Una semana más, hemos tenido un nuevo pedazo de episodio de El ministerio del Tiempo y, encima, con la alegría de que la han renovado para una segunda temporada, ¡yupi! =D Esta semana, por cierto, hemos viajado a los 80 madrileños en un episodio que, en mi opinión, ha sido el más flojo, pero que aún así ha molado cantidad. Es que, claro, con los dos último el nivel estaba taaaan alto que se nota, pero, vamos, que es como pasar de un 10 a un 9'6.
Me dejo de divagar y voy ya con la crónica.
Todo comienza con un vídeo del doctor Jiménez del Oso, que vendría a ser el Íker Jiménez ochentero. Bueno, en el vídeo nos cuentan el misterio de la casa de las siete chimeneas que se supone que está encantada. Dos cosas: una, mola mucho porque en los programas especiales de Víctor Ros ya hablaron de este tema y eso me parece guay; dos, la aparición de la que habla Jiménez del Oso es ni más ni menos que Irene, que fue captada mientras estaba en una misión, buscando algo.
Irene: Estaba ahí, cantando 'Quien maneja mi barca', de ahí que crean que el fantasma se daba golpes en el pecho. Si es que soy una cachonda, ainss... ¿Queréis que os cante un poco? Eh, que la clavo.
A Irene le hace gracia el tema y, de paso, deja caer que está casada con una doctora, algo que a Alonso no le entra demasiado en la cabeza. Tú tranquilo, Alonso, que si el padre de Torquemada se ha adaptado, tú también puedes, ¡vive Dios que sí! Se lo digo en su español, porque es evidente que Alonso de Entrerríos me lee, xD.
A Salvador no le parece tan gracioso y aprovecha para reñir a Alonso porque su rescate épico de Ernesto ha dejado de resultado un dibujo medieval de lo más molón. Alonso se parte la caja hasta que Salvador le dedica una de sus miradas de jefazo, antes de informarles de la misión: deben recuperar el recibo del Guernica porque el museo MoMa no parece muy por la labor de devolverlo a España como debería haber pasado en el 81. Según informa Salvador, hay tres copias del recibo:
1) La del gobierno republicano, que encargó el cuadro.
2) La de la embajada francesa, que era lo que estaba buscando Irene.
3) La del propio Picasso.
Todo esto es interrumpido por Velázquez, que está que no caga con conocer a Picasso, pero Salvador se lo niega siempre y ya está hasta las narices. Le larga muy bruscamente, dejando claro que son el mejor dúo cómico de la serie y manda al trío a por el primer recibo, que se perdió en 1939.
Salvador: Ya se lo tengo dicho, Velázquez, ni puede ir a conocer a Picasso, ni al futuro a saber quién sobrevive en Juego de tronos.
Me ha hecho mucha gracia ver a Ernesto partiéndose la caja con la escena y por eso pongo la captura.
El problema es que cuando van a colarse en la habitación del funcionario que lo perdió, hay una alarma antiaérea, así que deben refugiarse en el sótano del hotel hasta que la amenaza pase. Mientras, Julián aprovecha para contarles a sus compañeros el significado del Guernica y hablarles de la Guerra Civil, lo que escandaliza a Alonso. Éste opina que no es de extrañar que España haya dejado de ser un imperio porque siempre tuvo mejores soldados que dirigentes. Toma los zascas que meten en esta serie, olé, qué ídolos.
Bueno, al abandonar el refugio descubren que ha habido un pequeño incendio en varias habitaciones, entre las que se encuentra la del funcionario. Uh, qué casualidad.
De vuelta al despacho de Salvador, éste decide que tienen que ir a por el segundo recibo. Como Irene lo intentó encontrar dos meses después de su llegada y es probable que se traspapelara (que para eso estamos en España), Salvador propone que el trío consiga la valija y así no puede perderse. Alonso pregunta que por qué no acudir al propio pintor, pero Salvador dice que es un lío tremendo porque Picasso tenía un lío de tres pares de narices con mujeres, amantes e hijos. Julián se pregunta si todos nuestros genios son unos pichabravas y Salvador cree que tiene razón, xD.
Alonso (pensando): Como se nota que soy un genio español... y soy un truhán, soy un señor, larara...
