Stendhal ha llegado a ser tan importante para mí que cada cinco o seis meses tengo que volver a él. No importa en absoluto de qué obra se trate, siempre que sean frases que contengan su respiración. A veces leo veinte o treinta páginas suyas y pienso que viviré eternamente. Incontables son las obras que aguardan ante mí y con incrédulo horror me digo entonces que él murió a los cincuenta y nueve años.
Stendhal tiene la cabeza llena de cosas relacionadas con la “cultura”: cuadros, libros, música; muchas me resultan hoy tan importantes como lo fueron entonces para él, otras, aún más numerosas, me son indiferentes o repelentes y dulzonas, pero lo único importante es la manera como él está lleno de esas cosas. De todas saca algo que sólo se asemeja a él mismo. Acaso pueda yo consolarme pensando que estoy demasiado poblado de bárbaros y religiones, porque es posible que se hayan convertido en mí mismo. Ya se trate de Canova o de Wotruba, el azar del origen desempeña aquí un papel puramente secundario. La pasión con la que uno se posesiona de cualquier objeto, y la pasión con la que se distancia de él en la contemplación, lo son todo.
Elias Canetti
Hampstead. Apuntes rescatados 1954-1971
Editorial: Anaya & Mario Muchnik
Traducción: Juan José del Solar
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Albert Thibaudet, que fue un crítico extraordinario, trazó una interesante distinción entre los escritores que “tienen una posición” (piénsese en Víctor Hugo, por ejemplo) y los escritores que “tienen una presencia” (y aquí el ejemplo de Stendhal nos viene enseguida a la mente).
Cuando leemos Los miserables nos sentimos cautivados, inspirados, abrumados, sin por ello sentir necesariamente una especial urgencia por conocer a fondo la vida de Hugo; o, si lo hiciéramos, ello probablemente no supondría un aumento de nuestra estima por su obra maestra, puede que incluso disminuyera nuestra admiración, a medida que fuésemos descubriendo que el autor fue un poco menos magnánimo que su creación.
Con Stendhal sucede precisamente lo contrario. Los beylistas (no deja de ser curioso que los admiradores de Hugo no se llamen a sí mismo hugolistas) devoran con pasión cada pedazo de papel en el que Henri Beyle escribió algo –de hecho, algunas de sus ideas más originales, ocurrencias y paradojas fueron surgiendo a voleo, de manera totalmente casual: anotadas en los márgenes de los libros, en hojas sueltas o en el reverso de sobres usados. Las leemos todas ellas con la misma avidez, con la esperanza de lograr una comprensión cada vez más íntima del hombre que hay detrás de lo escrito.
En la conclusión de su ensayo sobre Stendhal, Paul Valéry comprendió el corazón del maestro: “A mi modo de ver, Henri Beyle es mucho más un tipo de “talento” que un literato. Es demasiado él mismo como para ser reductible a la condición de escritor. Eso es lo que gusta de él, lo que disgusta y me gusta. No acabaría nunca con Stendhal. No se me ocurre mayor alabanza”.
Simon Leys
Con Stendhal
Editorial: Acantilado
Traducción: José Ramón Monreal
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El stendhalismo, pese a su origen francés, es un fenómeno de alcance mundial y, al parecer, casi inagotable. Paul Valéry decía que Stendhal nunca tendría fin, y aunque ese nunca suena hoy a nuestros oídos bastante falaz e incierto no sólo respecto a Stendhal, sino a todo aquello que apenas ayer nos parecía estable, el stendhalismo es seguramente la pasión más duradera, la más amplia, la más ferviente que ha surgido en la historia, la vida y las costumbres literarias. Algo parecido ocurre con Casanova, aunque sin la misma intensidad y duración. En lo que respecta a Stendhal, el mejor modo para definir una pasión semejante sería, quizá, hacerle tomar cuerpo en uno de los mayores stendhalistas de nuestro tiempo, tal vez el más importante de todos: Pietro Paolo Trompeo, católico profundamente interesado por el jansenismo, romano afecto a la memoria de la Roma papal, aunque, honestamente, a través de los escritores católicos franceses que florecieron entre el primero y segundo imperio y no como consecuencia de oscuras nostalgias papistas. Convendría tener en cuenta a Trompeo, hombre de vida retirada, severa y apacible, para poder entender qué actitud, qué aspiración y qué inspiración lo llevaron a amar a Stendhal, a apasionarse por él, a seguir :sus huellas en la Italia romántica; también para comprender y definir la esencia del stendhalismo. El misterio del stendhalismo de Trompeo, al menos para mí, se ha incorporado al misterio de Stendhal (y aquí viene a cuento lamentarse de que en este año stendhaliano ningún editor haya emprendido la reimpresión, no ya de todos los escritos de Trompeo sobre Stendhal, sino, al menos, del primero de ellos, un volumen ahora dificil de encontrar, cuyo título es Sulle orme di Stendhal nell’Italia romantica).
Digo el misterio de Stendhal porque las razones que nos hacen amarlo, que nos empujan a buscarlo y nos iluminan tienen siempre algo de misterioso e inaprehensible. Haciendo hincapié en la frase definitiva del ensayo de Valéry sobre Lucien Leuwen, es posible que en un momento determinado desaparezcan del mundo los happy few (siempre pocos pese a los inmensos ecos que suscitan) que lo aman; pero, mientras éstos existan, no terminarán nunca de investigarlo, de descubrirlo, de profundizar en sí mismos gracias a su obra.
