Revista Diario

El momento más difícil de la travesía...

Por Sory
Esta entrada la empecé a escribir en África, pero por problemas técnicos no pude publicarla. Fue el día más duro que recuerdo, al menos personalmente. Os lo cuento por dos motivos: para vaciarme de ciertos sentimientos (no sabéis lo terapéutico que puede resultar escribir un blog), y para ver si puedo tocar alguna conciencia dormida. Aviso que el contenido que viene a continuación puede herir sensibilidades.
"Hace poco que os contaba, que en África las cosas salen bien de casualidad la mayoría de las veces. Ha querido el destino que hoy la casualidad se haya ido de vacaciones y haya venido la lógica a ocupar su lugar.
Esta siendo el peor día desde que llegamos aquí. Creo que no miento si digo que también ha sido de los peores de mi vida. Tras tres días al oeste, dónde la temperatura se mueve entre los 25 y los 40ºC no he podido dormir nada en toda la noche a treinta muchos y no os quiero contar como está siendo la hora de la muerte del blanco donde alcanzamos los 50ºC. Juntad esto a las pocas horas de sueño que he tenido últimamente y os hareis una idea de como he ido al hospital.
Hoy nos tocaba a Ire y a mí, como no había partos nos hemos ido a las urgencias. En un momento dado, después de recoger mi tensión arterial que se estaba cayendo al suelo nos hemos asomado al oir gritar a un niño. Llevaba la mano vendada, y por la sangre y los gritos se deducía que algo chungo estaba pasando. No sé si os he contado que son una raza superior y no se quejan por cualquier cosa.
La historia era que el padre estaba cortando algo (no domino suficientemente el baribá para enterarme de que era) a las 7 de la mañana y el niño había metido la mano. El hedor a carne humana que se empieza a pasar invadía toda la urgencia mezclado con olor a sangre que salía en gran cantidad (repito que estamos a casi 50 grados y la carne tarda poco en ponerse mala, esto ha sido a las 12). Al quitarle la venda, algo ha caido a la papelera, era un dedo. Otro se ha quedado colgando. Más o menos ha sido así:
Esta entrada la empecé a escribir en África, pero por problemas técnicos
El niño seguía gritando con un sonido que desgarraba el alma. El padre con cara de "Dios mío, que le he hecho a mi hijo". El enfermero ha decidido que un poco de diazepam en vena no iba a venir mal, y le ha chutado una ampolla al crío que ha caído en profundo sueño, tanto que Irene y yo nos hemos preguntado si aún respiraba. Hemos salido un momento a tomar el aire. Reconozco que estaba bastante mareada, pues ya no me había levantado muy bien por la mañana, y esto no era lo mejor para continuar. El enfermero se ha ido también y ahí se ha quedado el chaval:
A los pocos minutos hemos vuelto. Me he puesto dos pares de guantes para ver como de grave era la cosa. En un momento deduje que sólo con un buen equipo de plástica y microcirugía había alguna posibilidad de salvar esos dedos de la mano derecha de aquel niño. En España, se habría derivado al mejor servicio donde se pudiera hacer. Aún así habría sido difícil. A la media hora ha vuelto el enfermero. Yo ya estaba buscando suturas, porque no podía pasar más tiempo sin hacer nada. Me ha dicho que si me ocupaba yo, al verme con los guantes, y le he dicho que no sabía, así que prefería verle a él. El niño ha empezado a despertarse y le han calzado otra ampolla de Valium. Esta vez la vía se ha roto, y el fármaco ha ido fuera, por lo que no ha hecho mucho efecto. He ayudado a sujetarlo mientras el enfermero cosía, el niño gritaba, el padre luchaba por no llorar, y yo temía por mi mano, muy cerca de las agujas, que se movían demasiado por la falta de anestesia (aquí hay que suponer que todo el mundo tiene VIH hasta que se demuestre lo contrario).
Al final ha entrado otro hombre y ha sujetado él mientras el enfermero suturaba. ¿Reimplantación? Por supuesto que no. Una infección aquí es condenar a un niño a perder el miembro y eso interesa menos que perder dos dedos. Unos muñones y ya está.
He salido un momento a la sala de accouchement, a ver si veía algo más agradable y cambiaba de ambiente. Allí había una mujer que llevaba desde el día anterior ingresada por anemia, después de dar a luz, con su gotero puesto, y otra mujer, que por la mañana cuando habíamos llegado no estaba allí. Sólo le veía los pies, y la tripa de embarazada. He entrado con la sensación que te invade cuando algo malo está cerca. No puede ser verdad. Detrás de mí ha entrado una mujer a la que llamamos Cenicienta II (Cenicienta I trabaja en el centro de santé): "Elle est morte". Ya lo veo, ¿dónde está la historia? me ha sacado la hoja rosa donde se apunta la historia del parto. Había ingresado por la noche con trabajo de parto, en un momento dado había empezado con anemia. No había ginecólogo, así que no se ha podido hacer cesárea, había muerto, nadie se extrañaba por ello, es algo que aquí pasa demasiado a menudo.
Yo no estoy acostumbrada, como dice la gente de aquí, será cuestión de habitude. Aún así no entiendo porque una vez muerta la han metido en la sala de partos, donde otras mujeres dan a luz al mismo tiempo. En fin, así es la vida de dura en África"
Gracias a Irene por su entereza a lo largo de tantos momentos.

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