En el Norte de Francia existe un lugar donde el tiempo parece haberse detenido y muestra un trocito de la Edad Media enclavada de manera mágica dentro del océano Atlántico. Saint Michel se percibe como una pequeña montaña hecha por personas, surigiendo del mar y apareciendo ante el visitante como una forma espectral.
Se trata de una pequeña isla en cuya superficie se edificó una abadía consagrada al Arcángel San Miguel, que con el paso de los siglos fue ganando importancia y creciendo, llegando a ocupar toda la superficie de la roca y hoy es El Mount Sant-Michel está totalmente rodeado por el agua del océano,uno de los centros turísticos más importantes de Francia.
Más de 3 millones de visitantes quedan cada año maravillados ante la imponente presencia que aparece de repente en el horizonte y va haciéndose cada vez más grande, hasta que la tienen delante de ellos. Un vestigio de épocas pasadas que impresiona por su belleza y su arquitectura.
pero en los momentos de marea baja, esta retrocede,dejando a la vista la arena de una inmensa playa que pronto vuelve a ser reclamada por la ferocidad del Atlántico.
Se accede a él a través de una carretera que queda por encima de la marea, y es transitable hasta los aparcamientos, en los que hay que andar con ojo, ya que también acaban siendo cubiertos por el agua salada cuando sube la marea.
Las empinadas calles de Saint-Michel conducen hasta el monasterio, donde se puede visitar el claustro y las distintas estancias que conformaban este edificio milenario. En él se pueden ver curiosidades como el montacargas impulsado por una inmensa rueda en la que la fuerza la hacían los prisioneros que cumplían una dura condena en el lugar.
Es conveniente contar con un guía para descubrir la interesante historia del lugar. Salen cada poco tiempo desde la entrada, y es fácil encontrar un grupo que hable castellano. Las historias que cuentan son interesantes y ayudan a conocer y comprender qué estamos viendo.
Las calles que suben hasta el monasterio están repletas de tiendas de souvenirs, bares, restaurantes y otros establecimientos, pensados para los turistas. Bastante caros todos, por cierto.
Para alojarse, se puede optar por buscar en los pueblos cercanos, especialmente Saint Malò, una pequeña ciudad que es también uno de los puntos destacados para visitar en la zona. Cientos de hoteles de varios precios o campings muy cercanos al Monte son las opciones más destacadas para hacer noche disfrutando del espectáculo que supone la sola visión del lugar.