Revista Cultura y Ocio
La primera obra que leí de Miguel Galindo Abellán, Malas, me subyugó; tanto por los monólogos de sus protagonistas como por la defensa que hace de la mujer y la crítica hacia el papel al que se ha visto sometida no sólo en la historia sino también en la literatura. Será que ambas van unidas.
Ahora he leído El mirador de los neutrales, obra corta escrita en 2008, y me he dado cuenta de que, desde sus comienzos, probablemente durante toda su vida, Galindo ha apostado por la complejidad del personaje femenino. Precisamente es por Doc (secuestradora) por quien nos enteramos de que falta un personaje que ha recibido ya el primer disparo, consecuencia de un hecho planeado por ella, no por el otro secuestrador al que irónicamente, todos llaman “Jefe”.
Doc.- Sí… tienes razón. Un plan estúpido ideado por mí […] Fíjate si no en el panorama. Abad muerto…
Indudablemente Doc es la cabeza pensante y a quien veremos evolucionar a lo largo de la obra al pretender esa neutralidad que reza el título. El jefe, por el contrario, sólo cumple un papel establecido en el que incluso, a veces, no sabe reaccionar, no se desarrolla como Doc espera de él, incluso da muestras constantes de debilidad «No te preocupes (a Lucía) estarías conmocionada». Entre los secuestrados, además del asesinado Abad, se encuentra Bernabé, bastante pusilánime en todo momento «(Acobardado se refugia más en los brazos de Carla)Basta, diles que se callen, Carla. No puedo más. (Llora)».
Por el contrario, las dos secuestradas son quienes manejan la situación, una desde el propio suceso, otra desde sus alucinaciones
Lucía.-A callar. Vamos, Carla. Abre la puerta y márchate. Corre todo lo que puedas y no mires atrás. Yo te seguiré más tarde…
Aunque finalmente la realidad no sea tan real ni la ficción tampoco.
A pesar de que esto es lo que más me ha llamado la atención, reconozco otras constantes del autor; la vida y la falsedad transcurren juntas hasta que los espectadores no tenemos conciencia de dónde nos encontramos y al igual que les ocurre a los personajes, a veces perdemos la noción de quiénes somos y qué ocurre a nuestro alrededor. A esto ayuda el diálogo absurdo que, en ocasiones, aparece para desconcertarnos más hasta el final, cuando entendamos, por fin, la intención de la obra.
Hay cinco personajes en el escenario, cuyo decorado, según nos enteramos por la didascalia del principio, nos trae a la mente ecos de la Caverna de Platón o del encierro de Segismundo
No hay sillas ni ningún otro mueble […] algunas cajas repartidas descuidadamente. El escenario carece de adornos […] En el centro del foro una ventana concienzudamente enrejada, por la que se adivina un muro acotando el cielo estrellado.
Es decir, a pesar de este escenario minimalista, totalmente actual, los clásicos están presentes; así como otro tópico tradicional literario, el paso del tiempo. El cielo estrellado anuncia, con mal presagio, la noche, tan simbólica asimismo en la literatura; el reloj será el encargado de ir marcando el transcurso de las horas, un periodo que, según observamos, viene de lejos; por esto, si unimos la violencia de fuera al silencio de la escena, nos encontramos desde el comienzo de la representación ante una situación inquietante.
Suena fuera un disparo. Un reloj de carillón da la una […] Las paredes, vacías, permiten ver el paso del tiempo en los parches que dejaron los cuadros
Y sin embargo, dentro de la sordidez del ambiente fluye, a veces, una voz poética que desconcierta como mínimo si es musical «Han comenzado a escucharse suavemente algunos compases de El aprendiz de Brujo de Dukas», o nos inquieta por completo si domina al máximo las posibilidades de la lengua, bien mediante metáforas, imágenes oníricas o incluso onomatopeyas.
No creo que esté haciendo nada que le moleste, sólo estoy midiendo la realidad
Es precisamente en este control de las expresiones donde la mirada irónica ante la vida se une al estoicismo que llegan a mostrar los personajes encerrados; es lo que ocurre con Lucía, quien a pesar de sus incoherencias hace gala, mediante su nombre, como cualquier personaje clásico, de una lucidez absoluta y Carla, cuya angustia contenida consigue revelar una firmeza categórica.
