Ayer Rodolfo Sancho volvió a El ministerio del tiempo con la primera parte de un episodio doble, que ha sido tan curioso como molón. Y es que, por un lado, era como una película de guerra y, por otro, íbamos viendo lo que pasaba en el Ministerio mientras tanto. Así que como han pasado muchas cosas, no me entretengo y voy con el análisis.
El episodio comienza con esa escena de hace un par de episodios donde Torres despacha a Salvador (la muy puta, grrr) y luego él, al quedarse a solas, llama a Julián para advertirle de que saben dónde está, que debe marcharse y que ya no puede hacer más por él porque le obligan a irse. Entonces Julián, que está en Cuba en 1898, recoge sus cosas y huye, mientras son atacados por los yankis.
Dos meses después, Julián llega a Manila, donde empieza a ejercer de enfermero y se da cuenta de que el problema es que España básicamente los tiene olvidados y ni se preocupa de alimentarlos en condiciones. De hecho, según un amigo cartero de Julián, la mayoría se muere más por enfermedades que por balas.
Julián con el pijama de rayas (cantando): Mi mono Alonso y yo vivimos mil aventuras...
Están hablando cuando viene una urgencia y Julián, para sorpresa de todos los presentes, le salva la vida a un hombre realizando una traqueotomía, lo que no existía en aquella época. Como Julián es un pro de las referencias, cuando le preguntan sobre el procedimiento, no se le ocurre nada mejor que explicar que vio al doctor House hacerla en Madrid. Ay, que me da. Julián puede ser un intenso de la vida, pero para las referencias es el mejor.
Mientras, en el Ministerio a Salvador le están echando la bronca por el desorden que hay en el tema cuentas y le avisan de que le van a inspeccionar. Salvador está acompañando a la salida a la responsable de la bronca, Marisa, cuando se topan con Irene y Ernesto y queda claro que entre éste último y ella ha pasado algo. De hecho, hasta Salvador se ha dado cuenta, que le pide que haga lo que sea para relajarla, pero al parecer sería muy mala idea.
Total, que de cara a la auditoria Salvador decide poner a todo el Ministerio a trabajar como locos. Por eso, la patrulla acude al despacho del jefazo, donde ven salir a una pareja de funcionarios quejándose porque les han expedientado por escribir mal un informe. Lo más molón del asunto es que los funcionarios son Begoña Maestre y Javier Collado, es decir, mi Héctor Perea de mis amores, que encima sale muy guapo. Brevemente, pero muy guapo. Ainss. Ey, podrían traerlos de vuelta algún episodio en plan en serio, que ambos actores molan mucho y yo llevo MUCHO tiempo sin ver a Javier Collado en condiciones. Just saying.
Funcionaria-Begoña Maestre: Pues aquí estoy, de casting y eso, como me cierran el chiringuito...Un día me tiraréis piedras por mis chistes malos y me los mereceré.Mientras voy a contemplar al señor Collado, tan guapo él, ainss :3
Bueno, que me sale la vena fan y me pierdo. Cuando la patrulla entra al despacho, Salvador les pone al día de su nueva misión: la inspección de trabajo. A Alonso el tema le suena a chino, así que Salvador les explica la situación y les indica que tienen que dejar todo limpio y reluciente y Alonso se nos cabrea porque, claro, ¿cómo va a acabar el gran Alonso de Entrerríos, el Cid 3.0, pasando el mocho? Ay, Alonso, si es que eres tan genial, ainss.
Alonso: Antes muerto que ponerme a fregar, así de claro os lo digo.Pacino (pensando): ¡Mierda! Se me revela el servicio, voy a tener que ponerle Downton Abbey para que aprenda.
Tras que Salvador aclare a qué se refería, les reparte las tareas: los chicos van a catalogar las puertas, mientras que Amelia va a supervisar los informes. A Amelia el reparto no le mola, pero también es cierto que está bien pensado.
Otros que están ocupados con el papeleo son Ernesto y Angustias, que están En busca de la factura perdida y lo que más encuentran son dibujos de Velázquez. Bueno, eso y una carta a Ernesto, que Velázquez uso para pintar. Lo importante es que en la carta le indican a Ernesto que tiene un hijo secreto. Claro está, Ernesto alucina y Angustias se nos queda con cara de póquer porque ha leído lo importante.
