Tiene la figura del payaso un perfume teatral indiscutible. En ella están unidas la risa y el dolor, la melancolía, la tristeza, la miseria... Es un universo particularmente frágil, donde la alegría puede tener la levedad de una pluma, donde los vivos colores de la cara pueden resquebrajarse tan solo con una mueca contenida de dolor.
Y en ese mundo que camina por el alambre de dos vidas sitúa José Ramón Fernández su monólogo «El minuto del payaso», que tras su estreno en la sala Kubik Fabrik se presenta ahora en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, dirigido por Fernando Soto e interpretado por Luis Bermejo.
La anécdota de la obra -un payaso que espera el momento de su actuación en un espectáculo de homenaje al circo; lo que es un charivari de toda la vida, como dice el propio protagonista- es tan solo una excusa para mostrar el lado acibarado de un personaje que ha de mostrar obligatoriamente su mejor sonrisa al público.
Aparecen en escena los miedos, las inquietudes, los sueños y las frustraciones de este hombre; pero al mismo tiempo que la anécdota sirve al emocionante y sincero texto, éste se convierte también en una excusa, en una pauta para el portentoso ejercicio interpretativo de Luis Bermejo.
Éste, guiado por Fernando Soto, dibuja a un payaso nervioso, desasosegado, desequilibrado... Pasa de la euforia a la calma, del susurro al grito, en un tan desenfrenado como brillante ejercicio; Bermejo va escalando esta escarpada función hasta llegar a la cumbre en un contagioso final en el que cuenta con la complicidad del público, que sin saber muy bien cómo se encuentra atrapado en la red que el actor y el director han tendido. El trabajo del actor, soberbio, y que se desarrolla tanto en lo físico como en lo vocal y lo emocional, es magnético y admirable, y es una prueba más de que el talento de un actor suele ser más que suficiente para sostener una función.