Aún con el paso de los años una película considerada un clásico no pierde su valor y reafirma su condición provocando las mismas emociones como si se tratara de la primera vez. Eso me ocurrió cuando decidí volver a mirar Alien como ejercicio para despejar algunas de las dudas dejadas por Prometeo. ¿Funcionó? Pues claro que no. Lo que sucede es que son dos películas con objetivos diferentes.
Lo peor es que sigo sin entender que sucedió. ¿Por qué Ridley Scott no pudo hacer más impactantes las revelaciones? ¿Acaso fue demasiado material que se le acabo el tiempo, o debo culpar a los guionistas? Con Alien si pudo. Por supuesto que el libreto era mucho más sencillo, no era precisamente un ejercicio filosófico que demandaba replantar tus creencias sobre el universo, si no que su principal motivación es la hacerte fluir la adrenalina y no tanto de mover neuronas; que sin embargo logra hacerlo al plantear varios misterios que hasta fue necesario crear una precuela para explicarlos.
Lo sorprendente de esta película es que se toma su tiempo. Cualquiera podría haberse quedado dormido con las primeras escenas descubriendo la nave, sin embargo es un logro el que sea tan interesante aún en estos tiempos donde se ha vuelto una necesidad el que ocurran explosiones o persecuciones en cinco minutos o menos. Sin embargo, la lentitud en la trama logra involucrarnos en los misterios y se recompensa con una creciente tensión que termina en la insuperable escena en la nave de evacuación.
La cinta sufre tres transformaciones a lo largo de su duración: primero somos testigos de como la tripulación del Nostromo investiga una nave extraterrestre, luego la terrible condición médica de Kane (John Hurt) nos mantiene atentos hasta que milagrosamente se recupera y por último la terrible persecución del Xenomorfo. Cada una de las fases nos cuestiona lo que sucede, aún cuando el monstruo esta persiguiendo a Ripley seguimos dudando de cómo logrará destruir la criatura. No será algo para romperse la cabeza, pero tampoco se asfixia queriendo ser más inteligente de lo que es.
Es la creación del artista H. R Giger la responsable de no sólo el mejor momento, si no de varios, al ser prácticamente cada una de las apariciones de la criatura verdaderos eventos dentro de la película. Desde su agresivo inicio saliendo de los intestinos de Kane, hasta cuando muestra su dentadura marca Colgate. Es sin duda una de las criaturas más terribles que se hayan visto en el cine. Hasta la fecha no deja de ser reverenciado como un verdadero icono digno de parodias e innumerables referencias en la cultura popular.
Lo mejor es como el director Ridley Scott elige mostrarnos el Xenomorfo y hasta se da sus baños de grandeza cuando el gato Jonesy es testigo de una de las tantas masacres. Ese instante pudo haber pasado a la historia como ridículo, hasta absurdo, pero es tan efectivo, que no importa si el gato se mira desconcertado en la escena. Esa es precisamente la cualidad de la película, el saber como y cuando utilizar el monstruo sin llegar ser un cansancio.
Con el paso de los años podemos presumir ciertos detalles que nos hacen apreciar las limitaciones tecnológicas de aquellos tiempos. En especial la escena con la criatura deslizándose de la mesa de comedor que grita ser un muppet. Ni que decir cuando pegan la cabeza del androide Ash al piso para que comience a vomitar todo lo que sabe, pero el diseño del Xenomorfo es algo que aún en nuestros días es difícil de replicar. Creo que si alguien quisiera hacer un monstruo atacando una tripulación este sería 100% pixeles y para colmo se vería falso, algo que nunca sucede en Alien.
Podremos cuestionar la validez de Prometeo, pero sin duda existe algo en que podemos estar de acuerdo y es que Alien es una película digna de reverencia.