Ernesto: ... ¿Hasta dónde has leído, Angustias?
Angustias: Pues... hasta la no firma y... bueno, también he pillado el diario de Salvador y las cartas de unos funcionarios... pero eso no ha sido culpa mía, sino del tórrido romance que mantuvieron en Altamira. ¡Engancha mogollón!
Ernesto se pone a seguir buscando para saber algo más sobre la carta, pero no encuentra nada y el pobre se desespera, aunque al menos Angustias le promete guardarle el secreto.
De vuelta en Manila, Julián está visitando al paciente al que le ha salvado antes y que está más que sentenciado, el pobrecito. Como se caen bien y el paciente no tiene pinta de sobrevivir, éste le pide a Julián que le lleve un camafeo de su familia a su esposa, de la cual le enseña una fotografía. El paciente habla de su esposa de forma muy emotiva y vemos que a Julián el tema le toca la patata y yo voy a pensar que está pensando en Amelia porque soy más feliz así y porque yo lo valgo.
Una vez que el chico muere, Julián decide ir a cumplir su promesa, así que se dirige hacia la aldea donde está María, la mujer del difunto, junto a su amigo cartero.
A todo esto, en el Ministerio, Amelia está repasando los informes y, claro, se acuerda de Julián e Irene lo ha notado. Por eso le dice que está bien recordar a la gente del pasado, pero le aconseja que viva de cara al futuro. Amelia, entonces, comenta que le gustaría estar probando puertas, cuando llegan Zipi y Zape trajeados y extrañados, porque han ido a una clase y los alumnos se han reído cuando el profesor ha dicho "decíamos ayer".
Amelia flipa al reconocer que han estado en la primera clase de Unamuno y está a punto de ahostiarlos, porque ni uno ni otro lo reconocen. Entonces, entre las dos les cuentan su historia para que comprendan el chiste, aunque los chicos no parecen ni pillarlo, ni apreciarlo, lo que cabrea aún más a Amelia.
Cara de "los voy a ahostiar vivos por lerdos".
Por la noche, en Manila, el cartero encuentra la foto de bodas de Amelia y Julián y le comenta lo guapa que es ella, algo con lo que Julián coincide. También dice que es muy lista y, ojo, reparemos en un detalle: ¡Julián lleva la foto de bodas con Amelia! O sea, ¡hostia! No una de Maite, sino una de Amelia. ¿Es esto un indicador de que Julián, el triste viudo ha pasado a la historia? Que no digo yo que vaya a tirarse de buenas a primeras en brazos de Amelia, pero si ha olvidado a Maite, tiraré fuegos artificiales.
Por cierto, su amigo aprovecha para enseñarle la foto de su princesa y... a ver cómo lo digo finamente, pues que parece la princesa Fiona, básicamente. La cara que se le queda a Julián no tiene precio. El cartero, entonces, le dice que son afortunados porque no hay nada peor que no tener a nadie para compartir las penas y las alegrías.
Julián entonces se tumba y vemos como, en su tiempo, Amelia sigue repasando el expediente de su segunda misión, cuando conoció a Lope, lo que hace que recuerde a Julián. Amelia acaba cogiendo el teléfono móvil, como dudando si llamarle, justo cuando Julián hace lo mismo. Eh, tíos, esto no es justo, que yo estaba tan contenta con los avances Amelia/Pacino y ahora me dan esta escena, que les ha quedado muy bonita.
Al día siguiente, en el Ministerio, el pobre Ernesto está casi penando por los pasillos (él también tiene muchos feelings right now) e Irene se preocupa por él, así que le propone tomar un café. Parece que la normalidad ha vuelto entre el equipo, por cierto. Bueno, Ernesto no acepta y sale pitando para encontrarse con Marisa que, a su vez, está instalando a sus hombres en el despacho de Salvador.
Ernesto le pide a Marisa que tome un café con él para hablar, lo que hace que ella le mire con aire suspicaz, aunque le sigue. Ernesto, entonces, intenta mantener la típica charla cordial-preludio de la gran pregunta, pero ella le corta y deja entrever que Ernesto no es que la hiciera muy feliz que se diga. Ernesto le cuenta lo de la carta y Marisa le dice que no es ella, además de sorprenderse de que sea un galán que tenga que ir novia por novia preguntando. Marisa, no estás sola. De hecho, yo estoy alucinando con esta faceta de latin lover de Ernesto. ¿Les inyectan Axe en vena en el Ministerio o algo así porque menuda panda de seductores que hay en ese edificio?
