Revista Ciencia

El miedo a la realidad

Por Rafael García Del Valle @erraticario

 Cypher

“Matrix es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad”, dice el amigo Morfeo en la película The Matrix. La verdad es que los seres humanos no nacemos libres, sino que somos cultivados en vastos campos sin fin para un único propósito: proporcionar la energía necesaria a la inteligencia artificial que controla el mundo.

Las máquinas intervienen el cerebro con señales eléctricas idénticas a las producidas en el proceso de percepción sensorial, por lo que no existe ninguna diferencia en el mundo resultante de esta manipulación. Mientras la Matrix exista, la humanidad no será libre.

Pero, ¿acaso quiere ser libre? Afirma Morfeo que la mayoría no está preparada para ser desconectada de la simulación en que habita su mente. Muchos son tan dependientes del sistema que lucharán, incluso matarán, por mantenerlo. La clave para lograr una adhesión tan fiel a un mundo ficticio: ignorar que se vive en la simulación.

Cifra es un arrepentido cuyo despertar a la realidad sólo le ha traído amargura y rencor hacia Morfeo y los rebeldes que le sacaron de la Matrix. Su propósito es que alguien le vuelva a enchufar en el sistema, que le conviertan en un actor famoso y multimillonario y que, lo más importante, le borren todo rastro de la verdad que ha conocido.

Dentro de Matrix existe el bienestar, la opción del placer y la seguridad que ofrece un sistema organizado. Fuera de la Matrix, lo Real es una distopía, una guerra interminable que no tiene visos de acabar bien. La simulación es preferible si lo que se espera de la vida es acumular experiencias placenteras. Y sin embargo, cualquier espectador se identifica con los rebeldes mientras que la actitud de Cifra es juzgada con reprobación y tildada de inmoral.

De alguna manera, todo ser humano está de acuerdo en que la verdad y la libertad, conlleven lo que conlleven, son preferibles a cualquier fantasía.

La elección de lo Real responde a un criterio por el cual la fantasía no es digna, está claro. Pero, ¿y si no se sabe que es una fantasía? Entonces sí se puede. Y se prefiere. Por eso Cifra no quiere recordar nada una vez que sea enchufado. La sensación de que la simulación es lo Real es un ingrediente esencial para que todo funcione bien.

En los años 70, el filósofo Robert Nozick escribió sobre la máquina de la experiencia, un experimento ficticio en el que se ofrece la posibilidad de conectarse a una máquina que proporciona altas dosis de placer y, además, la ilusión de realidad, de manera que quien se conecte a ella olvidará que está en una simulación y tendrá una experiencia absolutamente real.

La pregunta de Nozick era: ¿habría quién quisiera vivir hipnotizado por un placer superficial antes que conocer y experimentar la cruda realidad de las cosas? Al final, Nozick concluía que la mayoría preferiría la cruda realidad de las cosas antes que un hedonismo falso… Parece Cifra es un personaje impropio de la condición humana.

Uno no quiere soñar que es amado y disfruta de la vida; quiere que el amor y la dicha sean reales o no merecerá la pena. Pero en todo este asunto hay un error de base que lo cambia todo: Nozick permite la elección desde la posición de un sujeto que se cree estar en lo Real y puede elegir ser enchufado en lo imaginario. Si a los habitantes de la Matrix se les preguntara lo mismo, rechazarían al instante la posibilidad de ser insertados en una simulación…

Las distopías al estilo de Aldous Huxley se basan en sociedades que son felices porque han sido apartadas de lo Real mediante drogas y otros elementos de evasión sin que dicha sociedad sea consciente de ello. Han sido conectados a una máquina de Nozick sin saberlo, y por tanto están “viviendo” en la plenitud de lo que ellos entienden como real.

La pregunta clave no es, así, si aceptaríamos la fantasía en lugar de la realidad. La auténtica cuestión es cómo reaccionaríamos al descubrir que lo que considerábamos real no es más que una fantasía.