El gozo que suscita Stendhal es imprevisible como la propia vida, como las horas de un día y como los días de una existencia. Cuando y cuanto más creemos conocerlo, nos sorprendemos de pronto descubriéndolo en un fragmento, en una frase, o subvirtiendo en sus libros el orden de las preferencias o de los gustos. Se empieza concediendo preferencia al Rojo y negro, pero en un determinado momento, casi sin darnos cuenta, nos inclinamos por La cartuja de Parma, y un día, de repente, nos descubrimos inmersos en el Henri Brulard como en la esencia misma de la obra stendhaliana y plenamente conscientes de las razones de nuestro entusiasmo. Ésos son los tres grados del stendhalismo. Se ha señalado que en las páginas que sobre Stendhal nos ha dejado el stendhaliano Lampedusa encontramos al final la confesión del. paso del grado Rojo y negro al grado La cartuja de Parma: nos queda el pesar de que al autor de El gatopardo le haya faltado tiempo para una segunda e inevitable conversión a Henri Brulard (y a los Recuerdos de egotismo, una especie de apéndice de esta última).
Esos grados del stendhalismo poseen un valor objetivo y subjetivo: representan lo que, utilizando la famosa frase de Sobre el amor, podríamos denominar proceso de cristalización que se empieza a producir en la mente y en el ánimo del lector asiduo, del lector fiel, del lector que asume el lema Stendhal for ever (frase que era el ex libris de un stendhaliano cuyo nombre no recuerdo). Pero ponen también en evidencia de qué modo la obra de Stendhal encuentra su vértice en el magma, en el caos incandescente del Henri Brulard. El hecho de que se prefiera al final una autobiografía desordenada a dos novelas bien construidas, casi perfectas y de una vitalidad encantadora indica pura y simplemente que Stendhal es un escritor completamente distinto y que también es completamente distinto el lector que encuentra en sus páginas afinidades y confianza.
En el caso de otros escritores, la autobiografía, los momentos autobiográficos y los recuerdos sirven para ilustrar la obra toda; en el caso de Stendhal son la obra misma. Esto se puede comprobar también en Cellini o en Casanova; pero con estos dos escritores, con estos dos libros que son la historia de sus vidas, el’ lector apasionado realiza una lectura, por decirlo de algún modo, anagráfica: es decir, de deslinde entre verdad y falsificación de los hechos, los datos y las fechas; una lectura bastante festiva, también aplicada a Stendhal y parte del propio stendhalismo. Sin embargo, ni en el caso de Cellini ni en el de Casanova entran en juego las razones del corazón, del conocimiento del corazón humano y de nosotros mismos. Respecto a Stendhal, sólo hay un único precedente: Montaigne. Y Stendhal tiene plena conciencia de ello. “He tratado de narrar como Montaigne”, dice. Y lo dice con cautela: “De narrar”. Ambos, en su tiempo, escribieron (como Auerbach comenta de Montaigne) para unos lectores que no existían, escribieron a la par que creaban sus futuros lectores. Ha sido preciso que transcurrieran por lo menos dos generaciones para alcanzar su nivel (como dice Nietzsche de Stendhal). Ambos se encuentran en eso que podríamos llamar el finis terrae de la literatura: allí donde empieza el océano tempestuosamente festivo -o festivamente tempestuoso- de la vida.
Leonardo Sciascia
“El amor a Stendhal”
El País, 20 de noviembre de 1983
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y como expresión logradísima de una curiosidad y un talento inventivo auténticamente franceses para este reino de estremecimientos delicados podemos considerar a Henri Beyle, ese notable hombre anticipador y precursor, que, con su tempo (ritmo) napoleónico, atravesó a la carrera su Europa, muchos siglos de alma europea, como un rastreador y descubridor de esa alma: -dos generaciones han sido precisas para darle alcance en cierto modo, para adivinar tardíamente algunos de los enigmas que le atormentaban y embelesaban a él, a ese prodigioso epicúreo y hombre-interrogación, que ha sido el último psicólogo grande de Francia.
Friedrich Nietzsche
Más allá del bien y el mal
Editorial: Alianza
Traducción: Andrés Sánchez Pascual
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“Mi novelista favorito es Stendhal. Para mí es el más grande. Y Stendhal tardó 53 días en escribir ‘La cartuja de Parma’. Eso es ser un novelista. ¡53 días en escribir ‘La cartuja de Parma’!
Roberto Bolaño
Presentación de Nocturno de Chile
Instituto Cervantes de Londres, Marzo de 2003
Entrevista con Uwe Stolzmann ¿Qué autores influyeron en su literatura?
Muchísimos. En realidad todo libro que uno lee influye en la literatura que posteriormente hace. A mí me ha influido desde Arquíloco, que es un poeta griego, arcaico, que releo siempre, hasta los clásicos del siglo de oro, a quienes leo bastante a menudo. Y contemporáneos: Melville, Flaubert, Stendhal. Este último me ha influido muchísimo, aunque no se nota, porque sigo siendo muy malo y Stendhal es muy bueno. Roberto Bolaño
“Roberto Bolaño: inédito y final”
La Tercera Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal, decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mierda, dijo. Roberto Bolaño
Un paseo por la literatura
Editorial: Acantilado Foto: Stendhal