Revista Salud y Bienestar

El Mindfulness y sus circunstancias

Por Rafael García Del Valle @erraticario

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La revista Time dedicará esta semana su portada al Mindfulness, que se ha convertido en un fenómeno de masas según dicen. Políticos, empresarios, banqueros, agentes de bolsa y estafadores varios se dedican a eso de la meditación y el entrenamiento de la mente para estar siempre presentes y hacer que el mundo gire más rápido al son de sus cuentas corrientes.

Valga esto también para toda peña estresada que quiere desestresarse sin renunciar a la vida estresante que sueñan les conduzca, Mindfulness mediante, a una jubilación desestresada que al parecer no se logra sin haberse estresado lo suficiente.

Tenía recopilado un buen montón de artículos sobre los beneficios de la práctica milenaria ahora integrada en la lengua del Imperio, pero delegaremos el asunto a las aproximadamente 5.130.000 entradas que Google ha encontrado en 0,22 segundos. Lo dejaremos en que el Mindfulness es una herramienta para el bienestar y felicidad personales, pues permite alcanzar la paz mental y aplicar este estado a la vida diaria.

Dejado de lado el Mindfulness, nos centraremos en la vida diaria, en cómo una práctica que ha marcado el sino de tantas tradiciones espirituales del orbe, en especial del Oriente, se ha convertido en toda una superestrella del Poniente, que en su día fuera entrada a los infiernos y hoy vive bajo el lema “In God We Trust” impreso en un billete que rige sus vidas.

Dicen algunos que de un tiempo a esta parte la psicología se ha convertido en el puente entre la religión y el capitalismo neoliberal, reduciendo lo espiritual a una preocupación por la salud corporal y mental. Esta “psicologización” ha permitido, desde la década de 1960, convertir la espiritualidad en un negocio e integrarla en el sistema de consumo, bajo marcas cuyos productos garantizan la cura a los problemas derivados de una forma de vida competitiva y con propósitos meramente acumulativos.

Desde esta acción, la responsabilidad de tales males queda limitada a la esfera individual, y se sugiere que está en manos de cada cual recuperarse o no, pues se le garantizan las herramientas para ello; lo que parece bastante sensato, salvo por un defecto de forma: se exonera al sistema social establecido, o sea, se oculta el origen del problema; los individuos ya no se cuestionan la ideología en que viven, ni siquiera saben que existe una ideología, pues ésta les ha convencido de que no hay tal.

Las tradiciones espirituales incluyen un componente subversivo frente a lo establecido; sus iniciados tienen la fuerza para desafiar el conformismo y el individualismo desde sí mismos, actuando desde su conciencia en soledad; al contrario, conformismo e individualismo son los aspectos promovidos por las versiones occidentales donde no se tienen fuerzas para actuar si no es siguiendo las huellas de otros que garanticen que el terreno está asegurado.

Si hay que acudir a contempladores de sociedades en crisis, nadie como Ortega y Gasset contemplando aquella su nación de charanga y pandereta. En lasMeditaciones del Quijote, expone Ortega su visión sobre lo profundo y lo superficial, nociones que se muestran muy esclarecedoras de la situación actual, y que nos permiten comprender la evolución, o involución, del Mindfulness en cuanto que producto del mercado occidental.

Decía Ortega y Gasset que toda moral utilitaria es una moral perversa. El individuo poseído por ella se mantiene pasivo a merced de las circunstancias. Es un pelele en manos de fuerzas ajenas. No sólo se trata de alguien carente de valores, sino que se incluye a quienes guardan sus valores para tiempos mejores; porque la defensa de valores, incluso de los más elevados, no está reñida con la perversidad: “no deja de ser utilitaria una moral porque ella no lo sea, si el individuo que la adopta la maneja utilitariamente para hacerse más cómoda y fácil la existencia”.

Cuando una sociedad entra en crisis, pierde toda capacidad para lo profundo, pues sus individuos se convierten en “meros soportes de los órganos de los sentidos”: se limitan a ver, oír, oler, palpar, gustar; la vida se reduce a sentir el placer y evitar el dolor.

