Revista Opinión

El mercado negro de armas a través del Dáesh

Publicado el 25 diciembre 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Al hablar de Dáesh, a menudo acudimos a la cultura local, a la Historia o a la política regional para explicar su eclosión; sin embargo, olvidamos que en el fondo nunca habrían conquistado lo que conquistaron de no ser por la disponibilidad masiva de armamento. Este artículo explicará cómo se abasteció la organización yihadista desde su nacimiento en torno a 2003 hasta resistir tres años de guerra en Irak y Siria.

Aunque los orígenes de Dáesh se pueden trazar hasta los años 90, lo cierto es que su auténtica eclosión llegó tras la invasión estadounidense de Irak en 2003, tras la cual el yihadista Abu Musab al Zarqaui se hizo cargo de Al Qaeda Irak (AQI). La primera necesidad que tenía AQI era adquirir cantidades considerables de armamento con el que poder hacer la yihad contra Estados Unidos, pero para comprar armas lo primero que hacía falta era dinero: dinero para pagar a los combatientes y que estos se encargaran de armarse a sí mismos o para abastecer a grupos guerrilleros de mayor tamaño durante campañas más largas.

Para ampliar: “Down the Rabbit Hole and into the History of ISIS”, Fawaz A. Gerges en ISIS: A History, 2016

El amanecer

El dinero tenía muchos orígenes. Una parte procedía de actividades delictivas y muy en particular de los secuestros; de hecho, los grupos criminales e insurgentes que operaban en Mosul han sido las fuentes del Dáesh en esa ciudad. He aquí el triángulo que a menudo existe entre el mercado negro de armas, los grupos criminales y la yihad. Otra parte del dinero llegaba a través de donaciones desde países del Golfo, en los que Al Qaeda era vista con simpatía por una parte muy importante de la población e incluso de las élites religiosas y políticas.

El mismo año de la invasión, 2003, el encargado estadounidense de Irak, Paul Bremer, decidió enterrar el aparato estatal de Sadam Huseín, y para ello disolvió la Administración y las fuerzas de seguridad. De un día para otro, centenares de miles de policías y militares se fueron a la calle, los depósitos de armas dejaron de ser custodiados y un sentimiento de humillación y revancha emergió entre una parte de la población. Lo que ocurrió a continuación era predecible: hombres sin trabajo saqueaban los almacenes y una oleada de fusiles de asalto, ametralladoras, lanzacohetes y toda clase de material iba a parar al mercado negro de armas.

Los compradores podían ser organizaciones criminales, grupos yihadistas o simplemente ciudadanos que consideraban imprescindible comprar un arma para garantizar su seguridad en los tiempos que se avecinaban. Otros decidieron empuñar sus armas contra aquellos que los habían conquistado y se unieron a los grupos insurgentes. Con este caldo de cultivo, AQI pudo armarse hasta los dientes sin problemas.

Para ampliar: “Insurgency in Iraq: An Historical Perspective”, Ian F. W. Beckett, 2004

El tiempo pasó y las intensas campañas de Estados Unidos y el Gobierno de Irak casi consiguieron que Dáesh desapareciera. Pero en 2012-2013 regresó a la escena de la insurgencia tras la retirada estadounidense con una nueva política de asaltar prisiones para liberar presos y engrosar sus filas; no les faltaban armas, les faltaban hombres.

Asaltar una prisión es una empresa complicada: requiere una cierta cantidad de efectivos y material. Los soldados necesitarán fusiles de asalto —normalmente copias del famoso Kaláshnikov— y granadas de mano para despejar espacios cerrados. Para asaltar una posición también hace falta fuego de apoyo, normalmente proporcionado por ametralladoras, y, para enfrentarse a blancos especialmente protegidos, como vehículos blindados o garitas de hormigón, lanzacohetes —por lo general, un RPG-7 soviético—. Equipar a un pelotón de 15 soldados con un lanzacohetes, dos ametralladoras medias, 12 fusiles de asalto y 15 granadas de mano costaría unos 14.000 dólares; nada mal para un país cuyo salario medio es de unos 600 dólares mensuales.

