El depuesto dictador tunecino Ben Alí está en coma y se muere en un hospital exclusivo de Arabia, donde sólo son tratados los miembros de la familia real saudí y sus amigos íntimos. Los especialistas médicos y algunas fuentes cercanas aseguran que se muere de una mezcla de rabia y miedo, de soberbia y terror, síntomas claros del mal que afecta a los políticos en el poder, descubierto y detallado por el neurólogo inglés David Owen, que fue también ministro laborista de Sanidad y de Asuntos Exteriores británico.
Algunos rumores aseguran que Hosni Mubarak, el también depuesto dictador egipcio, se está desmoronando, víctima del terror, de la rabia y de una patológica ansia de venganza contra el pueblo que lo ha expulsado del poder. Gadafi, el dictador Libio, acorralado por su pueblo, se comporta en su caída como una bestia sin control, como un enfermo mental peligroso.
Pero la enfermedad no sólo afecta a los políticos que pierden el poder. Hay miles que gobiernan cuando deberían ser tratados en instituciones de salud por claros desequilibrios mentales y trastornos graves de personalidad.
¿Que le pasa a los políticos, que están perdiendo la cordura en el poder y que en algunos casos se convierten en auténticos monstruos?
No hace mucho, Voto en Blanco publicó el informe titulado ¿Padece Zapatero el síndrome de la arrogancia?, donde se analizaban síntomas que vinculaban al dirigente español con la enfermedad de los políticos detallada por Owen.
Pocos días después, el mismo blog publicó un artículo titulado Psicopatocracia (¿los psicópatas gobiernan el mundo?), que incluía un sorprendente video sobre el poder de los psicópatas encaramados en la cumbre del poder.
"En el poder y en la enfermedad" es el título del interesante ensayo, editado en España por Siruela, en 2010, del ex ministro laborista de Sanidad y de Asuntos Exteriores británico David Owen, cuya autoridad en el contenido de su libro viene avalada por su condición de neurólogo. La obra analiza las enfermedades y desequilibrios de muy ilustres políticos -de Lincoln a De Gaulle, pasando por Churchill, Roosevelt, Nixon, Yeltsin y otros muchos, en los que descubre algunas patologías grave que incapacita a muchos de ellos para gobernar.
A David Owen se debe la descripción de un desequilibrio emocional que padecen algunos políticos, que el autor denomina síndrome de hybris, cuyos rasgos principales son que se emborrachan de poder, incurren en el iluminismo caudillista, son adulados por su entorno porque no soportan ser criticados, y se perciben a sí mismos como imprescindibles para evitar una debacle de la nación o del pueblo que dirigen. Los afectados por esta enfermedad del poder creen acertar en todas sus decisiones y disponer de conocimientos ilimitados, lo que les separa emocionalmente de la realidad en la que viven.
En España, la enfermedad de hybris es conocida como el "Síndrome de la Moncloa", que afecta a presidentes del gobierno, pero está mucho más extendida de lo que se cree, afectando a ministros, presidentes de comunidades, consejeros, alcaldes, concejales y altos cargos.
José Luis Rodríguez Zapatero encarna con una fidelidad modélica casi todos los síntomas de la enfermedad del poder, pero son muchos los políticos españoles que la padecen y es probable que esa patología sea la que está causando a España su actual ruina y su profunda decadencia. Las contradicciones, los cambios de rumbo, las mentiras, la obsesión por las reformas, el odio al adversario, el autoritarismo disfrazado de sonrisa, la compra de votos con dinero público, los pactos con partidos de ideología contraria, la arbitrariedad, el desorden y la inmensa torpeza que demuestra en los asuntos internacionales son, probablemente, consecuencias lógicas de esa enfermedad descubierta y descrita por Owen.
La principal víctima de la enfermedad de Zapatero es España, sumida en la descomposición ética, la falta de confianza y la tristeza, pero también son víctimas la izquierda española entera, que está sufriendo un descrédito que le alejará del poder durante décadas, y la casta política, cuyo desprestigio está alcanzando niveles preocupantes.
El rechazo de los españoles a Zapatero, cada día más extendido y sólido, sería algo más que una reacción política y se acerca a una reacción defensiva frente a alguien claramente incapacitado para dirigir una nación de hombres y mujeres libres.
Lo más sorprendente de todo el triste panorama que rodea al Zapatero enfermo es la actitud pasiva e irresponsable del PSOE, que se dirige hacia la tumba política, de la mano de su líder, sin resistencia alguna, sin visión de futuro, con una actitud suicida incomprensible.
Muchos compañeros de viaje del caudillo de la Moncloa saben que está desorientado y que carece de la lucidez necesaria para gobernar, pero pocos se atreven a cuestionarlo, demostrando así un servilismo indecente. Pero ya hay algunos que hablan con cierta claridad, Joaquín Leguina le ha llamado claramente enfermo; Cayo Lara se pregunta en público ¿qué le pasa a Zapatero?; el periodista Iñaki Gabilondo, maestro en España de lo sectario y lo parcial, en un gesto de crítica que por una vez le honra, declaró hace pocas semanas, en una entrevista en la Sexta, que Zapatero era un hombre que minusvaloraba las dificultades y sobrevaloraba sus capacidades.