Lucía.-Vaya […] la realidad está cerca […] más de lo que me pensaba […] casi la siento respirar.[…]Carla.-Mejor sería que acabarais de una vez con todos. Los malos tragos cuanto antes se pasen, mejor […] Llega un momento en que todo se hace insostenible y lo mejor es ¡zas! un tajo y se acabó
Para encontrar la ironía de la propia vida, conocer mejor a los personajes, incluso conocernos a nosotros mismos, nada mejor que el silencio. Galindo Abellán es un maestro en la utilización de este elemento fundamental en el teatro, mediante acotaciones, paradas en el diálogo de los personajes, dudas… con él, el autor llena la escena mediante gestos adaptadores que consiguen en el espectador su introducción en ese ahora y en ese espacio para contactar con la mente y percibir lo que dicho silencio transmite, que es precisamente todo lo que rodea a los personajes, tanto en el exterior como en su pensamiento.
Lucía.-¿Conmocionada? Estoy hecha un lío, porque por más que pienso […] atraco, policía…Bernabé.- Un momento. Yo tampoco…
Otro elemento que Galindo Abellán maneja a la perfección es la acotación; prácticamente podríamos enterarnos de lo que ocurre en El mirador de los neutrales siguiendo las acotaciones. Constituyen una polifonía gestual que transforma en espectáculo el texto dramático:
(A Lucía) […] (le enseña la pistola) […] (Abraza a Doc por detrás […] (Ríen) […] (Silencio y pausa) […] (Se acercan todos despacio hacia la ventana, algunos de ellos con una mano detrás de la oreja, atentos al más mínimo sonido. Silencio sepulcral. Se produce un cruce de miradas confusas)
El autor no se limita a indicar cómo y cuándo han de moverse los actores sino que refleja su opinión —en pequeñas dosis— sobre lo que está ocurriendo, para, cuando termina la representación, conseguir que el lector-espectador capte su ironía perfectamente
(Una rata corretea por la sala)
Galindo Abellán nos reta con esta obra a vivir de forma sencilla, sin problemas, sin pretender actos épicos, pues estos se pueden convertir en obsesiones que consigan difuminar esa delgada línea entre lo espontáneo y lo calculado, entre la locura y la cordura, entre el sentimiento y la razón.
Asimismo anuncia esta vida sencilla con un lenguaje sencillo, de diálogo ágil, suelto, con juegos de palabras que ironizan sobre la religión «teológica-escatológica»o sobre qué es la esencia de todo
Doc.- La menteLucía.-La-mento decir que no
El absurdo de Lucía connota otra realidad; ella atrae a todos hacia su propia objetividad y consigue que jueguen todos y estén interesados
Lucía.-Digo que no. Que el Mirador de los neutrales no sería parte de la mente, sino el cuerpo […] (al Jefe) Y tú eres parte del miradorCarla.-Por lo tanto si amputáis los tres dedos que quedan no conseguiréis agarrar lo que tanto ansiabais
Todos son necesarios, pero Doc y el Jefe parecen no darse cuenta. En el 2º acto, otro disparo anuncia la muerte de Bernabé
Suena un disparo.El reloj marca las dos mientras el escenario se va iluminando
Quedan las chicas a quienes el Jefe les habla no como tal sino como su maestro, para que vayan entendiendo lo que ocurre, para que sepan, o recuerden que el mirador es de los neutrales porque quienes estaban allí «nunca se decidieron a actuar. Preferían continuar en su torre de marfil, día a día, sin mover un dedo». Y, en su papel de instructor el Jefe emplea metáforas entre el cuerpo y la sociedad para hacer ver que debemos identificarnos y formar parte de ella, pues en caso contrario «supone volverle las espaldas al mundo. Y la espalda es un punto muy débil».
Y aquí reside la clave de todo, ha pasado el tiempo y ninguno de ellos se ha enfrentado a la verdad, todos, tanto secuestradores como secuestrados han dado la espalda a su propia sociedad, pues, refugiados en ese mirador de los neutrales no han evolucionado, no han experimentado los cambios necesarios que conlleva la vida. Han vivido una realidad paralela hasta que ninguno de ellos es consciente de a cuál pertenece. No podemos aniquilar el pasado ni obviar el presente pues si lo hacemos nos quedaremos sin futuro.
Miguel Galindo Abellán hace que reflexionemos sobre ello. Todos deberían leer la obra, y si hay entre estos lectores, alguien dispuesto a representarla, me encantaría subirla a un escenario y gritar a los cuatro vientos que la realidad la formamos todos, que ninguno somos igual al otro y que, por lo tanto, esta realidad es policromática.