El mercado negro de armas a través del Dáesh
Fuente: Elaboración propia

En 2011 estalló la primavera árabe, que afectó especialmente a Siria, donde el conflicto no hizo más que recrudecerse. Para 2013 Dáesh había visto una excelente oportunidad de expansión en Siria, donde se infiltró gracias a la caótica situación. La invasión de Irak en 2003 había puesto muy nerviosos a Siria e Irán ante la perspectiva de un destino semejante, por lo que ambos países alentaron a la insurgencia. En particular, desde Siria se formó una “ruta de ratas” —como la conocían los estadounidenses— desde la frontera turca, en la zona de Gaziantep, hasta la frontera con Irak siguiendo todo el curso del río Éufrates. El régimen de Asad dejó hacer a los grupos yihadistas, que se nutrían de hombres y armas a través de esta ruta.

Para ampliar: Fuerzas especiales: En la guerra contra el terror, Leigh Neville, 2015

Al Qaeda desarrolló una importante red de apoyo con numerosos hombres de confianza a lo largo de la ruta; cuando estalló la guerra civil siria, AQI se aprovechó de las redes existentes para apoyar sus conquistas. Controlar la “ruta de ratas” del Éufrates significaba dinero y armas. Para finales de 2013, Dáesh ya controlaba físicamente un importante territorio en el este de Siria y la ciudad de Raqa era ya su capital.

Las victorias militares les permitieron hacerse con más armamento. Ya no actuaban en células; ahora eran auténticas unidades de combate equipadas con coches civiles que montaban ametralladoras, morteros para proporcionar fuegos preparatorios previos a los asaltos… Se empezaban a parecer a un ejército y también a un Estado.

Para ampliar: “ISIS Financing in 2015”, Centro para el Análisis del Terrorismo, 2016

Controlar un territorio permitía explotar sus recursos naturales, cobrar impuestos, vender joyas y equipo capturado y regular los mercados. Todos estos recursos puestos al servicio de su maquinaria bélica significaba que se podían comprar muchas armas. La llamada a la yihad atraía a terroristas de todo el mundo, pero también a contrabandistas de armas de Irak, Siria o Turquía, que se arriesgaban a traer nuevos materiales de contrabando.

El periodo crítico

Dáesh no era como otros grupos moderados de la oposición: nunca recibieron el apoyo de ningún Estado, que se sepa. En 2015 Estados Unidos había enviado por sí solo miles de toneladas en forma de misiles, municiones y armas a grupos rebeldes sirios. Dáesh no contaba con esto, pero sí con dinero para sobornar a otros grupos rebeldes o a los propios oficiales del Ejército —y, sobre todo, de las numerosas milicias asadistas, que tenían en su posesión grandes arsenales—.

En esta fase de la guerra, los yihadistas habían empezado a acumular material pesado: carros de combate, cañones antitanques, artillería, lanzacohetes múltiples… Aunque parte de este material había sido capturada, otra parte fue comprada en el mercado negro. El grupo Yeish al Islam llegó a comprar en 2014 dos carros de combate T-72AV, los mejores del ejército sirio en aquel momento. La corrupción era amplia y el catálogo de productos también.

El mercado negro de armas a través del Dáesh
Fuentes de recursos, vías de comunicación y pasos fronterizos de Dáesh. Todos ellos están íntimamente relacionados con la adquisición y el tráfico de armas. Fuente: Financial Times

El nuevo equipamiento permitió a los terroristas obtener victorias inimaginables: derrotar al ejército iraquí en Mosul, expulsar a los kurdos hasta la frontera turca, derrotar al ejército de Asad en el desierto… Pero, a pesar de estas victorias, la coalición internacional liderada por EE. UU. y los Gobiernos de Irak y Siria, apoyados por Rusia e Irán, empezaron a contraatacar, en particular gracias a la supremacía aérea, que permitía bombardear a placer el territorio del califato.

