Sólo quien lo ha vivido en carne propia, sabe lo que significa no tener nada, sabe lo que supone echarse a la calle a pedir limosna. Que a lo mejor no soluciona nada y debe corregirse desde las Instituciones, pero no para evitar la "mala imagen" que algunos consideran, sino para tratar de encauzar todas las vidas que se pueda.
En 1996, Mariano José Martínez saltó a las páginas de los periódicos al negarse a seguir los dictámenes del alcalde de Granada.
"Haciendo uso de mis derechos y deberes como ciudadano español y europeo, solicito seguir pidiendo limosna tanto en calles, plazas y parroquias dignamente, según la caridad de mis hermanos en Cristo. Mis padres me enseñaron a pedir antes que robar."
El denunciante alude a sentencias judiciales de EE.UU. e Italia para reivindicar su derecho a pedir limosna.
En Granada, se dictan unas normas en aquel entonces donde se prohíbe dormir en la calle, se prohibe cualquier petición de limosna y, en definitiva, toda actividad que se asocie a "pobreza y mendicidad", por supuesto, con multas asociadas...
La idea es prohibir la mendicidad. A finales del 2003, la policía de Oviedo comprueba que un grupo de personas de nacionalidad rumana viven de las limosnas que recogen diariamente en puntos estratégicos de la ciudad.
Muchas de ellos presentan importantes malformaciones físicas o sufren enfermedades con importantes secuelas externas que apelan a la compasión de los ciudadanos.
El Ayuntamiento de aquella ciudad, pretende introducir un nuevo código de conducta con tres objetivos a penalizar: La pobreza y la mendicidad, la inmigración y los jóvenes. "Oviedo es una ciudad tranquila y segura" -dice la Concejala de Seguridad Ciudadana...
Al hilo de esta prohibición, recojo una entrada del periodista Javier Rioyo ...que se encuentra en Valladolid con un mandato realizado en cerámica, donde se prohibe "ser pobre".
"De la misma manera que se podía prohibir el baile, el libre pensamiento o el Carnaval, se prohibía ser pobre". "En la ciudad en que el pobre Miguel de Cervantes las pasó canutas, en una ciudad que siempre conoció pícaros, mendigos, heterodoxos y toda clase de golfemia de la derecha moralista o de la izquierda pazguata, en esa ciudad de tan buen castellano, todavía perviven prohibiciones tan esperpénticas como ésta". Y concluye con una estupenda sentencia: "Ni se puede decretar la felicidad. Ni se puede prohibir la mendicidad". "Cuando leo cosas así vuelvo a ser ese joven que creía- como Herman Hesse- que "todo dinero es robado, toda posesión es injusta".
Foto de portada: Daquella manera