En los últimos tiempos, y sobre todo este año, nos ha inundado un imperante afán de hacer de lo común algo transcendental. Ensalzar un producto cotidiano y venderlo como si no tuviera precedentes parece ser la actividad de moda, hasta el punto de convertirnos en publicistas. La fiebre por autoenglobarnos dentro de lo común está en apogeo y el antídoto tratamos de esconderlo. Porque pobre de aquel que levante la mano para sentenciar que Los Descendientes no aporta novedad alguna al panorama cinematográfico actual.
Con el cine de Payne siempre ocurre lo mismo. Encontramos el mayor handicap en su propia promoción, porque las expectativas creadas nunca son alcanzadas. Vale que en ocasiones los textos son exquisitos, como en el caso de Entre copas (2004), y los actores elegidos cumplen a la perfección, sin embargo, la sensación de dejavú enseguida hace acto de presencia. Personajes embarcados en un viaje existencial a través de hechos cotidianos, en ocasiones exagerados, que aterrizan en una lección autocomplaciente. Aquí encontramos la gratificación de un público ávido de relatos que oscilan del llanto más buscado a la comedía metida con calzador.
Si con su anterior obra, Entre copas, Payne trasladaba el fracaso personal a tierras californianas donde el vino aderezaba los problemas existenciales de sus protagonistas ahora ha optado por llevarnos al paraíso de Hawai. No es arbitral la elección de la isla donde los sueños parecen hacerse realidad. Payne, de forma descarada, nos enseña la cara fea de Hawai como metáfora insultante del dicho "no es oro todo lo que reluce".
Para llegar a buen puerto con un personaje perdido en sí mismo, Payne ha apostado todo a caballo ganador eligiendo a George Clooney como en su día lo hizo con Jack Nicholson. El niño mimado de Hollywood entrega un trabajo correcto pero nada más lejos de lo que se nos ha vendido como el mejor de su carrera. ¿Acaso sus desmesuradas gesticulaciones distan mucho de sus anteriores actuaciones? ¿Acaso es tan diferente este Matt King del recolector de millas de Up in the air?
El magnetismo de Clooney es evidente, sin embargo la naturalidad de Shailene Woodley es la mejor de las réplicas a la imagen de Nespresso. La joven actriz deslumbra dando vida a la irresponsable hija del guaperas a la que la vida golpea y ha de madurar a toda costa. Sin duda, la gran revelación de un drama para adultos sobre el que los resquicios cómicos pesan demasiado.
Lo mejor: la química entre Clonney y Woodley.Lo peor: bucea en lo cotidiano con excesivo oxígeno erudita.