Revista Libros

El Miedo

Por Clochard
El Miedo  Cada cuatro años, cuando la nieve comienza a coronar tímidamente las cimas de las montañas anunciando la proximidad del invierno y el calendario señala la lúgubre fecha en el calendario, las campanas de la iglesia tañen alarmadas la llegada de la noche en el pueblo. Las mujeres, ataviadas con pañuelos negros, llaman a sus hijos y se encierran a rezar en sus casas, arrastrando la ignorancia de los años. Los hombres adelantan el final del trabajo en el campo y regresan a los hogares, mezquinos, se sientan junto al fuego y observan sus manos inservibles, las armas inútiles que no se atreverán a empuñar.
Cada cuatro años El Caminante Eterno bajará lentamente por el camino del del Cementerio. Recorrerá el pueblo de una punta a la otra, sus pasos dejan las huellas de siglos pasados, su aspecto hiela el corazón del más valiente.
Es alto y pálido y viste una túnica negra que parece hecha con jirones de almas, el pelo y la barba, largos y oscuros como ala de cuervo, parecen gozar de vida propia. Una vida extraña que tan sólo augura muerte.
 Pero lo peor son sus ojos. Lo que deberían ser sus ojos son dos abismos negros, profundos e insondables, capaces de llevar a la locura a quien ose mirarlos fijamente.
El Caminante Eterno vaga por las calles vacías del pueblo sin prisa pero sin detenerse, recorre las plazas, las fuentes, cruza frente al colegio y dobla la esquina de la iglesia sin hallar a nadie. Todos los habitantes del pueblo están encerrados a cal y canto en sus casas, escondidos o mirando resguardados por la ventana y esperando a que prosiga su camino.
El Caminante Eterno toma por fin el camino que lleva a la salida del pueblo, pero justo cuándo las gentes del pueblo están a punto de exhalar un suspiro de alivio, se detiene.
Frente a él, sentado de espaldas en el suelo, está Adrián de cuatro años. Adrián es autista y no ha escuchado las campanas ni los gritos de su madre que ahora forcejea con su marido para que la deje salir. El resto de niños y los profesores, apresurados en su huida, se han olvidado de avisar o ayudar a Adrián que ahora se gira y mira a El Caminante Eterno con indiferencia.
– ¿Tú no tienes miedo? –La voz de El Caminante suena como un coro de mártires pidiendo auxilio.
 Adrián  le ofrece la pelota con la que está jugando y El Caminante niega sonriente con la cabeza. Después Adrián se levanta con determinación y agarra de la mano a El Caminante Eterno. Ambos emprenden el camino juntos y de la mano, pero antes de salir  del pueblo Adrián se gira y sonríe con una extraña y malévola sonrisa a sus padres que lo observan todo desesperados desde la ventana de su casa.
 Una sonrisa capaz de helar el corazón del más valiente.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revistas