Ernesto: No soy un pichabrava, que conste.Pero, entonces, ¿por qué no sabes quién es la madre de tu hijo? ¿Qué eres? ¿Ted Mosby?
Representación gráfica de mi persona desde que se ha sabido la bomba y desde que Ernesto no sabe quién es la madre.
Por su parte, Alonso está paseando tan contento por la ciudad, cuando se da cuenta de que llega tarde porque, al parecer, el espacio-tiempo transcurre distinto para Alonso dependiendo de en qué época esté.
Alonso se topa con una manifestación para impedir que desahucien a una pobre mujer, cuando se fija en que una de las instigadoras es exactamente igual a Blanca. Alonso flipa pepinillos, como para no, aunque logra reaccionar cuando la policía interviene. Y como Alonso es Alonso, se tira a lo kamikaze a defender al doppleganger de Blanca, que se llama Elena, y se lía a hostias como sólo él sabe hacer. ¿Resultado? Alonso es detenido, pero Elena se fija irremediablemente en él. Como para no.
De vuelta en 1898, el cartero deja a Julián en una aldea que tiene cuatro chozas y una iglesia y, dado que estamos en Filipinas, podemos levantar carteles de neón que digan: ¡qué mal rollo, qué mal rollo, Julián pírate de ahí! Julián, por cierto, no es muy bien recibido en la aldea, ya que El Bola le da la bienvenida a punta de bayoneta.
En el presente, Pacino sigue con su táctica pico y pala para seducir a Amelia y la convence para que le acompañe a examinar puertas. Amelia dice que tiene mucho trabajo que hacer, pero Pacino resulta muy tentador, así que se tiran a la aventura. A Pacino no le preocupa dónde puedan acabar, al menos hasta que Amelia apunta todas las posibilidades horribles que se le ocurran, aunque no por eso se detienen.
A mí Pacino me mira así, mientras me propone planes y acabo así.
Al cruzar la puerta, descubren que están dentro del Ministerio. Lo malo no es eso, sino que se cruzan con la patrulla original en plan decimonónico, con sus pelucas blancas (y Alonso protestando porque él ya tiene su propio pelo), que vimos en el séptimo episodio de la primera temporada. Amelia se esconde, sobre todo porque Julián está siendo muy mono con su yo pasada (por si la pobre muchacha no tenía suficiente con los informes) y encima Pacino finge salir de una puerta para conocerlo, lo que hace que Amelia acabe yéndose rebotada.
De hecho, lo acaba pagando con él de forma pasivo-agresiva y Pacino le explica que le ha sorprendido ver a Julián así, de golpe. Eso sí, como Pacino es muy espabilado consigue darle la vuelta a la tortilla y convencer a Amelia de que vaya a su casa a ver Historias para no dormir. Hasta le ofrece palomitas, que Amelia no sabe qué es, pero que le debe sonar bien, porque se ve que la palabra le choca.
En 1898, Julián es llevado ante los responsables del campamento, que quieren saber quién es Julián y qué hace ahí. Por cierto, además del El Bola, están el Teniente Coronel Armenteros de Amar en tiempos revueltos, el malo de Gran Hotel (que es el que no se fía de Julián) y uno que salió en Puente Viejo para morir (información ofrecida por mi señora madre). Total, que tras mucho divagar, deciden que Julián puede quedarse hasta el día siguiente. Entonces, entregará la joya y partirá. No, Julián, vete ahora. ¡HUYE, INSENSATO!
El médico le ofrece ayuda a Julián para encontrar a María y, de paso, le pone al corriente del mal estado en el que está el campamento, ya que apenas tienen víveres. El médico le presenta a un hombre, Alejo, ya que conoce a todo el mundo y le acaba llevando hasta María.
Julián no sólo le da el camafeo, sino que le explica lo sucedido y qué hace ahí. A María le sorprende que Julián haya cumplido su promesa y le dice que su marido era el mejor hombre que ha conocido. Julián se despide de ella y María le pregunta si vuelve a España, ya que si tiene a su mujer esperando, no debería hacerla sufrir. Curiosamente, en este episodio todo parece llevar a Amelia y a Julián a pensar en el otro.
