hay un mundo oculto detrás de este al que solo tienen acceso unos pocos, una vida paralela en la que toda la leche es Asturiana, el jamón de bellota y en el que las carreteras son surcadas por ferraris, bentleys y porsches. Allí nadie dice que para tener clase no hace falta dinero y los niños y niñas van al colegio vestidos con uniforme. En esa realidad Papá Noel visita los hogares a diario, no se va al hospital, sino a la Clinique Du Pre, y el pescado siempre es fresco.
Un mundo que nosotros, la gente humilde, sostenemos cuando nos vemos obligados a recurrir al médico pago porque los servicios públicos, sometidos cada vez a un mayor abandono, no dan abasto; que mantenemos con nuestro trabajo, pero al que se nos restringe el acceso a golpe de talonario. Un lugar rodeado de concertinas armadas con las peores cuchillas, las de la injusticia, el desprecio y el abuso, y hecho a la medida de los que de verdad mandan.