La nueva situación obligaba a Dáesh a adoptar nuevas tácticas para preservar sus ganancias, y eso implicaba otra forma de usar su material. En primer lugar, ahora estaban a la defensiva y necesitaban enfrentarse a fuerzas muy superiores que empleaban los potentes vehículos blindados, principal amenaza del campo de batalla terrestre. Por ello, Dáesh puso énfasis en las armas antitanques, en particular misiles guiados antitanques (ATGM por sus siglas en inglés) y artefactos explosivos improvisados —es decir, explosivos caseros—.

Para ser fabricados y diseñados, los ATGM necesitan unos conocimientos tecnológicos que no están al alcance de Dáesh, por lo que se vieron obligados a importarlos. A sus manos fueron a parar misiles de origen estadounidense, chino, búlgaro y ruso, a veces traídos de contrabando, a veces comprados a grupos rebeldes, que a su vez los habían recibido como parte del apoyo prestado por sus patrocinadores árabes, turcos u occidentales. En cuanto a los explosivos caseros, Dáesh tenía mucha experiencia en su diseño y fabricación gracias a su etapa como movimiento insurgente contra los estadounidenses, así que orquestaron una auténtica industria usando los explosivos contenidos en proyectiles de artillería capturados y produciéndolos por centenares.

Infografía: Las armas de ISIS: de origen chino y países postsoviéticos | Statista
Más estadísticas en Statista

El otro gran problema eran las fuerzas aéreas enemigas. En puridad, Dáesh siempre se enfrentó a enemigos que poseían superioridad aérea, pero nunca había sido tan numerosa y eficaz como desde que apareció la coalición orquestada por Estados Unidos, lo que obligó a revisar su estrategia.

Cuando Dáesh estaba a la defensiva, seguían disponibles los clásicos de usar a los civiles como escudos humanos o construir grandes redes de túneles, pero si quería lanzar un ataque no había civiles que usar. El grupo, que contaba con numerosos recursos y las infraestructuras de un proto-Estado, puso a sus técnicos a pensar en soluciones. Primero, se diseñó una especie de sistema de andamios que se construía sobre el vehículo y al que se le añadía una suerte de manta que lo tapaba entero, lo cual lo hacía mucho más difícil de detectar para la observación aérea enemiga.

Para ampliar: “A deep look at the heart of ISIS war machine: From tactics to doctrine”, Yago Rodríguez, 2017

Además, dieron con otra idea: adquirir drones comerciales y usarlos para realizar ataques aéreos. Esto implicaba diseñar cargas explosivas de unos centenares de gramos, un sistema para llevarlas y lanzarlas y unas aletas para estabilizarlas durante la caída. Se realizaron proyectiles de polietileno de alta densidad —un material parecido al que usan las botellas de detergente— y se los dotó de una espoleta para explotar con el impacto; luego se entrenó a los pilotos para que lanzaran con precisión las cargas a unos cien metros de altura. El invento tuvo un cierto éxito; en algunos vídeos se aprecia cómo logran colocar una de estas bombas en el interior de un tanque o matan a su comandante al asomarse por la escotilla. Sin embargo, para llevar a cabo este plan era necesario adquirir primero los drones. Aunque se desconoce su origen, es muy probable que la mayoría llegaran de contrabando a través de Irak y, más probablemente, de Turquía.

Para ampliar: “Made on the Caliphate Attack Drones: Brief Analysis of the Threat”, Yago Rodríguez, 2017

Por último, estarían las necesidades de material ligero —cohetes antitanques, ametralladoras, fusiles de asalto y cartuchos— que Dáesh había tenido desde que fuera un grupo de guerrilla. Para satisfacerlas, probablemente acudiera a toda clase de fuentes: miembros corruptos de grupos enemigos, contrabandistas, arsenales de fuerzas estatales o grupos rebeldes, bazares de otros territorios en los que el mercado de armas estaba permitido o incluso empleando a comerciales que adquirieran el material a través de grupos de mensajería instantánea —especialmente Telegram—.