Julián: Ya te podías dejar de recordarme a Amelia y darme algún Ferrero Rocher, antepasada de la Preysler, que no me engañas.
En el presente, Angustias le notifica a Salvador que Alonso ha sido detenido. Lo malo es que con Marisa investigándoles, el procedimiento estándar puede traducirse en una falta, así que decide encargarse él personalmente... cuando aparece Pacino para entregar un informe. Ni que decir tiene que Salvador tarda cero coma en pedirle que vaya a por Alonso.
Éste, por su parte, es conducido a una sala donde está Elena, la doppleganger de Blanca (es que encima se llama Elena, como en The vampire diaries, me niego a creer que es casualidad) y ella le explica que es abogada y que sólo le van a hacer pagar una multa, pero que ella se encarga. A Alonso el castigo le parece una tontá, sobre todo si lo compara con ir a galeras y, claro, la pobre mujer alucina... y lo hace aún más, cuando la policía lo libera sin cargos.
Y cuando Alonso de Entrerríos te mira así, tú te quedas:
Alonso le da las gracias a Elena, que le da una de sus tarjetas y le pide su número, algo que Alonso le da en cero coma. Entonces es recogido por Pacino, que lo lleva a casa, mientras le echa la bronca por haber metido la pata y por encima haber llamado a una abogada. Alonso le explica que no fue así exactamente, pero que si le cuenta todo le va a creer, a lo que Pacino le dice que a esas alturas se cree todo. Como para no entre viajes en el tiempo, paradojas, Argamasillas con rayos-x, Houdinis haciendo magia real...
Alonso le explica que la abogada, Elena, es exactamente igual a Blanca, su mujer. Es decir, que es ella, pero no puede serlo y tampoco puede ser una viajera del tiempo. Pacino cree que es casualidad, aunque Alonso piensa más en brujería.
En ese momento llega Amelia y Pacino cubre a Alonso delante de ella, mientras aprovecha para intentar quitárselo de encima, aunque su gozo en un pozo, ya que Alonso se queda a ver la serie con ellos. No sólo eso, sino que ignora las sutiles peticiones de Pacino de que les deje a solas y lo manda a hacer palomitas para Amelia y él porque no se aclara con el microondas.
Pacino: Oye, Alonso, ¿no te queda ninguna tarea pendiente por hacer? No sea que tengas que irte y eso...Alonso: Oh, no, ya he fregado, tengo la masa de pan preparada para mañana, te he planchado la ropa...
Al final, Alonso se queda dormido en el sofá y Pacino lo tilda de angelito, lo que me hace mucha gracia, aunque a Amelia toda la situación le da ternura. Pacino, además, se pone a dedicarle miraditas a Amelia, que se acaba marchando porque no quiere llegar tarde a su casa, sobre todo por sus padres. Pacino le pregunta si siempre tiene que ser la seria, la obediente, pero Amelia se va igualmente, tras agradecerle la serie y las palomitas. Pacino, entonces, cierra la puerta un tanto bruscamente, lo que nos despierta al angelito. Jo, hijo, Pacino, que mala leche, eso no se hace.
En 1898, Julián está comiendo cuando el malo de Gran Hotel se muestra claramente hostil con él, vaya él a saber, pero Julián pasa del tema y se pone a leer. Eso llama la atención del resto de soldados y El Bola, además de presentarse, le pide que le escriba una carta para su novia. Así, Julián acaba haciendo de escriba de prácticamente todos los presentes. Así, de paso, nos presentan a dos soldados más, que son muy amor, por cierto.
Julián, seguramente invadido de amor tras escribir tantas cartas a novias y mujeres, acaba llamando por la noche a Amelia, pero ella no escucha la llamada al estar viendo Historias para no dormir. Eso sí, al día siguiente va a ver a Irene a comentarle que tiene una llamada perdida de un número desconocido. Irene le propone que devuelva la llamada y la operadora les dice que el número ya no se encuentra en territorio español.
Julian: Venga, Amelia, cógeme antes de que la soledad me lleve a llamar a Sandro Rey.
De vuelta a 1989, al ya no territorio español, Julián está a punto de marcharse, cuando ve al hombre que le ha ayudado colgado de un árbol. María le dice que lo han matado por ser amigos de ellos y El Bola se nos vuelve a poner paranoico, aunque Julián lo convence de que María no tiene nada que ver. Ésta les informa que todo el pueblo se ha unido a la guerrilla y se ha marchado, lo que sorprende al capitán, aunque su segundo al mando insiste en lanzarse al ataque.
