Revista Religión
Leer | Filipenses 2.1-11 | La humildad se caracteriza por una actitud que no busca su propia exaltación o reivindicación. Esta cualidad no se encuentra, sin duda, en todo el mundo. Pero en el reino de Dios, es un atributo esencial que deben tener los seguidores de Cristo.
La vida de Jesús es el ejemplo perfecto de lo que significa ser “humilde”. Para convertirse en hombre, dejó la gloria, la majestad y el poder que eran suyos en el cielo. El Señor se vació voluntariamente a sí mismo —así como se vacía un vaso de agua— y por el propósito de servirnos se privó de todo lo que tenía con su Padre.
Pero no solamente eso, como hombre, Jesús adoptó el papel de un siervo humilde. Se sometió a sí mismo por amor al plan de su Padre, y renunció incluso a sus derechos terrenales para rescatarnos del pecado. Soportó críticas, el ridículo, la incredulidad, y finalmente, la crucifixión para ayudarnos.
Su humildad no tuvo límites. Se humilló delante del Padre para convertirse en el Cordero de Dios, y lo hizo a la vista de todo el mundo, aunque fue tildado de criminal y condenado injustamente. Su vida demuestra la importancia de ser humilde, y nos da un modelo claro a seguir.
Los discípulos no entendieron esto sino después, ya que no esperaban un Mesías en forma de un siervo. Los líderes del mundo se sintieron amenazados porque el llamado de Jesús de seguir su estilo de vida no les daría la importancia que ellos deseaban. Las multitudes estaban desconcertadas porque no entendían el peligro del orgullo, pero el Padre vio la mansedumbre de Jesús, y quedó agradado.
¿Qué actitud ve Dios cuando nos ve?
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