Revista Cultura y Ocio
La joven deambula por el parque de diversiones. Es noche de inauguración y las familias se agolpan en los juegos. Camina hacia un sector alejado. Un cartel de luces amarillas anuncia: Los espejos del terror. Paga el ticket e ingresa a un sinuoso pasillo repleto de espejos. Las distorsiones del reflejo de su cuerpo le provocan estallidos de risa. Se adentra en el laberinto y observa su silueta redonda, su cabeza estirada, sus piernas enanas. Se pregunta dónde estará el terror. Gira a su izquierda y entra a una habitación en la que se ve multiplicada cientos de veces. A cada paso pierde la noción de su rumbo y su sonrisa desaparece. Un nuevo giro y queda paralizada. Un espejo le devuelve la imagen de un hombre encerrado. Puede ver su cara desfigurada por el horror y las manos crispadas que golpean el vidrio. Intenta escapar, pero no encuentra la salida. Choca frente a nuevos espejos. Se encuentra con más personas aprisionadas. Grita pidiendo ayuda. Las paredes reflejan su figura mezclada con las de los cautivos. Cree distinguir una salida y corre. Se estrella contra un vidrio y comienza a golpearlo con sus puños. El vidrio se desliza y ella cae de bruces. Se descubre dentro de una caja de espejos, donde su imagen es copiada hasta el infinito. La puerta que traspasó se volvió a cerrar. Desde su cárcel puede observar el pasillo por donde llegó y a las otras personas atrapadas. Minutos después, le arde garganta y ha perdido la voz. Llora en silencio. Entonces la puerta se abre, al igual que las de los demás prisioneros. Se atropellan siguiendo las luces que los guían a la salida. Desde un parlante, les agradecen la visita y los invitan a regresar cuando lo deseen.
© Sergio Cossa 2012
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