A pesar de todos los esfuerzos del Califato, su situación de aislamiento era cada vez mayor, y llegó un punto en el que el contrabando no era una fuente de suministro suficientemente fiable, así que se pasó a otra fase: fabricar armas —las municiones llevaban siendo producidas desde hacía tiempo—. Técnicamente, ya existían algunas armas muy rudimentarias producidas por grupos como Dáesh, como por ejemplo los populares “cañones del infierno”, tubos semejantes a morteros de poca precisión que disparan bombonas de butano rellenas de explosivos. Sin embargo, Dáesh sorprendió con un arma que se acercaba mucho a un auténtico lanzacohetes antitanques.

Para ampliar: “Las novedades tácticas de la Guerra de Siria (I)”, Yago Rodríguez en Ejércitos, 2017

Los yihadistas a menudo usaban un lanzacohetes de origen estadounidense llamado AT-4 que, al ser disparado, desecha su carcasa, que es un tubo de acero. A lo largo de las batallas se habían generado cantidades ingentes de estos tubos gracias a los AT-4 y otras armas, así que los terroristas les añadieron un sistema de disparo y una pegatina con instrucciones para su uso y fabricaron proyectiles para la nueva arma. Y funcionó: varias decenas —probablemente haya centenares— fueron fabricados en cadena y usados en las últimas fases de la batalla de Mosul, con un éxito notable.

Para ampliar: “Standardisation and Quality Control in Islamic State’s Military Production”, Conflict Armament Research, 2016

El mercado negro de armas a través del Dáesh
Imágenes del vídeo emitido por Dáesh donde explican la producción de estos artefactos

Preguntas sin respuesta

La historia del Dáesh empieza y acaba en la del mercado negro de armas. Podría hablarse de muchas otras armas usadas por la organización: lanzadores de granadas, cañones dobles, rifles antimateriales, torretas de control remoto… Nada de lo que ha hecho Dáesh habría sido posible de no ser por el armamento obtenido por vías ilegales.

Los arsenales sin protección del ejército iraquí, la munición robada tras derrotar al ejército sirio, los ATGM importados, los drones procedentes del extranjero, los tanques vendidos por oficiales del ejército, los cañones ofertados por Telegram… todo ese material se movió a lo largo de las diferentes fases de la vida del grupo. Desde las pistolas usadas por el crimen organizado de Mosul hasta artefactos fabricados gracias a los explosivos de proyectiles robados o comprados, todo estaba relacionado con el contrabando ilegal o la fabricación ilegal de material militar, ampliamente dependientes del mercado negro de armas.

¿Por qué los patrocinadores de los grupos rebeldes no monitorizan el armamento que les entregan? ¿Cómo es que hemos visto ATGM búlgaros en manos de Dáesh y el Ejército de los Muyahidines en provincias no comunicadas entre sí o que se estén vendiendo tanques y cañones a través de servicios prestados por empresas rusas —Telegram— y estadounidenses —Facebook—? ¿Cómo es posible que se despachara de un día para otro a un ejército entero y ni siquiera se tuviera la precaución de proteger los depósitos de armas? ¿Por qué no se destruyeron los arsenales antes de que cayeran en manos de Dáesh? ¿Por qué se consientan bazares de armas alegales en Idlib o el Kurdistán iraquí?

Hay muchas preguntas que, de haber sido correctamente respondidas cuando se debía, podrían haber privado al Dáesh o grupos similares de una cantidad ingente de recursos militares y herramientas para conquistar el poder por la fuerza. Pero el porqué es menos obvio de lo que parece: la comunidad internacional aún no es plenamente consciente de la importancia del contrabando de armas o, lo que sería peor, sigue sin tomar cartas en el asunto a pesar de serlo.


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