No parece que haga falta recurrir a la literatura especializada para entender que la primera reacción al tomar conciencia de la falsedad que nos afecta es de rechazo e incredulidad ante la posibilidad de estar viviendo en un sistema de simulación y falta de libertad. La ignorancia es la felicidad, que dice el común. Si por algún motivo la ignorancia es superada, el camino a seguir es un enredado laberinto de búsqueda de respuestas que parece no llevar a ninguna parte, por lo que las salidas de emergencia son muy tentadoras.

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Dice Slavoj Zizek que:

La fantasía paranoica estadounidense por excelencia es la de un individuo que vive en una pequeña e idílica ciudad californiana, un paraíso consumista, que de pronto comienza a sospechar que el mundo en el que vive es un fraude, un espectáculo escenificado para convencerle de que vive en un mundo real, mientras que la gente que lo rodea no son de hecho más que actores y extras de un espectáculo gigantesco.

La angustia que se esconde en lo más hondo de cada ciudadano del primer mundo es la posibilidad permanente de que, en cualquier momento de su existencia y sin previo aviso, un pequeño error en el código del sistema le haga ver la fantasía y le obligue, por tanto, a comprometerse inevitablemente con su libertad y responsabilidad de buscar lo Real. Porque entonces la vida que había llevado hasta ese momento, su fantasía, se derrumba en un personal e intrasferible once de septiembre…

Hay agujeros oscuros en la realidad que se llenan con fantasías para no tener que mirar qué hay allí dentro.

La hipocresía siempre ha sido un principio social. El discurso moral sólo existe como censura ideológica, pero no como realidad. Se permite la violación de los códigos de conducta siempre y cuando no se haga pública dicha violación. No se trata de escandalizarse porque alguien ha violado las normas y es inmoral, sino porque se le ha descubierto y ha obligado a contemplar la obscenidad en que se vive.

Es por ello que, aunque el personal se indigne cada vez que se destapa un escándalo político, o un miembro arrepentido de alguna agencia de inteligencia explica que el mundo libre no existe, o se pospone la salida de la crisis económica un año más, como si la crisis económica se pudiera solucionar sin antes atajar la crisis de conciencia humana, será más apropiado pensar que, quizás, la indignación de la mayoría esté relacionada no tanto con los casos particulares destapados sino con el fondo de angustia por tener que reconocer la verdad de la mentira que rige la vida.

Lo segundo obliga a cuestionar toda una existencia y, de descubrirse la falsedad, exige ser desenchufado y conocer lo Real. Pero lo primero es mucho más fácil, permite pensar que el sistema es bueno en sí y el mal sólo pertenece al ámbito de personas no adecuadas, de manera que sólo es cuestión de sustituirlas.

Cuando el código oculto por el que se mueve una sociedad se desvela, lo que molesta no es su práctica en sí, pues todo el mundo sabe que existe, sino el hacerlo de conocimiento público. La autocensura, la negación del conocimiento y la necesidad de permanecer en la ignorancia es por tanto una obligación para que el discurso moral siga siendo válido.

Siguiendo a Zizek, siempre hay una pantalla imaginaria entre cada individuo y la realidad de su existencia que permite mantener la distancia y neutralizar los horrores en los que se encuentra involucrado, así como negar, y negarse a sí mismo, el conocimiento que posee con respecto a ellos. 

El mito de Adán y Eva nos viene a decir que, siempre y cuando los hombres sean inconscientes, habitan en el Paraíso. En cuanto adquieren conciencia, esto es, comen la fruta del árbol del conocimiento, el jardín del Edén se desvanece y nace la vergüenza, la culpa, por la expulsión.

En términos de Jung, cualquier evolución hacia un nuevo estado mayor de conciencia nos expulsa de un paraíso anterior. Así que es inevitable el deseo de volver atrás, de no querer conocer, de seguir siendo inconscientes ante la realidad que hay más allá del Edén para no tener que involucrarse.

