Revista Cultura y Ocio
Discutís mi coherencia y mis posibilidades. Discutís que es lo perfecto, lo cabal o delirante y lo extirpás de tu jaula sagrada. Me hacés un mote de moko. Un mote de loko en tu guadaña. Te ponés a custodiar las puertas de tu cielo sin dejarme pasar y me mirás directo al abandono. Me ensordecés con la mirada! Pero cada día es igual allí en tu puerta y yo tengo todo el tiempo para esperar sin espero, y mientras tanto te doy charla. Y con tu propio mote me voy metiendo en tu adentro, ese adentro que tanto cuidás con tal de no verlo, donde discutís mis cualidades de imperfecto a puerta cerrada. Ese adentro que es el que custodia las garras de ese infierno que temés, porque es el tuyo propio, pero que cuando te habla parece no decirte nada. Y un día extrañarás al moko que habla. Y un día ya no fui y al tiempo no volví y hasta te vas a abrir la puerta para encontrarme cara lavado ahí pero deforme en tus entrañas. Cuando ya no esté y sea futuro, yo sé que gritarás que me habías visto antes, y me vas a llamar con mis propias, mokas y, en ese entonces, ya agotadas palabras.