Recuerdo
cuando se criticaba del Régimen de Franco
que sacara el tema de Gibraltar a pasear para taparse de algunos toros
‘pertinaces’ por encastados y astifinos para lo políticamente correcto
entonces.
La actualidad de Pérez Galdós
Poco
ha cambiado en el tiempo. Y sólo hay que leer para comprobarlo un artículo de
prensa que me envió una buena amiga y que circula por las redes escrito en
1.912 por el inigualado observador social y gran maestro de la escritura, D. Benito Pérez Galdós. En él dibuja una
panorámica de España y de los dos partidos que entonces se turnaban en el
poder, los conservadores y los liberales
que inspiraran y lideraran en sus inicios respectivamente Cánovas y Sagasta, protagonistas de la célebre y mejorable Restauración
borbónica reiniciada con Alfonso XII
tras la Primera República y el fiasco anterior de Amadeo de Saboya, en el último tercio del siglo XIX.
Si
se lee con detalle el mencionado artículo, se podrían intercambiar nombres,
siglas y problemas de fondo con los actuales, aparte de las particularidades
diferentes de cada época, claro.
Conservadurismo extremo de los políticos de todo signo para preservar
sus canonjías, desinterés por los problemas reales que acucian a la ciudadanía,
relevos sistemáticos de los mandamases, prebendas para los cesantes y ruina
moral y económica generalizada de los españoles.
Mucho
ha llovido desde entonces, sí, pero en lo tocante a nuestros gobernantes parece
que apenas hubiera sido un chaparrón veraniego. Como el asunto actual de
Gibraltar.
El truco británico
Y
entrando en él, no puedo menos que aplaudir la claridad de los ingleses cuando
proclaman que siguiendo un acuerdo de su Parlamento soberano defenderán siempre
lo que quieran hacer los gibraltareños en su conjunto, como súbditos que son de
su Corona. Es decir que, salvo que se pronunciaran democráticamente los llamados
llanitos por incorporarse a España, seguirán siendo ingleses de por vida.
Pero
tan loable distinción de dignidad nacional esconde truco, claro, como casi todo
lo que concierne a la política exterior secular que han seguido los británicos
desde que alcanzaron la categoría de Imperio sustituyendo hace ya varias
centurias al español de los Austrias y primeros Borbones.
Sin
entrar en otros grandes episodios históricos: la India, Canadá, EEUU,
Sudáfrica, Oriente Medio, etc., de donde salieron de diferentes maneras, nunca
por las buenas, pero casi siempre con beneficiosos acuerdos comerciales que han
sabido mantener en gran medida con un Mercado Común ex británico singularísimo:
la Commonwealth; nos encontramos con la última salida colonial que protagonizaron en Hong Kong. Y aquí, a pesar
de sus dignas proclamas parlamentarias, no hubo nunca un referéndum por el cual
sus habitantes decidieran unirse a China en menoscabo de la soberanía
británica. Fue, como suele suceder en estos casos, la presión del coloso militar
y económico asiático lo que hizo a los ingleses arriar su bandera. El miedo, en
el fondo, y la salvaguarda de ciertos intereses económicos futuros suelen hacer
buenos maridajes dentro de la cobardía de uso común en las relaciones
diplomáticas. Pero en nuestro caso, desgraciadamente, España no es China, ni lo
podrá ser ya nunca. Y en esa diferencia radican la tan cacareada soberanía y la
dignidad británicas.
Nuestra vergüenza saharaui
Otra
cosa es que a muchos españoles nos hubiera gustado que España se hubiera
portado igual de bien en su momento con
el pueblo saharaui, que tenía hasta representantes oficiales en las
Cortes del Régimen como ciudadanos españoles que eran de pleno derecho. Nos
fuimos del Sáhara por la puerta de atrás y con el rabo entre las piernas,
empujados por una muchedumbre marroquí bien pastoreada y jaleada por el ínclito
Hassan II. La
heroica para ellos y vergonzante para nosotros Marcha Verde.
El
astuto y taimado rey alauita se aprovechó de la situación agónica del general
Franco para sacar pecho perpetrando una supuesta invasión pacífica del
protectorado español. Otro gallo le hubiera cantado, sin ninguna duda ni
entusiasmos de ningún tipo, si el entonces Caudillo de España hubiera gozado de
buena salud y de los agarres internacionales que en su tiempo tuvo. Pero ya se
sabe, cuando un país se muestra débil todo son parásitos insalubres. Y los
otrora aliados, si además tienen algo que pillar en la nueva situación, se
ponen del lado del que puede tener posibles, como también es moneda corriente en
las relaciones diplomáticas internacionales.
En
todo caso, por dignidad nacional, repito, muchos españoles sentimos vergüenza
de tal cobardía histórica. Y es más, nos fuimos diciendo que en el futuro
defenderíamos el acordado referéndum de
autodeterminación del pueblo saharaui, cosa que ni ha sucedido ni sucederá
nunca libremente. Y es que la debilidad es mala cosa para defender hasta las
situaciones más dignas.
Así
que ahora, como antes y como siempre pasará, dejémonos de reclamaciones
territoriales gibraltareñas no sea que ‘el primo moro de turno’ de nuestro Rey,
con inquietantes méritos para tan
incierto parentesco, tenga la ocurrencia de montar otra marcha del color que
sea hacia Ceuta y Melilla.
Primos de otro tiempo
Cuando
Aznar exhibía músculo internacional
y era también ‘primo’ de Busch, España jugaba en el equipo ‘estrellibarrado’ con
relativa fuerza y ocurrió el asuntito de Perejil; el desenlace nos fue propicio. Pero ahora, con
la mediocridad galopante que nos asola se mire por donde se mire, un asunto
así, por nimio que pareciera, tendría quizás un resultado diferente.
Un
buen bozal y el missing Trillo
Así
que, aun aplaudiendo la gallardía del ministro Margallo, tengamos cuidado con algunos monos domésticos. Sin
menoscabo, eso sí, de poner las cosas en su sitio a los simios y similares que
se aprovechan de la situación gibraltareña para reírse de los españoles y hacer
su agosto con todo tipo de negocios ilícitos.
Y
hay muchos modos de ponerles bozal a los monos para que no muerdan. ¡Oído, Picardo!
Por
cierto, ¿dónde estará el oportunista ‘sirvoparatodo’ y ‘sobretodopalomio’ Trillo a todo esto? ¿Estará nuestro embajador en los mismos michirones de cuando los diarios económicos ingleses nos
arrean interesadamente? Conteste, please.