Cuando hace unos días volví a hablar con A. no pensé que en tan poquito tiempo hubiéramos cambiado tanto las dos y tuviéramos tanto en común.
No esperaba a esa nueva A. tan zen, tan yogui, tan mindfulness, tan todo. Pero ahí estaba; diciéndome que había puesto en práctica el método Konmari, que estaba iniciándose en el estilo de vida minimalista, que meditaba y que si me apuntaba a ir con ella a un taller de Mindfulness en la naturaleza. Y allá que me fui. A abrazar árboles pensaba yo.
Pero fue mucho más. Y como si me pongo a hacer introducciones, no paro, pasemos a lo importante: qué es esto del mindfulness y en qué consistió esta sesión.
¿Qué es el Mindfulness?
El concepto Mindfulnes viene de las palabras Mind (mente) y Fulness (plenitud) y hace referencia a la mente consciente, al estar en el momento, aquí y ahora. Porque al final, el único momento realmente verdadero es el que estás viviendo ahora. Y con el ajetreo de los días muchas veces no nos paramos un momento a contemplar de verdad lo que nos rodea. Porque...
"No es lo mismo ver que observar"Para que entendáis a lo que me refiero, os voy a explicar el primer ejercicio que se propone al empezar con el mindfulness; el paseo consciente. El caminar por cualquier sitio siendo plenamente consciente de cada uno de tus movimientos, el notar como apoyas la planta del pie o qué músculos se tensan al dar cada paso. Caminar sintiendo que caminas.
Y el mindfulness en la naturaleza, para mí, significa un paso más allá. Significa volver a nuestras raíces, a esas raíces que creíamos perdidas, a esa conexión que parece que ya no existe y que sin embargo late bajo la superficie de nuestra piel luchando por salir.
Y eso hicimos, dejarla salir.
¿Cómo fue la sesión?
Con muchos nervios y algo de miedo, A. y yo nos acercamos al sitio de El Retiro donde habíamos quedado y localizamos sin problemas a JJ (la persona que nos iba a dar el taller) y a la mochila azul que había prometido llevar.
Tras una breve introducción al concepto para aquellos que poco habían oído de él, JJ nos pidió que apagásemos los móviles y que no hablásemos, y nos llevó a un sito algo retirado del gentío, donde nos pidió que nos sentásemos, cerrásemos los ojos y nos centrásemos en nuestra respiración durante 10 minutos. Únicamente en nuestra respiración. Inspirar y espirar. Había voces a veces alrededor, había hormigas subiéndose por nuestras piernas y moscas posándose en nuestros brazos. Pero de alguna forma, si volvías a pensar en la respiración, lo demás desaparecía. Dejabas de escuchar esas voces aun sabiendo de su existencia. Dejabas de sentir las hormigas aun notando su cosquilleo. Inspirar y espirar. Coger aire y soltarlo por la nariz. Notar como baja hasta tus pulmones, y vuelve a salir.
Tras un gong suave y abrir los ojos, la realidad parecía distinta. Los colores habían bajado su saturación, el mundo fluía más suave y los problemas parecían más pequeños. Estado meditativo lo llaman.
Y caminamos. Caminamos entre los árboles tocando sus rugosos troncos, sus suaves hojas y observando las hormigas que paseaban por ellos. Tocamos el césped para notar su verdor. Sí, sentir su color. Observamos las formas que creaban los rayos de luz filtrándose entre las hojas de los árboles y las sombras de los mismos. Sentimos las pisadas sobre el césped mientras buscábamos donde pisar para no hacer ruido y sentimos desde qué dirección venía el viento y qué partes del cuerpo nos tocaban los últimos rayos de sol del día.
Nos metimos entre arbustos para que nos abrazaran y acariciamos árboles y les abrazamos a ellos.
Fuimos árbol, fuimos hoja, fuimos rama. Césped, sol y viento. Nos mecimos e iluminamos. Fuimos parte de ello y también fuimos un poco todo ello.
Al finalizar la sesión, nos sentamos en la hierba y JJ nos preguntó qué opinábamos, qué sentíamos. Y ningunos fuimos capaces de hablar. Después de más de una hora en silencio, hablando con los sentidos, no sabíamos cómo volver a hacerlo. No recordábamos para qué era necesario hablar con lo bonito que era ese silencio.
Finalmente nos aplaudimos, nos pusimos en pie poco a poco y nos dispersamos, volviendo al mundo, a las casas, las familias, las notificaciones de las redes sociales y el ruido de los coches al pasar.
Pero para mí, algo había cambiado.
Yo esa tarde aprendí a meditar.
Aprendí que lo importante no era vaciar los pensamientos, era dejarlos fluir. Aprendí que la mente es el cielo y las nubes sus pensamientos. Y no puedes deshacerte de ellos, solo dejarlos pasar como ves las nubes flotar en el cielo.
Aprendí que de vez en cuando es importante dejarlo todo fluir un rato, aunque luego dé un poco de miedo volver a esa realidad llena de humo, ruido y problemas.
¿Repetiré? Sin duda. Siempre que pueda.
Y si vosotros aún no lo habéis probado, os aconsejo hacerlo también. Idos a escapar un rato, a meditar, a ver los pensamientos flotar como nubes. A sentir el sol y la brisa.
¿Cómo?
Poco a poco.
Si queréis empezar, os dejo aquí dos cositas que pueden venir bien:
El libro Las 8 sendas del mindfulness, Dra. Patrizia Collard. Gaia Ediciones que podéis comprar aquí y que fue el que me inició en este tema y el que me enseñó como empezar.
Y la aplicación MeetUp, que podéis descargar aquí (aunque también tiene página web) y es donde podéis encontrar este tipo de talleres, reuniones y grupos para esto y muchos temas más. Desde debates hasta talleres, pasando por paseos o grupos de cocina. Yo os aconsejo cualquier cosa que organice un tal JJ, porque vale la pena. Y de todas formas, prometo que si me voy enterando de cositas así, os las pondré por las redes sociales. De momento, sé que hoy, organiza en Madrid un taller deSlow Life.
Y vosotros, ¿conocíais el mindfulness? Y si lo habéis practicado alguna vez, ¿cómo ha sido? Quiero saber vuestras experiencias! 😊