Y andamos en peligro de que esa invasión de lo externo nos desaloje de nosotros mismos, vacíe nuestra intimidad, y exentos de ella quedamos transformados en postigos de camino real por donde va y viene el tropel de las cosas

La atracción por lo superficial es en realidad una sumisión del pensamiento, una pasividad que se limita a tragar flujos ajenos. La profundidad, por el contrario, requiere un pensar activo, capaz no ya de percibir la superficie, sino de intuir su anverso donde reside lo oculto, pues lo profundo es, por naturaleza, ajeno a la mirada. Pero toda superficie contiene lo necesario para que la mirada la atraviese gracias al ejercicio intelectual, dilatándola en un sentido más profundo, dirá Ortega.

La meditación es el movimiento en que abandonamos las superficies, como costas de tierra firme, y nos sentimos lanzados a un elemento más tenue, donde no hay puntos materiales de apoyo. Avanzamos atenidos a nosotros mismos, manteniéndonos en suspensión merced al propio esfuerzo dentro de un orbe etéreo habitado por formas ingrávidas. Una viva sospecha nos acompaña de que, a la menor vacilación por nuestra parte, todo aquello se vendría abajo y nosotros con ello. Cuando meditamos, tiene que sostenerse el ánimo a toda tensión; es un esfuerzo doloroso e integral.

La negación de la profundidad implica la decadencia de la cultura, desde las artes que se frivolizan hasta las políticas que se desvalorizan. Cuando esto ocurre, la sociedad “cae de golpe en un hondísimo letargo y no ejerce más función vital que la de soñar que vive”.

En el orden de la cantidad, es la unidad de medida lo mínimo; en el orden de los valores, son los valores máximos la unidad de medida. Sólo comparándolas con lo más estimable quedan justamente estimadas las cosas. Conforme se van suprimiendo en la perspectiva de los valores los verdaderamente más altos, se alzan con esta dignidad los que les siguen. El corazón del hombre no tolera el vacío de lo excelente y supremo. Con palabras diversas viene a decir lo mismo el refrán viejo: “En tierra de ciegos, el tuerto es el rey”. Los rangos van siendo ocupados de manera automática por cosas y personas cada vez menos compatibles con ellos.

Se pierde entonces la sensibilidad para todo lo profundo; quienes nacen en tales circunstancias aplauden la mediocridad porque nunca tuvieron la experiencia de lo profundo. Desaparecida la excelencia, la inferioridad se extiende hacia las partes altas de la pirámide. Y aquí citaremos a Kandinsky, que se coló como quien no quiere la cosa entre las lecturas para preparar este artículo:

…como siempre han sido conducidos en el carro de la Humanidad  por hombres resueltos al sacrificio y superiores a ellos, ignoran todo sobre ese esfuerzo que siempre han contemplado desde una gran lejanía. Por eso creen que es muy fácil empujar y aceptan recetas que no se discuten y remedios que nunca fallan.

(Kandinsky, De lo espiritual en el arte)

Sirva la cita para pasar al siguiente asunto en aquello del Mindfulness. Si éste resulta superficial, no es culpa suya: la época toda es superficial. Su incapacidad para comprender se extiende también a la mirada hacia los otros, en la línea de la crítica que Slavoj Zizek hace del multiculturalismo: se trata de la tolerancia del diferente en la distancia, nunca como verdadero intento por comprender desde el contacto íntimo, que es rechazado de inmediato, sino como abstracción de la que se elimina lo negativo y se admite la diferencia siempre que concuerde con la imagen inventada que nos hemos hecho de ese otro, al que se le permite ser libre mientras ejerza esa libertad dentro de los gustos que se le han impuesto; es el respeto al colonizado a quien se le otorga carta de libertad siempre y cuando se deje colonizar.

Este multiculturalismo, en su superficialidad, no sería más que una manera de vivir con la culpa de tener que someter al otro, al diferente, para asegurar la continuidad de un sistema que existe porque devora, y que si no devora se viene abajo, como una bicicleta sin energía cinética.

Ese es el contexto en que las técnicas de meditación procedentes de Oriente fueron importadas a Occidente. Se cogieron prácticas de aquí y de allí, se las desvistió de la ética que las acompañaba, se ignoraron los principios que fomentaban y se sustituyeron por otros incompatibles, ignorando tal incompatibilidad.

