¿Qué es el minimalismo?
El minimalismo se refiere a cualquier cosa que haya sido reducida a lo esencial, despojada de elementos sobrantes. En publicidad esto es fundamental. Cuando una idea es lo suficientemente comunicativa como para prescindir de todo lo demás, habremos llegado a la excelencia.
Nació como una corriente artística en Estados Unidos, durante la década de los años 60. Se caracteriza por el empleo de los elementos más básicos y la economía de recursos en sus composiciones: simplicidad cromática, geometría rectilínea y lenguaje sencillo. De allí su principal axioma, “menos es más”, de Ludwig Mies van der Rohe.
Su aplicación al mundo de la publicidad fue encabezada por algunos de los grandes publicitarios de la historia, pero recordemos cómo era el contexto publicitario antes del nacimiento de esta tendencia.
A finales del siglo XIX, principios del XX, la imagen en publicidad se limitaba a actuar como llamada de atención (“cazamiradas”, que decían). No se le reconocía capacidad de transmisión de información, para lo cual se empleaba exclusivamente el texto. De ahí, que los anuncios tuvieran una presencia relativa de este elemento muy superior a la imagen. Unos años más tarde, ya en los años 30, algunos publicitarios como Hopkins, ya le reconocían a la imagen capacidad de transmisión de información, pero sólo cuando podía expresar mejor el concepto que el mismo espacio destinado al texto.
La revolución creativa
Llegamos a los años 60, los años dorados de la publicidad, en los que empiezan a enfrentarse a los problemas derivados de la saturación de anuncios. Así, empezó a utilizarse un concepto que se conoció como “Gran Idea”. Su primera consecuencia fue la reducción significativa de la extensión de los textos de los anuncios, mejorando su eficiencia comunicativa. Además, empezaron a surgir eslóganes brillantes, muy llamativos, pero breves, que junto con las imágenes transmitían el mensaje. Y todo ello, sumando a la ecuación un toque de humor como género publicitario: llegaba la publicidad divertida. La buena publicidad debía ser inteligente y entretenida.
Así se fraguó la que se ha llamado la “Revolución Creativa”, encabezada por profesionales como Leo Burnett (Leo Burnett Worldwide), David Ogilvy (Ogilvy & Mather); y Doyle, Dane y Bernbach (DDB). Fue precisamente en DDB, con Bill Bernbach a la cabeza, donde se crearon obras como la ya famosa pieza “Think small”. Demostró que lo simple funciona y que no hace falta recurrir a imágenes recargadas de ornamentos y textos eternos.
A partir de este momento, la forma de comunicar cambió drásticamente. Las soluciones simples pasaron a ser más utilizadas. Son las más creativas y las más complejas de lograr, paradójicamente.
Algunos ejemplos de minimalismo
A lo largo de los últimos años hemos podido observar esta tendencia minimalista en el mundo de la publicidad. En general: rediseñar los logos hacia formas más básicas, eliminación de efectos 3D, colores más básicos y concretos. A partir del minimalismo (y de otras tendencias como Bauhaus y el Estilo tipográfico internacional) se han desarrollado otros estilos como, por ejemplo del flat design.
Coca-Cola, Burger King, Apple y Microsoft, entre otros, son algunas de las marcas adheridas al movimiento minimalista. Los embalajes y packagings están cambiando, la identidad gráfica se ha visto reducida, copys publicitarios más breves.
Así, conseguimos impactar en la mente del consumidor con un mensaje que llega en un solo impacto. Hacemos que se reflexione sobre él y se mantenga en la memoria. Este resultado, a fin de cuentas, es el objetivo que busca toda marca.
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