El hombre controlador del universo (1933) de Diego Rivera
Hace unas semanas me salió, un poco de chiripa, un comentario potencialmente interesante sobre el determinismo tecnológico, y ello a raíz de un texto de Capi Vidal no menos interesante recomendado por Loam, gran comentarista y mejor persona :P
(He aquí el comentario con algunos retoques y añadidos).
La interpretación que hago de la historia en general y de la historia tecnológica en particular es distinta a la que hace Capi. Para él, siguiendo al anarquista Murray Bookchin, "son las relaciones sociales", como las que promueve el capitalismo, "las que determinan la tecnología, y no a la inversa, por lo que no existe determinismo de ningún tipo a pesar de lo que consideran los críticos radicales del progreso tecnológico y sí es posible dirigirlo a fines humanos racionales". Como dije en otro ocasión, esa creencia me parece una herencia del antropocentrismo filosófico y de la idea de excepcionalidad humana que nos acompañan, cuando menos, desde hace algunos cuantos miles de años (con el paso del teocentrismo al humanismo durante el Renacimiento y la Ilustración fuimos un paso más allá si cabe en nuestra vanidad, pero lo cierto es que el cristianismo y la mitología griega ya eran una forma de antropocentrismo invertido: en lugar de endiosar al humano directamente, humanizábamos a los dioses; antes representábamos el papel de hijos y ahora el de padres, pero de tal palo tal astilla y de tal astilla tal palo). Sea como fuere, considero que la «carga de la prueba» está en quienes afirman que la humanidad puede "dirigir" y controlar racionalmente el progreso tecnológico (lo que sí está documentado, ciertamente, es que pequeños grupos humanos han podido, al menos por un tiempo, dirigirlo o frenarlo en algún grado, como es el caso de los anabaptistas). Al parecer, la evolución tecnológica sería tan ciega e indomable a la larga y a gran escala como la evolución cultural y la evolución biológica. Querer adueñarse del libre y caótico flujo de los memes es como querer adueñarse de la variabilidad genética, acto prometeico solo al alcance de un deus ex machina.
Si en su día, sin capitalismo y sin Estado de por medio, no logramos evitar las malas consecuencias del fuego o de la agricultura, ¿en base a qué razón íbamos ahora a evitar, con sociedades más pobladas y complejas, las malas consecuencias de las armas o de los combustibles fósiles? Mi escepticismo es muy elevado en este tema. Como en el caso del huevo y la gallina, creo que ante la duda es preferible pensar que la cultura influye en la tecnología y viceversa. El determinismo, para ser coherente, debe funcionar en ambas direcciones. Las disputas en ocasiones vienen cuando unos hacen hincapié en un lado y otros en el otro. Es posible, por ejemplo, que las sociedades metalúrgicas naciesen de una desigualdad previa en las relaciones sociales, pero sin duda la aparición del metal contribuyó a separar al hombre de la mujer y al jefe del subordinado, retroalimentando nuevas formas sociales. Con el fuego ocurre algo similar. ¿Nos separó, por así decir, del estado de naturaleza anterior o es que ya teníamos en mente separarnos y entonces el fuego solo fue un medio? En cualquiera de los dos casos, o los dos a la vez, lo que parece evidente es que una vez apareció el fuego trajo consigo cambios culturales y nutricionales importantes de los que ninguna sociedad ha podido desprenderse todavía, exceptuando algunos casos de individuos aislados (crudiveganos, etc.). La cocción de los alimentos nos hizo más omnívoros y, de algún modo, más malos, de la misma manera que la domesticación, inocente e involuntaria en un principio, desembocó en un crecimiento más o menos lineal de la opresión de los animales tanto humanos como no humanos (Nibert, 2013).
En el transcurso del IV milenio, la progresiva generalización del arado en las labores del campo –útil que precisaba cierta fuerza física para ser llevado- permite la introducción de los hombres en los campos de cultivo, en los que hasta aquel momento debían estar poco presentes, salvo en las fases de deforestación y preparación de los suelos. Aun si persiste el trabajo con azadas, a partir de entonces, las mujeres compartirán un sector económico que les era propio. Con el paso del tiempo, el artesanado y la tecnología especializada no dejará de crecer, lo que reducirá los espacios femeninos simbólicos y económicos o, como mínimo, los limitará. La metalurgia, la invención (en Oriente) del torno, el paso, aunque tardío de la siega con hoz a la siega con guadaña constituyen progresos que pudieron, cada uno en su época, asentar la supremacía masculina. La primera metalurgia del cobre fue un medio de producción de útiles manejados por los hombres (hachas y puñales); el nuevo metal se puso al servicio de la esfera de lo masculino. En cuanto a los adornos, generalmente hechos con metales preciosos, sirvieron para prestigiar a las elites de ambos sexos. El primer metal fue objeto de segregación: por un lado sirvió para magnificar las actividades viriles y por otro se usó para señalar diferencias de estatus entre los privilegiados y el resto. Esta nueva tecnología fue un motor de compartimentación social.
Jean Guilaine y Jean Zammit en El camino de la guerra, 2002.
Conclusión
Ciertamente hay margen para hacer un uso finito, racional y consensuado de la técnica a pequeña escala, yo abogo por ello sin titubear, pero ya no me hago ilusiones respecto a que ese margen pueda ampliarse hasta convertirse en una norma universal. Ni mil de las mejores revoluciones bastarían. La historia, si no me equivoco, es clara al respecto.