A Julián no le hace mucha gracia tener que partir, pero Salvador le tranquiliza diciéndole que podrá celebrar el cumpleaños de su padre. Colega, Salvador sabe todo. Qué poderío de hombre, madre mía. Julián, evidentemente, alucina también, pero Salvador le dice que mal jefe sería si no conociera a sus trabajadores. En esas, salen del despacho y Velázquez está esperando para insistir en el tema Picasso, aunque únicamente consigue que Salvador le amenaza con enviarle a pintar bisontes a Altamira. Oh, yo eso lo veo, sobre todo si se cruza con el funcionario que siempre va a la prehistoria y se quejaba de eso. En serio, yo montaba un spin-off de Velázquez en cero coma.
Amelia le indica a Salvador que ella se encarga y aconseja al pintor que no sea tan insistente. Velázquez, entonces, le explica que Picasso es el mejor porque hay quien pinta abstracto porque no sabe, pero no es el caso de Picasso, que sabía pintar la realidad como nadie. Jo, en serio, Velázquez en plan fanboy de Picasso es amor, al igual que lo es Amelia al prometerle que le tendrá en cuenta si necesitan ayuda.
Tras que Julián se reúna con sus padres, que son un par de heavilongos con pintas de simpáticos, vuelve al ministerio para viajar a los 80. Y si Amelia está muy mona con el pelucón rubio de zagal, Alonso es lo mejor de lo mejor al ir con estas pintas:
Alonso con esas pintas es de lo más grande del episodio, en serio.
A Alonso no le mola nada ir así, pero los demás le ignoran y les explican que se alojarán en un piso franco donde encontrarán ropa y documentación necesaria para su misión. De camino a la puerta, Irene le dice que a lo mejor se pasa una chica preguntando por ella, lo que a Julián le hace mucha gracia. Según Irene no hay noches más divertidas que las de los 80 y que, además, en este año no tenía ningún compromiso: su marido de los 60, cuando la reclutaron, ya estaba muerto y luego se casó con la doctora en el 2012. A Julián le parece trampa, pero Irene está muy contenta con el tecnicismo. Por cierto, yo necesito un episodio centrado en Irene y su vida, que sabemos muy poquitas cosas y parece muy interesante.
Una vez están en el piso franco, Alonso se da cuenta de que es el mismo sitio donde él vive en su época y les da muy mal rollo a todos. Bueno, quizás es porque veo mucho Doctor Who, pero tiene lógica: si el Ministerio posee pisos francos y pueden viajar por el tiempo, es lógico que la usen en distintas épocas.
Además de la ropa y las acreditaciones, encuentran información, que Amelia revisa, mientras los chicos pasan el tiempo. Alonso aprovecha para decir que lo de la Guerra Civil le parece fatal, pero Amelia le hace ver que no es tan raro que en España la gente se enfrente entre sí. Están hablando de eso cuando ven en la televisión que el recibo del Guernica no llegará al día siguiente, como se suponía, sino un día después. Eso les mosquea y es entonces cuando, revisando la noticia de los documentos del Guernica en un periódico, Amelia descubre que un hombre que estaba en el hotel de 1939 sigue igual en el 81, así que deducen que es un viajero del tiempo.
Ay, la cara de concentración de Alonso con la tele, por favor.
Cuando informan a Salvador, Irene y Ernesto de lo sucedido, el primero decide que, además de conseguir el recibo, deben hablar con ese hombre, Walcott. Por eso, les dice que se queden en el piso franco a la espera. En su despacho, los tres jefazos se preguntan cosas como si Walcott sabe si ellos viajan en el tiempo, cómo ha aparecido en Suiza (Ernesto cree que ha podido coger un avión en España) y si los Estados Unidos tienen un equivalente al Ministerio.
En el 81, el trío estrecha lazos hablando, viendo la tele (yo soy muy fan de Amelia y Alonso gozando como críos con Torrebruno), leyendo revistas de la época y jugando (muy fan de los chicos jugando al fútbol con papelitos). En cuanto reciben órdenes de que la misión será al día siguiente, Julián decide saltarse las normas y salir a dar una vuelta por su barrio. A Alonso no le hace ninguna gracia que se salte las reglas tan a la ligera, pero a Julián no le importa y Amelia decide acompañarle para cangurearle. Y yo creo que porque Julián empieza a molarle en serio.