El capitán no quiere ser el que rompa la baraja, así que les pide que hagan un reconocimiento para comprobar que no quede nadie, mientras lleven todas sus cosas a la iglesia, que es el mejor sitio para defenderse.
El médico, al ver cómo están acomodando todo en la iglesia, cree que básicamente es un caldo de cultivo para enfermedades: la comida está en malas condiciones, tienen muy pocas cosas... El segundo al mando (o el de Gran Hotel) insiste en que deben atacar, justo cuando llega la patrulla de reconocimiento para confirmar que no queda ni nada ni nadie. El capitán, que es bastante sensato, decide enviar una patrulla para intentar descubrir qué está pasando.
En el presente, Irene ha ido a pedirle ayuda a Angustias para localizar el teléfono y descubren que lo sacó Salvador. Éste, por su parte, está celebrando que todo va bien con un Ernesto meditabundo, cuando Irene aparece en su despacho para preguntarle si lo del teléfono es lo que cree que es. Entre los dos, ponen al día a Ernesto, que alucina, y de paso nos enteramos que Salvador le buscó un destino donde se sintiera útil, tal y como él le había pedido, y donde no le perdiera. Le había enviado a la guerra de Cuba, mantenían el contacto, pero gracias a Torres todo eso acabó.
Salvador: ¿Qué pasa? ¿Angustias ha vuelto a leer a escondidas mi carta para los reyes magos?
Irene: Pues seguramente, pero esto es peor. ¡Alarma inminente, alarma inminente!
Irene les informa de que esté donde esté Julián, ya no está en territorio español. Vamos, que tienen a un funcionario perdido en el pasado y no en una misión oficial. Por eso, Salvador pide que le den el listado de llamadas de Julián y así descubren que la llamada a Amelia la hizo el 11 de junio de 1898, lo que es malo porque el día siguiente fue cuando Filipinas se independizó de España y Julián está en medio de una guerra.
De hecho, mientras ellos se enteran, vemos a Julián y al resto de soldados avanzar por la jungla. Julián no tarda en sospechar que les están emboscando, pero el de Gran Hotel pasa de todo y está en plan destructivo. Lo malo es que uno de los soldados se tropieza al marchar y se le dispara el fusil, delatando su posición, por lo que empiezan a correrlos a tiros.
Al final, tienen que salir corriendo de vuelta a la aldea, donde se encierran en la iglesia para aguantar el ataque. Vamos, que tenemos a los últimos de Filipinas. Ay, Julián, en la que has acabado metido, pollito. Encima me han herido a Jordi Vilches, que es amor del bueno y habla como Roger Rabbit. ¡No me lo matéis, anda!
La verdad es que el episodio ha sido un poco raro, porque como que ha combinado la gran trama de Julián con otras más pequeñitas y como de andar por casa, que pueden acabar dando mucho juego (el hijo secreto de Ernesto o la aparición de Elena), pero ha molado mucho. Toda la parte de Filipinas ha sido una auténtica pasada, si es que parecía una película de guerra y encima menudo repartazo que hay ahí metido. De hecho, para variar los secundarios son muy adorables (¡no me matéis a Jordi Vilches, en serio!) y preveo sufrimiento de cara al siguiente episodio.
Eso sí, sigo sin asumir que nos queda un único episodio de Pacino, a quien voy a echar muchísimo de menos, sobre todo porque hace muy buen equipo con Alonso tanto en plan acción como en plan amigos. Me van a dejar a Alonso solito y justo cuando se topa con el doble de Blanca. Ay. Es que, encima, a saber cómo reacciona Julián, el viudo intensito con el tema, aunque parece que en quien ha estado pensando todo este tiempo es en Amelia. Espero que al regresar esté más animado y se deje de intentar ver a Maite.
Bueno, eso ha sido todo por esta semana, pero el siguiente pinta súper bien, con los últimos de Filipinas atrincherados en la iglesia y Salvador mandando a Alonso en misión de rescate y con Ernesto buscando a su hijo y Pacino teniendo problemas con su familia. Ay, en serio, ¡Pacino no te vayas!