No todas las niñas son iguales. Hay unas que tienen el mismo atractivo que una tabla de triplay. A esas, el cerebro de Raymundo ni siquiera las registraba. Había otras que lo atraían porque eran lindas y ya, como un trozo de carne colgado que podría llamar la atención de cualquier perro hambriento. Por moda, a veces las madres visten a sus hijas de putillas, exponiendo pedazos de esa piel infantil a los ojos de cualquiera. Imposible no mirar.
Ese tipo de niñas que atraían su mirada momentáneamente. No era que abundaran, pero había que clasificarlas de alguna manera. Conformaban un grupo especial. Eran las que se convertían en ideas que sobrevolaban en círculos, dentro de su cabeza. Ninguna otra ocupación por importante que pareciera podía distraerlo de niñas así. No eran comunes. Magnéticas. Tréboles de cuatro hojas. Aquellas que poseían la capacidad de transformarse en una fantasía recurrente que no se limitaba a las horas de sueño. Una fantasía de tiempo completo, un delirio
He descubierto que me suelen gustar mucho y de forma especial, las obras escritas por mujeres y creedme si os digo que no es que las busque, no, de verdad que no decido mis lecturas predispuesta a ello. No decido las lecturas en función del sexo del escritor, me suelo guiar por opiniones, críticas positivas en los blogs amigos o por recomendaciones de otros lectores que me conocen bien. Pero no deja de sorprenderme que, en los últimos tiempos, esa atracción fatal es especialmente evidente hacia las escritoras latinoamericanas, soy como una especie de imán, y me vienen, me llegan de una forma u otra. La mayoría de las veces comienzo a leer sin sospechar que no son españolas, aunque enseguida por el tono y la jerga ya me doy cuenta, como en este caso, curiosamente en mi cabeza pensaba que Liliana Blum era italiana y no, es mexicana.
¿Cómo llegué a esta obra? Ni idea. . ., no lo recuerdo, supongo que por alguna crítica remarcando la dureza del argumento, o al descubrir que trata sobre la pedofilia, ya que no había leído nada abordando ese tema, que, aunque horrible y deleznable en la vida real, me resulta atractivo en la ficticia (y entiendo que a la mayoría de los lectores no les ocurra lo mismo).
La trama sin spoilerAmbientada en Durango (México), como el título indica, la novela trata de eso, de un monstruo pederasta, porque eso son los pederastas, monstruos, personas que sienten atracción sexual hacia niños y niñas, pero en los que la pedofilia va más allá. Como le sucede a nuestro protagonista Raymundo Betancourt, que prepara y acondiciona su zulo para pasar a la acción, para convertirse en pederasta. Primero observa de cerca y en la distancia a sus potenciales víctimas, cuándo van al parque con sus madres, en las puertas de los colegios, en las clases de natación, las espía hasta saberse de memoria sus movimientos cotidianos.
Ella, que poseía un cuerpo diseñado para erizarle el deseo y plagar sus fantasías día y noche. Raymundo la miró emerger esbelta del agua con más agilidad que la de cualquier otro niño, apoyándose en la orilla con sus brazos de músculos apenas esbozado.
Y pasa a la acción, secuestrando a Cinthia, aunque según avanzamos en la lectura sabremos que previamente también tuvo retenida, violó y mató a Normita, aunque eso fue algo que en principio no entraba en sus planes. Esta vez espera que todo le salga bien, ya que cuenta con la ayuda de una mujer enana enamorada (con acondroplasia) que se deja utilizar, Aimeé, que vive con ellos y le echa una mano con la niña. Está obsesionada con Raymundo y al principio vive totalmente engañada, él le cuenta que tiene a la niña en el sótano para salvarla del maltrato que sufre en su casa y ella se lo cree, o quiere creerlo, aunque evidentemente según pasa el tiempo, se va dando cuenta de todo. Aimeé prefiere hacer oídos sordos, hacer como que no quiere ver, porque es muy fuerte lo que acaba de descubrir y porque es la postura más cómoda, menos complicada. Pero resulta que al final Aimeé puede que tenga sentimientos y sea capaz de sentir empatía, aunque quizás el amor que siente hacia Raymundo, sea más fuerte que la culpa. ¿o no?
¿Que si percibí señales de alerta? Me insisten tanto con eso. Bueno, sí vi algunas cosas, pero no supe lo que significaban. No las interpreté porque entonces no tenía toda la información que tengo ahora. Es como tratar de armar un rompecabezas de miles de piezas sin la caja para guiarte. Tardas mucho en darte cuenta de lo que es. Y yo no estaba analizando cada detalle como si fuera un detective. Yo estaba enamorada y viviendo la vida que siempre quise.Los puntos fuertes de la novela
El porqué del títuloEn el epígrafe de la novela al principio del libro, aparece una frase que el obsesionado profesor Humbert Humbert le dice a la niña Lolita, en la legendaria obra del escritor ruso Vladimir Nabokov:
“Yo era un monstruo pentápodo, pero te quería”.