El problema es que, de pronto, se topan con una niña... que resulta ser Maite. Julián se pone a jugar con ella, tan emocionado, mientras Amelia se pone tensa y yo creo que esta trama se les está yendo un pelín de las manos. Jolín, es muy creepy, en serio.
Una vez se despiden de la niña, Amelia le dice que no es buena idea escarbar en el pasado o en el futuro y está a punto de contarle lo de la lápida, pero no puede básicamente porque Julián va totalmente a lo suyo. Al ver que esa noche hay un concierto de Leño, Julián decide llevarse a Amelia que fan, lo que se dice fan, de Leño no es. De hecho, Amelia dice que tienen que irse temprano, pero Julián no quiere irse y, claro, ya sabéis lo que dicen: karma is a bitch.
En este caso, Julián ve a su padre y, cuando se acerca, lo ve dándose el lote con una mujer que no es su madre. Amelia intenta convencerlo de que se largue, recordándole que en el 2015 siguen casados, pero Julián entra en brote y teme que, al igual que ocurre con el Guernica, su futuro cambie y acaba siguiéndolos al servicio, donde les monta el numerito para cortarles el rollo, haciéndose pasar por secreta.
De vuelta al piso franco, Alonso cree que la ha cagado, pero a Julián, de nuevo, le da igual y está a punto de irse, a pesar de que tienen que ir a por el recibo. Aprovechando que Alonso va a abrir a Irene y Ernesto, Amelia le dice a Julián que no puede seguir haciendo eso, jugando a ser Dios y rompiendo las reglas. Julián se excusa diciendo que el Ministerio lo hace cuando le viene bien, como cuando salvaron al rabino. Hombre, Julián, igual, igual, la cosa no es: que si los viajes en el tiempo público se liaría parda a nivel mundial y lo de tu padre pues como que no.
A todo esto, en el Ministerio el pobre Velázquez sigue interesado en Picasso y la misión, así que le pregunta a Angustias. La mujer le explica que han ido Irene y Ernesto a ayudarlos, pero que lo deje correr porque Salvador no le dejará ir. Sin embargo, Velázquez no se da por vencido e incluso se ofrece a poner la cara de Angustias en uno de sus cuadros. Angustias sólo se quiere tomar el té tranquila y, de hecho, dice no entender la insistencia con Picasso, si sólo hace garabatos, lo que ofende a Velázquez que se marcha más cabreado que si Angustias le hubiera pegado. Algo que, a juzgar por su cara, ha hecho a propósito. Será malvada.
Aunque reconozco que la admiro, por ser maligna y tal.
De vuelta al 81, el equipo al completo va al aeropuerto uniformados para pasar desapercibidos. Así, mientras Irene y Ernesto van a por el americano (éste no les ha visto en el 39, como sí que ocurrió con el trío), Amelia y Julián va a por la valija para conseguir el recibo. Cuando los primeros consiguen que Walcott les acompañe, lo llevan a un aparte, donde Alonso les está esperando con cloroformo, que deja al americano grogui en cero coma. Evidentemente, Alonso se hace fan del cloroformo.
Sin embargo, la otra parte de la misión no va tan bien como la de hacerse con Walcott, ya que Amelia y Julián no logran dar con el recibo. De hecho, la caja donde estaba tenía los precintos rotos y no había ni rastro del recibo.
Por eso, una vez en el Ministerio Salvador y Ernesto interrogan a Walcott, pero lo único que le sacan es que llamen a la Embajada y que tiene inmunidad. Sin embargo, a Salvador lo de la inmunidad se la trae al pairo. Walcott, de hecho, se pone chulito y empieza a meterse con los españoles. Mala idea, porque Salvador puede ser muy, pero que muy chungo cuando quiere y, de hecho, tras hacerle un zas al comunicarle que ellos también viajan por el tiempo, lo envían a una pintoresca cárcel en Huesca en 1053.
Si es que cuando se ponen chungos, yo fangirleo mucho.
Por su parte, Julián sigue yendo a lo suyo y va a buscar a la chica que estaba con su padre y le dice que éste tiene una familia y que no la dejará. La muchacha no lo ve así, cree que el hombre la quiere de verdad porque no le oculta nada, pero Julián le dice que le hizo lo mismo a su hermana, rompiéndole la patata a la pobre chica.