La actitud de Cifra buscando la reinserción en Matrix responde al deseo de tener experiencias agradables, lo cual se manifiesta como opción opuesta e incompatible con la de vivir la vida en su plenitud. La clave de la elección está en no saber qué es eso de la vida en su plenitud. Y para ello, no se debe salir de la Matrix para así no experimentar la culpa y sucumbir al recuerdo de lo Real.

Cifra sacrifica su vida para dejarse llevar por los programas creados por el sistema para hacerle disfrutar sin la angustia de lo Real. No le importa ser una pila que suministra energía a la inteligencia artifical que lo manipula, siempre y cuando se le garantice que jamás será consciente de ello.

Una vez elegida la píldora roja, no hay vuelta atrás, dice Morfeo, pero la cuestión, de nuevo, no es esa. No se trataría tanto de poder o no poder volver, sino de querer o no querer que pudiera haber una vuelta atrás. Porque, aunque no fuera posible, si el deseo de volver atrás es más fuerte que la voluntad de aceptar lo Real se terminarían inventando mil y una maneras para sumergirse en otro tipo de simulaciones que permitieran la evasión.

autoengaño

Prácticamente todo ser humano se enfrenta con la falsedad de su existencia en algún momento de su vida, pero muy pocas son las personas que se responsabilizan de ello. Más bien al contrario, se crean mundos igual de fantásticos para seguir siendo compatibles con la Matrix principal. No huyen del sistema, se incrustan aún más profundamente en él mediante subrutinas alternativas que alimentan el sistema al otorgarle nuevas opciones que ofrecer: humor, música, arte, moda, deportes, caridad, religión…

Elementos de un sistema inmunológico desarrollado a nivel simbólico para proteger la conciencia del terror a sí misma.

La elección entre la píldora roja y la píldora azul es el conflicto entre libertad y seguridad, aceptar los riesgos de una vida plena o refugiarse en experiencias evasivas cuyo mayor atractivo es que pueden ser confundidas con una vida real. Si en ambos casos el individuo va a experimentar una “vida real”, ¿qué necesidad hay de elegir la píldora roja?

Tal y como expresa Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica, la expresión de la verdad en una sociedad sometida a la mentira provoca un suceso agresivo, “un desnudamiento que no es bienvenido”, pero que tiene un fuerte impulso y le permite imponerse a la larga.  Debido a la falta de voluntad, a los egoísmos, a las necesidades de supervivencia y autoafirmación, no se aceptan valores nuevos ni se desea acceder a una sabiduría superior pero, a toda acción hay una reacción, la intranquilidad, “como una astilla en la mente”, termina haciendo saltar por los aires todo muro de defensa.

Para acallar la horripilante y asquerosa voz interior que es el siseo de la serpiente invitando a comer del fruto prohibido, las drogas evasivas habrán de incrementar su nivel de opiáceos hasta que ya no queden más amapolas en el planeta.

O hasta que todo el planeta sea un campo de amapolas…

Nuestro Ford mismo hizo mucho por trasladar el énfasis de la verdad y la belleza a la comodidad y la felicidad. La producción en masa exigía este cambio fundamental de ideas. La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la verdad y la belleza, no. Y, desde luego, siempre que las masas alcanzaban el poder político, lo que importaba era más la felicidad que la verdad y la belleza. A pesar de todo, todavía se permitía la investigación científica sin restricciones. La gente seguía hablando de la verdad y la belleza como si fueran los bienes supremos. Hasta que llegó la Guerra de los Nueve Años. Esto les hizo cambiar de estribillo. ¿De qué sirven la verdad, la belleza o el conocimiento cuando las bombas de ántrax llueven del cielo?

Después de la Guerra de los Nueve Años se empezó a poner coto a la ciencia. A la sazón, la gente ya estaba dispuesta hasta a que pusieran coto y regularan sus apetitos. Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha salido perjudicada, desde luego. Pero no la felicidad. Las cosas hay que pagarlas. La felicidad tenía su precio.

(Aldous Huxley, Un mundo feliz)


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