Revista Religión
Leer | LUCAS 2.1-7 | A veces, es difícil ver cómo Dios puede sacar algo bueno de nuestras situaciones malas. Pero Él saca lo bueno de las circunstancias más desastrosas, tales como la conquista romana (algo malo), la cual hizo posible la construcción de caminos para llevar el evangelio (algo bueno).
Antes del surgimiento del Imperio Romano, la potencia mundial era Grecia, cuya atrayente cultura llevó a muchos a desear la helenización. Además, cuando Alejandro Magno conquistaba países, obligaba a sus hombres a servir en su ejército y aprender a hablar el griego común. Al ser dados de baja, estos hombres llevaban el nuevo idioma a sus países de origen, ayudando así a crear una lengua que iban a compartir diferentes pueblos. Este era el sistema perfecto para la difusión del mensaje revolucionario que saldría de Israel unos siglos más tarde.
Los romanos abrieron nuevos caminos en los territorios que habían conquistado, y protegieron las rutas terrestres y las costas, garantizando así la relativa seguridad de los primeros misioneros cristianos.
Quizás José y María viajaron por uno de esos caminos en su viaje de Nazaret a Belén. Ya sea que lo hicieran o no, Dios convirtió una inconveniencia —un censo obligatorio— en una bendición: el nacimiento de Jesús, el Mesías, precisamente en el momento y en el lugar profetizado.
Desde el momento en el Edén, cuando fue garantizada la derrota de Satanás, hasta el momento en que Cristo cumplió la profecía en la cruz, el Padre celestial sacó siempre algo bueno: su plan para salvar al mundo. Los romanos hicieron las carreteras, pero Dios preparó el camino para un Salvador.
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