En la explanada del Campo da Feria de Castro Verde se alza majestuoso un molino de viento restaurado con sensibilidad. Las puertas están abiertas, los sacos de harina por los suelos, las velas al viento, y la maquinaria en perfecto estado: como si estuviera en pleno uso y el molinero se hubiera tomado un respiro. Entran ganas de tocar la harina molida por si todavía está caliente por el rozamiento del rotar de las piedras.
Al pueblo alentejano conviene ir por la Rotonda Cristalográfica con sus poliedros. Una vez allí se puede disfrutar de sus azulejerías y sus molinos.
Destacan las vasijas de barro de diferentes tamaños que se adosan a las cuerdas tensoras de las aspas. ¿Qué sentido tienen? Los dos ancianos que descansan en el banco próximo dan la respuestas: silbidos, música,… ¡Pitágoras en el Alentejo!
Los pitagóricos hicieron del número el origen de todas las cosas tras verificar que eran razones de números enteros la fuente de la armonía musical. Cada vasija abierta produce un sonido diferente según su tamaño y una vibración característica que indica la presencia del viento.
En el mismo recinto ferial se ve el tronco de cono de otro molino abandonado. En los campos próximo se yerguen algunos de esos gigantes quijotescos que dominan el paisaje. Ya ninguno silbará ante la brisa, solo lo hará el pitagórico.