Las amenazas ya no se destruyen, se vacían; ya no se mata, se zombifica. Destruir  y matar está mal visto; vaciar y zombificar significa dejar la superficie intacta, y el daño hecho a la esencia, en una sociedad ignorante de las profundidades, no se nota. Estamos ante una nueva versión de la película Matrix: Neo tiene que elegir entre la píldora azul y la píldora roja, lo que no sabe es que ambas píldoras han sido creadas por el mismo sistema del que pretende escapar; puede escoger qué fantasía de libertad quiere, si la de un integrado o la de un periférico, pero en ambos casos seguirá viviendo en Matrix.

Time-Mindfulness

Pasados los tiempos del Prozac, en una nueva época en que lo espiritual ha sido absorbido por la maquinaria del tardo-capitalismo más agresivo, el Mindfulness se presenta como un nuevo tipo de ocultación de la brutalidad, como nueva herramienta de un sistema que necesita que los humanos se comporten como brutos pero simulando que no existe tal brutalidad. En la simulación, se aplaza el enfrentamiento con la angustia que ni la pastilla ni la flor de loto pueden evacuar de la mente, pues el mal está en la raíz misma del modo de vida.

Decía Jung en un ensayo titulado El hombre moderno en busca de su alma que el mal de los tiempos que corren es la soledad que resulta de vivir entre multitudes, pues los muchos viven en la superficie parcelada e incomunicada que es la sociedad contemporánea, de espaldas al inconsciente en cuya profundidad se da la participación mística, la experiencia de conexión universal que, precisamente, se realiza en soledad. Hay una soledad negativa, nacida de las masas, y una soledad positiva, animada por el espíritu.

Mientras impera la cultura del grupo, basta la religión para expresar las energías psíquicas del colectivo y conservar la salud mental. Pero, una vez que la conciencia supera esa etapa en su camino irreversible de individuación, la proyección de lo colectivo, las consignas generales, ya no le sirven; la experiencia individual exige ser atendida en cada una de sus particularidades.

La psique siempre estuvo ahí, pero en las épocas de los mitos y de las religiones no hubo necesidad urgente de abordarla de una manera más concreta, explica Jung; pero hoy el camino espiritual evita los grupos y se detiene en los individuos. Y en el cambio se asoma el peligro: el ser interior marca una ruta que no satisface a la conciencia orientada al exterior, y ésta, apenas principiante, se exhibe con petulancia en una lucha perdida de antemano.

Sólo cuando se quiebre exhausta, se girará para conversar con quien siempre la acompañaba pero a quien siempre ignoraba; y así conocerá las figuras sombrías que, a primera vista, le resultarán incompatibles con la ingenua imagen soñada que es la personalidad. A partir de ahí, comienza un camino que de lo psicológico, entendido como recetario para amoldarse al mundo, ha de desembocar en grutas más profundas, hacia la individuación.

Pero el hombre moderno no está dispuesto a ello. Su conciencia aún no se ha quebrado lo suficiente. Por hacer analogía con las fases del duelo de que hablara Elisabeth Kübler-Ross, aún hay energía para la negación y la ira. Quizás esto del Mindfulness sea un reflejo del comienzo de la negociación consigo mismo, como bien podrían serlo tantos otros reflejos agrupados bajo la denominación de Nueva Era que, aún lejos de la aceptación, incluso del dolor que emana cuando se reconoce lo inevitable, se ven manipulados por un sistema que no les permite escapar hacia dentro.

Cada paso dado en la dirección que marca la cultura occidental es un paso hacia el aislamiento, no sólo espacial, sino también temporal. Esto forma parte del desarrollo de una conciencia que pasa por un estadio en el que el individuo se desvincula de cualquier pasado y desatiende el futuro en pos de vivir el presente.

Pero, a diferencia de la presencia que requieren las tradiciones espirituales, el de estos grupos es un presente sin profundidad, carece de cimientos y se resquebraja. No logra sumergirse lo suficiente y flota atolondrado por lo de fuera.

El fracaso está nuevamente garantizado.

Pero que no cunda el pánico: nuevas soluciones vendrán… with Time.


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