De vuelta en el ministerio, Salvador está en brote porque le parece fatal que se privaticen los viajes en el tiempo, cuando repara en que Julián no está. Amelia le cubre, pero Salvador es Salvador y se da cuenta de la maniobra, aunque no dice nada. En su lugar, explican que el MoMa ha contratado a Walcott para borrar las pruebas que acrediten que el cuadro pertenece a España y así no devolverlo. Alonso se ofrece a encargarse de Walcott, porque le parece que el ministerio es muy blando, pero Salvador le saca de su error al contarle el destino de Walcott.
Entonces, a Amelia se le ocurre una idea: falsificar el recibo. A Irene le parece muy español, mientras que a Salvador no le parece tan sencillo. Ernesto comenta todos los problemas que tienen: el papel, la máquina de escribir y la firma. Sin embargo, Amelia es muy lista (y un amor, todo sea dicho de paso) y lo tiene todo pensado. Salvador, un poquito exasperado, dice que, al menos, alguien sacará algo de todo eso.
Y es que envíen a Velázquez a la Barcelona de 1899 para hablar con un Picasso yogurín y es la mejor escena del episodio. Seriously. Los dos pintores se ponen a hablar de Madrid, del museo del Prado y Picasso dice que lo que más le gusta del Prado es Goya. A Velázquez le pone triste que Picasso hable tan bien de Goya, pero entonces Picasso dice que Velázquez es el mejor y se pone a alabar Las Meninas y Velázquez se emociona un montón.
Yo con estos dos me muero de amor. En serio.
Velázquez, entonces, le dice que no mire tanto al pasado, que él es el futuro y que un día su firma valdrá millones por lo que le queda por hacer. También le pide como favor que le dé un autógrafo, para cuando sea famoso. En serio, estos dos son amor del bueno y yo estoy enamorada de esta escena.
Por otro lado, cuando Julián vuelve al ministerio, Ernesto le está esperando para llevarlo ante Salvador. Julián justifica su ausencia diciendo que ha ido a comprar un vinilo para su padre y Ernesto le recuerda que está prohibido traer cosas de otras épocas. Salvador le deja quedarse con el disco, pero le echa igualmente la bronca: puede perdonar cualquier cosa, menos que deje a sus compañeros tirados. De hecho, está claro que Salvador sabe todas las veces que se saltan las normas (porque Salvador lo sabe TO-DO visto lo visto), pero sólo le ha llamado la atención esta vez. Que, por cierto, Salvador me ha recordado muchísimo a Kakashi, que también tenía esa filosofía de vida. Pero, vamos, cosas mías.
Después, Julián a la cafetería donde se encuentra con Irene. Ésta le pregunta si ha vuelto a hurgar en su pasado, lo que hace que Julián se ponga a la defensiva. De hecho, Julián se pone bastante desagradable con Irene, echándole en cara que vaya a ligar al pasado, pero Irene es una ídola y tan tranquila le dice que debe ser discreto, que no deje que nada se interponga en las misiones y que no es más que nadie, que el mundo no se para por su dolor y que debería seguir adelante con su vida. Toma lección de vida y de clase que da Irene, por cierto, que Julián hoy está muy, muy pesadito en plan drama king. Irene también le dice que, si necesita ayuda, ahí la tiene.
Tras que Velázquez vuelva con la firma, Amelia dice que necesitan una puerta que les lleve a los años 30 para conseguir una máquina de escribir de la época. A Ernesto se le ocurre que usen el cuarto de fumadores, que en realidad es una puerta que lleva a la salida de incendios de un teatro de Vitoria, que los funcionarios usan para fumar desde que prohibieron hacerlo en las oficinas. Claro, no tienen que cambiarse de ropa ni nada, porque todo pasa por un ensayo.
Entonces vemos a unos cuantos funcionarios, vestidos de forma de lo más dispar, hablando de Messi e Iniesta, mientras fuman. El trío llega, justo cuando un matrimonio pasa por ahí y preguntan qué obra están preparando. Un funcionario responde que un Shakespeare y se queda tan pancho. En serio, muy fan del cuarto de fumadores, que salga más.
