DICEN QUE ESTE pariente cercano del ciprés de los pantanos es el árbol más viejo del Parque del Buen Retiro -su plantación data de 1633−, e incluso de la ciudad de Madrid. Posiblemente lo sea, aunque poco importa dado que, como suele decirse en estas circunstancias, se non è vero, è ben trovato. Si no es verdad, está bien hallado, y resulta verosímil. Es más, la leyenda que atesora nuestro majestuoso Taxodium huegelii (o mucronatum), junto a la envergadura de su porte, bien merecen que así sea.
Y aun así se trata de una conífera 'joven' en comparación con los ejemplares extraordinariamente longevos, con edades entre 2.000 y 6.000 años que se conservan en México (donde es el árbol nacional desde 1910), según se puede leer en el cartel explicativo que hay junto a él en el lateral izquierdo del afrancesado Parterre madrileño.
"Es famoso un ejemplar existente en Santa María del Tule (a 12 kilómetros de Oaxaca) cuyo tronco tiene unos 52 metros de perímetro, considerándose por muchos como el árbol más grueso del mundo. Perteneció así mismo a esta especie el conocido 'árbol de la Noche Triste', bajo el que lloró Hernán Cortés " [cuando el 30 de junio de 1520 los aztecas diezmaron a su ejército, expulsándoles de Tenochtitlán], prosigue el texto del cartel.
Según la creencia popular, durante la invasión napoleónica que dio lugar a la Guerra de la Independencia (1808-1813), el árbol se salvó de la tala generalizada que sufrió el Retiro por parte de las tropas francesas, que habían instalado allí su cuartel general, porque la horcadura de su tronco sirvió de apoyo para ocultar una pieza de artillería con la que bombardeaban a los insurgentes madrileños.
Nuestro excepcional ahuehuete (su nombre, 'viejo del agua', proviene de la lengua azteca náhuatl) tiene forma de candelabro ramificado, posee más de diez troncos que parten de su base, es el único representante de su especie en el Parque de El Retiro -en el jardín del Príncipe de Aranjuez hay algunos ejemplares notables− y, desde 1992, figura por derecho propio en el Catálogo de Árboles singulares de la Comunidad de Madrid. Un año antes, el Ayuntamiento acordó rodear el enorme tronco central con una valla de hierro como medida de protección para evitar posibles actos vandálicos.
Bajo su frondosa sombra, un paseante del parque, que parecía saber de lo que hablaba, me contó este verano que hace algunos años alguien vertió un saco de sal en la base con intención de secar las raíces y matar el árbol, circunstancia que relacionó con el hecho de que desde tiempos prehispánicos al ahuehuete se le han atribuido cualidades sagradas y esotéricas. He decir que en varias de las numerosas ocasiones que me he dejado caer por allí, he podido observar que había pétalos de flores y velas junto al tronco y que, entre esquivo y enigmático, el veterano jardinero al que en una ocasión pregunté me dijo que allí se congregaba "gente un poco rara, vaya usted a saber con qué intenciones". ¿Ceremonias de brujería?, pregunté sin obtener ninguna respuesta suya, más allá del elocuente gesto de taparse la boca con las dos manos.
Desconozco a qué podía referirse con su escueta explicación, pero mi curiosidad se acrecentó a finales de agosto de este no menos extraño 2020 cuando en uno de los barrotes de la valla encontré pegadas cuatro piedras, pequeñas y planas, decoradas con una serie de símbolos cuya interpretación y explicación se me escapa por completo. Dos semanas después de tomar la foto que ilustra y encabeza esta entrada, los símbolos habían desaparecido.
Me importa más, en todo caso, la elegancia y grandiosidad del ahuehuete que las recónditas propiedades y efectos que supuestamente pudiera albergar. Más allá de todo esto, con independencia de los inescrutables arcanos que pueda encerrar, su potente copa y sus delicadas y vistosas hojas colgantes también cautivaron al escritor Antonio Muñoz Molina: "El árbol parece una catedral de ingentes columnas superpuestas, un Niágara de vegetación que desciende abrumadoramente hacia uno cuando levanta los ojos queriendo alcanzar toda la altura de su copa".
Llegados a este punto, y a modo de particular homenaje al Retiro y a su más veterano y legendario ejemplar, me permito incluso −perdón por la autocita−, recordar la mención incluida en mi novela La flor del magnolio, con el inspector Santos Senabre como protagonista también de este pasaje. Dice así...
Cruza la puerta de España, con el paseo de las Estatuas al fondo y, como siempre, antes de alcanzar la puerta de Felipe IV, gira levemente hacia la izquierda para dar un par de vueltas en torno al ahuehuete, que pasa por ser el árbol más antiguo de Madrid. La misma rutina de siempre. Circunda el versallesco parterre y, siempre en dirección sur, vuelve a la senda hasta enlazar con la empinada cuesta donde arranca el asfaltado paseo del Duque de Fernán Núñez. Como es habitual, antes de llegar a la fuente del Ángel Caído gira a la derecha hacia el Huerto del Francés, deja la restaurada noria a su izquierda y atraviesa el pequeño paseo formado por veintidós liquidámbares, -dos de los alcorques permanecen vacíos desde hace años- hasta alcanzar los viveros municipales. Es de noche aún, pero tímidamente hacia el este, comienza a recortarse ya por encima de los árboles la silueta que anticipa el amanecer. Hoy corre más rápido y con más brío, aún a riesgo de desfondarse. Tiene un buen motivo y solo piensa ya en el momento de volver a casa.