Según la propia Liliana Blum comenta en una entrevista, la elección de ese título no es algo gratuito: “Es un guiño para quien ha leído Lolita. Cuando leí esa frase me quedé horrorizada porque la idea de un monstruo pentápodo... bueno, los humanos tienen cuatro extremidades y la otra... Es una imagen muy fuerte y, además, es una relación ilegal y de abuso”.Dos narradores, tres protagonistasHay dos narradores, uno que es omnisciente, Raymundo, que nos lo cuenta todo desde su punto de vista y también está Aimeé, una enana que se siente rechazada y discriminada por el mundo, y nos lo cuenta a base de cartas que le escribe al pedófilo en primera persona, desde la cárcel.
Yo había pasado sola toda mi vida, rechazada por el mundo; de pronto encontré el amor en ti, nos mudamos juntos, todo era felicidad, luna de miel. Pero apareció esa chiquilla que te tenía hipnotizado. ¿Por qué iba a desconfiar de ti si habías sido tan bueno conmigo?
Y tres protagonistas, ellos dos, y también Cinthia, una niña de seis años que ha sido separada de sus padres y está retenida en el sótano de una casa, sometida a abusos sexuales cuando a su raptor se le antoja, aunque tampoco entienda que es exactamente lo que están haciendo con ella.
Pedofilia, pederastia, temas que aterranSoy consciente de que este tema echará para atrás a la mayoría de lectores, normal, es una cuestión que repele, que da asco. Acabada la lectura te haces las eternas preguntas de siempre ¿Acaso los pedófilos son pedófilos por gusto? ¿Un pedófilo nace o se hace? Porque claro, te dices que, si se “nace” así, quizás eso le reste algo de culpabilidad al pedófilo, porque para ponerle remedio a su posible “enfermedad” y no llegar a convertirse en pederasta, el individuo en cuestión debe ser capaz de reconocer que tiene un problema para poder buscar ayuda. Pero si “se hace”, pues llegamos a la conclusión de que la pederastia podría ser reconocida precozmente y evitada de alguna forma ¿Alguien conoce las respuestas? ¿Hay respuestas válidas?
Tú estás pensando en ese 5% que llega a hacerles daño a los niños, el otro 95% nunca llega a vivir sus fantasías. Piensa en su sufrimiento. La sexualidad es la fuerza más poderosa en los seres humanos. Nacer con una sexualidad prohibida debe ser terriblemente doloroso. El pedófilo que se las arregla para ir por la vida con la vergüenza de su deseo y sin actuar sobre él se merece una maldita medalla.
Pero os cuento que “El monstruo pentápodo” no es un libro plagado de descripciones explícitas ni truculentas; al contrario, la autora es capaz de dosificar inteligentemente las escenas más complicadas, las suaviza bastante, para que no produzcan excesiva repulsión. Aún así, la trama en conjunto aterra, no puede ser de otra forma.
Siempre que él, o cualquiera de los dos, se acercaba a ella, el terror le anestesiaba los sentidos y su mente se evadía viajando a cualquier otra parte: a casa, con mamá; a la escuela, con su maestra. Si estaba en otro lugar no podía sentir los golpes o los besos, los gritos, ese dedo que la partía en dos. O si la obligaba a chupar esa parte horrorosa que Cinthia no sabía ni cómo nombrar. No es que no se diera cuenta de lo que sucedía, sino que era capaz de verlo a distancia como si ella se asomara a ese lugar desde alguna esquina invisible.
Una prosa bonita, una autora valienteLa prosa de Liliana Blum (Durango, México, 1974) es bonita, ágil, pulcra, escribe bien y hay que reconocer que es valiente, porque hay que ser valiente y no tener pelos en la lengua para escribir algo así, tan directo al corazón, tan desgarrador. Pero lo que resaltaría sobre todo de esta autora es la capacidad que demuestra de meterse en la oscura mente del monstruo, de un pedófilo, de un psicópata, en su psique, imaginar como reprime, como piensa, como actúa cuando decide dejar de reprimirse, para nada tarea fácil, ni siquiera en la ficción. Escalofriante. . . Y tampoco debe de ser fácil meterse en la piel de esa chiquilla que sufre y que no entiende nada.
No le gustaban demasiado jóvenes: aún eran cabezonas y de extremidades gruesas y suaves, como si no terminaran de superar la etapa de bebés. Larvas. No estaban listas todavía. Tampoco le apetecían las entradas en la pubertad. Les empezaba a cambiar el contorno del cuerpo y no existía nada más repugnante que esos pezones con forma de cono que se levantaban debajo de sus blusas. Su tipo eran las niñas delgadas, atléticas, de facciones finas, ni muy blancas ni muy morenas. Las prefería en el rango de los cinco a los nueve años: niñas auténticas, no bebés grandes ni mujercitas en proceso.
Resumiendo: "“El monstruo pentápodo” es una historia cruda y desgarradora, una lectura que incomoda, que no deja indiferente, que quizás no todo el mundo sea capaz de leer, con un personaje odioso que podría ser tu ejemplar y adorable vecino, el mío, el de cualquiera, un lobo con piel de cordero. Pero una historia necesaria, a pesar de todo.
¿Porqué había hecho eso? ¿En qué se había convertido? Hay preguntas incómodas que no nos atrevemos a hacernos porque intuimos que la respuesta no nos gustará.
Me ha gustado y la recomiendo, pero con reservas, por supuesto, no a todo el mundo. Mi nota es la máxima: