Siempre me gustaron los mercados. Tienen una mezcla de local y extranjero, de antiguo y moderno, de cotidiano e inusual, de arrabal, de chamuyo, de regateo…
Siempre me gustaron las antigüedades. Nunca supe por qué. ¿Será que me imagino quién usó esos objetos en el pasado y comienzo a hilar historias sobre eso? Puede ser. ¿Será herencia paterna? Puede ser.
Lo cierto es que me gustan y cada vez que puedo chusmear entre las antigüedades lo hago. No les voy a decir que me gustan todas las antigüedades. Hay algunas que me parecen un poco “tétricas”. Pero en general, es algo que me entretiene. En casa conservo varias, por ejemplo, una radio de mi abuelo paterno que no conocí y una plancha que se usaba con carbón. No puedo dejar de imaginarme a las señoras planchando con semejante objeto, pesado y caliente, o a mi abuelo escuchando los partidos de Boca y las carreras de fórmula 1 en esa radio.
Si juntamos los mercados con las antigüedades tenemos como resultado un Mercado de pulgas.
Street art en el estacionamiento del predio del Mercado de las Pulgas, en Buenos Aires.
¿Pero por qué se llama “de pulgas” o “de las pulgas”?
Existen muchas versiones que responden a esta pregunta y, como toda historia oral, cada versión tiene algo de cierto, algo de exagerado y algo de invento. Una de las más aceptadas es que a fines del siglo XVIII, muchas personas recogían durante las noches los cachivaches y ropa que las familias de mayor poder adquisitivo desechaban porque ya no las necesitaban. Todo lo recolectado se vendía en un mercado, en puestos pequeños y, al no ser una época donde la higiene era primordial, no era de extrañar que los objetos llegaran con pulgas a la casa del comprador. La imagen anterior pareciera coincidir con parte de esta versión.
Otra versión, también de esa época, dice que un hombre se asomó “desde arriba” a un bazar parisino donde se vendían objetos usados y antiguos y, mientras observaba el incesante movimiento de los vendedores y compradores dijo “esto parece un mercado de pulgas”.
También hay otras historias, como que el nombre proviene de lo pequeño que eran los puestos en estos tipos de mercados y que, además, los objetos usados que se vendían solían tener pulgas porque no se limpiaban antes de venderlos, sino que se exponían como los habían encontrado.
Más allá de su origen, los mercados de pulgas siguen atrayendo a visitantes y locales en todas las ciudades que tienen el privilegio de tenerlos. Una de estas ciudades es Buenos Aires y el mercado de pulgas más famoso en Buenos Aires es el que se encuentra en el barrio porteño de Colegiales, entre las calles Concepción Arenal, General Martínez, Avenida Dorrego y Avenida Álvarez Thomas.
El predio actual está ocupado desde mediados del año pasado. Durante los cinco años previos todos los puesteros debieron permanecer en un predio contiguo, un poco más viejo y destruido: “se mojaban todos los muebles cada vez que llovía”, me cuenta José mientras le muestra a una señora unas jaulas para pájaros. El traslado al otro predio para remodelar el actual iba a durar unos meses pero, como suele pasar, se extendió por años.
Predio donde se encontraba el mercado mientras remodelaban el actual.
Predio actual del mercado.
El mercado remodelado es más amplio, está bien techado, con baños, galería de arte y todo se encuentra más organizado: cada puesto tiene un número y en varios pasillos hay carteles con un mapa del lugar para ubicarse. El mercado abre de martes a domingo, de 10 a 19, pero muchos puesteros levantan las rejas a partir del mediodía. Igual, en cada puesto hay un teléfono y un nombre para ubicar al propietario o vendedor en cualquier momento. Los fines de semana son los días donde hay más “pulgas” y movimiento, cuando se pueden ver algunos personajes famosos del mercado y cuando con más paciencia hay que ir.
Algunos añoran el rejunte desbordado del antiguo mercado, pero al final reconocen los beneficios del nuevo complejo. “Ahora la gente puede mirar más tranquila, tiene más espacio y nosotros podemos exponer mejor lo que tenemos para vender”, sintetiza Luis, un chico aprendiz de restaurador.
Para los que no pueden o no quieren comprar nada en el mercado, una buena idea es recorrerlo los fines de semana y dedicarse a sorprenderse con las cosas que compran los demás y los usos que piensan darle a eso que compran. Porque algunos muebles y objetos están usados y viejos, pero uno identifica enseguida para qué sirven, en cambio, en otros casos cuesta dilucidar para qué pueden estar comprando lo que compran. Si preguntan, se van a llevar más de una sorpresa.
Pero los puestos de antigüedades y restauración de muebles no se limitan sólo al mercado, ya que también los encontramos en los alrededores. El mercado, además, revitalizó y revalorizó la zona ya que, por ejemplo, se instalaron varios bares y restaurantes y se construyeron edificios de departamentos y oficinas en los alrededores.
Ya estaba por irme, repleta de historias imaginarias sobre cada uno de los objetos que había descubierto, pero el lugar me tenía otra sorpresa: darle la vuelta a la manzana y disfrutar del arte callejero que embellece sus paredes. Un lindo final para un recorrido por este Rincón de Buenos Aires.
Este post forma parte de la categoría Rincones de Buenos Aires.
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