El Monopoly fue originalmente creado para denunciar las injusticias del capitalismo
El Monopoly, el famoso juego de mesa en el que el jugador trata de acumular el máximo número de propiedades para aplastar a la competencia, fue creado para mostrar la maldad del sistema capitalista. Un siglo después de su nacimiento podemos afirmar que a su creadora, Elizabeth Magie, le salió el tiro por la culata.
Lizzie Magie patentó en 1904 el juego, que en su versión beta se llamaba “El Juego del Terrateniente” (The Landlord’s Game). La intención de Magie con el juego era demostrar cómo las rentas enriquecían a los propietarios y empobrecían a los inquilinos. Dado que las ideas económicas subyacentes eran muy difíciles de transmitir a las víctimas del sistema, inventó un juego con el que despertar en los niños una natural suspicacia hacia la injusticia.
El mayor problema de aquel proto-Monopoly (que no de los subsiguientes, abiertamente procapitalistas) era su mecánica. La inventora pensaba que los jugadores se verían ahogados por las exorbitantes rentas de los propietarios y acabarían levantándose contra ellos, atesorando una dosis del rencor para el mundo real. Pero el efecto era el contrario: el jugador que conseguía hacerse con todas las propiedades y el dinero del tablero ganaba la partida, de modo que estimulaba ese demonio acumulador y acaparador que todos llevamos dentro.
Otro tanto pasaba con los trenes. Aquel que se hiciera con las cuatro compañías ferroviarias estaba en disposición de cobrar los boletos al doble de precio. Una vez más, la metáfora estaba clara: la acumulación de propiedades en unas pocas manos llevaba al abuso. Una vez más, la enseñanza del juego era muy otra: los monopolios son un gran invento porque te hacen ganar pasta a manos llenas.
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