Revista Educación

El monte no es un bar

Por Siempreenmedio @Siempreblog
El monte no es un bar

En mi familia tenemos la costumbre de ir de vez en cuando a Las Raíces a comernos algo hecho a la brasa. Mi familia somos mi chico, mi perro Garsón y yo, así que la chuletada consiste en un trozo de secreto, alguna hamburguesita, unas piñas de maíz y pare usted de contar. Vamos, como chuletada, un poco pobre, lo sé.

Creo que tardamos bastante más en montar toda la parafernalia del carbón y los palitos y el dale aire y ahora no se lo des y el 'a esto le falta un punto' o 'esto se te ha pasado, colega' que en comernos lo que hemos llevado, pero bueno, cada cual tiene sus aficiones, ¿no?

No obstante, desde hace un tiempo ir es como ir a un gran bar al aire libre y no mola nada, pero nada. Debe coincidir que siempre que voy yo, alguien cumple los años y hay una ristra de globos de árbol en árbol como si alguien hubiese alquilado parte del monte. Los globitos acaban volando y más tarde vagando sin rumbo por el barro.

Hace unas semanas, dos autobuses de transporte escolar (lo digo para que se hagan una idea del tamaño) llegaron hasta el aparcamiento. Con horror, vi cómo empezaba a bajar gente y más gente. Lo único bueno, pensé, es que al menos la peña ya no coge el coche para pillarse el pedo bien a gusto.

Porque al final parece que de lo que se trata es de comer un poco y beber mucho. Y, por supuesto, de tener la música muy alta. El chu-chu-chún, chu-chu-chún del regetón bien alto ahí mientras nos hacemos un cubata de ron o nos mandamos una garimba tras otra.

El último día que estuve el pobre guarda se paseaba por las mesas pidiendo que se bajase el volumen de la música. Imagino que habrá una hora en la que dejará de preocuparse por la música y empezará a hacerlo por la basura. Yo no aguanto tanto.

Habrá quien piense que me estoy haciendo mayor. Es evidente, pero yo recuerdo que lo mejor del monte era el bocata después de la subida o ver qué plato llevaba cada uno para pasar al día o descubrir qué carne o qué verdura quedaba mejor a la barbacoa. Y, sobre todo, era llegar, disfrutar, admirar, respirar y llegar a casa sin dejar huella. Ni ruido, ni basura.


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