Revista Cultura y Ocio
Uno es idiota y no puede remediarlo. Y por muchos ensayos, por muchas posturas que uno experimente delante del espejo, no puede dejar de ser idiota. Jamás dejará de ser idiota. Absolutamente idiota. Irredimiblemente idiota. Uno es idiota por condición, por vocación, tal vez. Uno es idiota como el que es rubio o pelirrojo, como el que es alto o bajo, como el que tiene los ojos azules o negros. Uno apuesta y se abate (¿o ese abatimiento estaba ya en nuestros orígenes cromosómicos?). Uno lanza remos al mar abierto y en calma chicha, y recoge abruptos oleajes que te arrastran, indefectiblemente, a la deriva. Para volver a salir de costa, para volver a confiar en la llanura oceánica, para volver a conocer la insolencia adusta de las olas. Una sacudida tras otra solo son capaces de admitirlas los idiotas. Porque solo los idiotas son idiotamente reincidentes. 'Quien siembra, recoge', 'recibes lo que das', dicen. Simples clichés, pamplinas con que algunos se consuelan del vacío. Es el momento de leer El idiota para comprobar que hay otros idiotas más idiotas que uno y poder, de este modo -como un verdadero idiota-, conformarse. Es el momento de leer a Dostoievski. Lo haré pronto. Muy pronto.
(Transcripción de unos apuntes manuscritos de Barbusse, escritos a lápiz y, posteriormente, tachados. Sin data)