El trío va a unas oficinas, donde Julián usa la máquina de escribir, siguiendo las indicaciones de Amelia. Una vez tienen el recibo hecho, lo meten todo en un sobre que envían a Irene, por lo que debe ir a 1981, algo que parece un castigo para ella. De hecho, a Irene le falta irse bailando la conga. En el 81, Irene liga con una chica, a la que se lleva al piso franco, donde, al día siguiente, recibe el sobre con el falso recibo del Guernica.
En cuanto Irene confirma que todo ha sido un éxito, Salvador felicita a Amelia, ya que si el Guernica sigue en España es por ella.
Julián, por su parte, vuelve a ver a su padre para regalarle el disco de Leño por su cumpleaños. Al ver a una adorable pareja de ancianos, Julián se entristece porque se imaginaba así con Maite. Su padre le dice que él también se imaginaba así, pero no con su madre. Julián intenta que su padre no hable del tema, pero el hombre le cuenta que se enamoró de una chica, estando en una mala racha con su esposa, y que, aunque le gustaría contarle que fue él quien cortó, fue ella. Y que nunca supo por qué, de hecho nunca la volvió a ver. El hombre también le dice que siempre ha querido mucho a su esposa, que Julián es lo más importante, pero que no hay día que no piense en la chica.
Padre de Julián: Oye, ¿te he contado alguna vez que me casé con Ana Obregón y todo? Bua, hasta tenía 7 hijos, ya ves lo que cambia la vida.
Todo este tema deja muy tocado a Julián, que se arrepiente de no haber hecho caso a Amelia, ya que no sabe si hizo lo correcto o lo que él quería que fuera correcto. Amelia le consuela y también habla de su madre. Julián hace una comparación de las madres con las rosas de El principito que, claro, Amelia no sabe lo que es, así que Julián promete regalárselo. Eso es amor, sólo para que conste, aunque Julián no se dé cuenta ahora mismo, es amor. Punto.
En esas, llega Alonso para pedirles que vayan a contemplar su triunfo, así que los tres van a ver el Guernica en una escena muy bonita. Julián le cuenta a Amelia cosas del Guernica, ya que era el cuadro favorito de Maite y ella se lo contaba. Entonces dice que a Alonso seguro que le siguen pareciendo cuatro muñecos mal pintados, pero Alonso ha cambiado de opinión y se quedan mirando el cuadro los tres juntos.
Me ha gustado mucho el amor al arte que se respiraba en este episodio, así, en general y sobre todo la escena del museo ha sido muy emocionante. Me ha recordado a ese precioso episodio de Doctor Who con Van Gogh, en el buen sentido, claro.
Eso sí, aunque este capítulo me ha gustado mucho, yo creo que ha sido menos genial de lo habitual por lo mucho que han incidido en el egoísmo de Julián. Está claro que Julián no está en el Ministerio por ayudar, como sí les ocurre a Amelia y Alonso, sino para seguir atado a Maite lo que, en serio, empieza a ser preocupante. Y, la verdad, a mí Julián me gusta cuando es aventurero y divertido, cuando se pone en plan intenso me carga un poco, sobre todo porque sus propios dramas arrasan con todo: no ha escuchado a Amelia en ningún momento, ha habido fricciones con Alonso y les ha dejado tirados.
Esperemos que tanto la conversación con Irene como las dudas que él mismo se ha sembrado (¿su padre se habría quedado con ellos de todas maneras o no? ¿Le ha hecho infeliz? ¿Ha acabado idealizando a Raquel porque se largó sin más y no fue él quien cortó la relación?) sirvan para que Julián avance y empiece a dejar atrás a su difunta mujer y esa obsesión con alterar su propio pasado.
Además, las historias de los demás no están tan explotadas como ese aspecto de Julián y encima me parecen mucho más interesantes. De hecho, hay personajes como Salvador o Irene o Ernesto de los que aún desconocemos muchas cosas.
El próximo episodio pinta muchísimo mejor que este, ya que parece que Irene va a salir un montón, el trío se topa con el Lazarillo de Tormes, sigue la trama del americano y vuelve Lola. Vamos, que parece que viene muy, muy cargadito y eso mola mil.