Revista Cultura y Ocio

El mejor concierto de…Natàlia

Publicado el 23 diciembre 2013 por Isabelval @cabezadeisa

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por Natàlia Val. Ante la pregunta ¿cuál ha sido el mejor concierto de 2013? uno puede plantearse diferentes cuestiones, la decisión quizás llegue a ser hasta complicada. En mi caso, que soy muy de definir, no me encontré del todo cómoda con el adjetivo “mejor” puesto que supone categorizar todos los conciertos del año, unos en detrimento de otros. Si a alguna conclusión hemos llegado a lo largo de este tiempo en el gallinero es que un concierto depende de varios factores; los músicos, el lugar, el público y la subjetividad de cada quien entre otros.

He decidido compartir el que sin duda ha sido el concierto más significativo para mi, por resultar el más transformador de todos. Se trata de mi primer concierto de flamenco, género con el que nunca he tenido una estrecha relación. Alguien se planteará, que si no tengo ni idea para qué hago una entrada sobre un género que me va grande. La respuesta es sencilla. Para eso está Cabeza de Gallo, para explicar las experiencias vividas. Dicho esto, pasemos a contextualizar la situación.

Ahí estoy yo, con la mente abierta, sin prejuicios en un entorno que invita a ello. Una cálida noche de verano en Andalucía es un buen escenario para la voz de “Zarrita”. Ya os he advertido que no tengo ningún tipo de conocimiento a cerca del flamenco, por lo que no soy capaz de distinguir una malagueña de otra cosa y me cuesta seguir el ritmo en el cante. Sí, confieso que me despisto, se me olvida de qué trataba el tema y ya no puedo seguir el hilo. Las pausas del cante jondo son una excelente oportunidad para cultivar mi capacidad de abstracción, por mucho que me esfuerce me distraigo sin querer.

Todo cambia cuando suben al escenario un cajón gitano. Ahora sí, con percusión (a cargo de Moisés Santiago) ya me engancho más. La cosa se va animando y entonces la bailaora Mayte Beltrán hace su aparición. El concierto se transforma en un espectáculo artístico emocionante. Se unen los palmeros y los espontáneos. Ahora ya es una fiesta llena de sentimiento. Ella se mueve majestuosa y hasta la gente que pasa por la calle la jalea, cada uno a su manera participa del ritual.

Cuando termina, me da la sensación que el tiempo ha pasado volando y salgo del lugar sintiéndome muy diferente a cuando llegué. Paso de tener que esforzarme por seguir el concierto a quedarme embobada, casi en trance mirando como la “Duendecilla” baila en el escenario.

De regreso a casa, voy dándole vueltas al asunto. Establezco una analogía con el jazz para explicarme a mi misma lo sucedido. Al principio cuesta, luego simplemente se trata de dejarse llevar, sentirlo y disfrutarlo.

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