Confienso que tengo la cachimba a punto de rebosar con el monotema catalán. No tanto porque la reivindicación soberanista me parezca más antigua que la abuela de Matusalén como por el eco desmesurado que encuentra este asunto en la mal llamada prensa nacional. Si a Puigdemont le da por retocarse el corte león el acontecimiento merece cinco columnas y editorial con llamada en primera bajo el título “Puigdemont se salta la Constitución”. Si Junqueras bufa, la prensa de Madrid rebufa, y si la CUP truena, en la Villa y Corte relampaguea. Si un par de descerebrados queman unas fotos del rey se aseguran el minuto de oro de todos los telediarios y si un diputado nacionalista catalán le pregunta en el Congreso a Rajoy por el referéndum, la respuesta del presidente abrirá todos los informativos y se acompañará de las reacciones de la oposición y del comunicado de la Hermandad de Bedeles Unidos de las Cortes y la Casa Real.
Me deja boquiabierto la legión de economistas, analistas, politólogos, sociólogos, historiadores, escritorólogos y políticos en activo o en retirada que en cuestión de minutos mojan la pluma y escriben sesudos artículos de fondo sobre el problema catalán, apenas alguien se resfríe en Manresa o estornude en Vic. Todos analizan los antecedentes, consecuentes, referentes y remanentes del asunto, exploran a conciencia las visceras del caso para averiguar si los dioses les serán propicios y concluyen generalmente en que esto no lo arregla ni el médico chino y menos Mariano Rajoy.
Yo comprendo que el “problema catalán” apasione en Madrid pero opino que la atención informativa es desproporcianada y dudo mucho de que la pasión sea la misma en Murcia, Extremadura o La Rioja, por citar sólo tres ejemplos. Para la prensa capitalina, en esas comunidades nunca pasa nada que merezca su atención y, si pasa, lo más que aparecerá será una gacetilla en página par, abajo y a la izquierda en donde hasta Sherlock Holmes tendría problemas para encontrarla con su lupa. Salvo que sea un asunto en el que corra la sangre y esté presente el sexo, lo que ocurra más allá de Madrid o de Barcelona literalmente no existe para los medios de ámbito nacional. Es exactamente el mismo criterio que aplican a la información futbolística, volcada hasta la náusea en un par de equipos y en un par de jugadores mientras el resto apenas alcanza la categoría de meras comparsas.
La prueba de todo lo anterior la tenemos hoy mismo: no intenten encontrar en los principales medios de tirada nacional alguna reseña o gacetilla suelta relativa a la admisión ayer a trámite en el Congreso de la reforma del Estatuto de Autonomía de Canarias porque no la van a encontrar. De hecho, ni los ministros se dignaron acudir a la sesión plenaria y Ana Pastor presidió el pleno porque no consiguió cita con el dentista y no tenía nada mejor que hacer a esa hora de la tarde. De haber sido el catalán el estatuto a reformar llevaríamos meses dándole vueltas y hoy se habría emborronado papel suficiente para empapelar dos veces el Congreso de los Diputados.
También es verdad y justo es admitirlo, que Canarias está miles de kilómetros de Cataluña, nadie en Madrid habla guanche en la intimidad y del mundo es conocido que somos un vergel de belleza sin par con seguro de sol, vamos con taparrabos mientras nos divertimos tirándonos cocos a la cabeza y nos ponemos tibios comiendo patatas con piel. Si además nuestras ventajas fiscales nos dan para atar los perros con chorizos de Teror y para hacer una manifestación medianamente presentable hay que convocarla con citación judicial, ya me dirán ustedes qué caso nos pueden hacer ni qué eco mediático va a tener nuestra verdadera realidad más allá de la Punta de la Isleta. Mientras todo eso no cambie, Puigdemont y compañía seguirán copando las portadas y el resto nos tendremos que conformar con aparecer en la información meteorológica.