Revista Opinión
No es lo mismo un preso común que un famoso preso, como no es igual un delincuente de cuello blanco –como Bárcenas o Mario Conde- que un vulgar ratero drogadicto –como los que brotan de la marginación en los arrabales de la sociedad-. Los primeros causan sorpresa e interés, despertando la atención de los medios de comunicación y las portadas de las revistas de peluquería, mientras los segundos no merecen un reglón ni en las páginas de sucesos, salvo que protagonicen una huida espectacular o la emprendan a navajazos con los soplones que favorecieron su captura. Es decir, que hay distingos entre los delincuentes y diferentes varas de medir su delito según pertenezcan a un grupo u otro de presidiarios. Unos penan sin el perdón de nadie y otros con la misericordia que les confiere la fama. Es lo que sucede con Isabel Pantoja, la pobre.
La desafortunada cantante, artista sevillana de la copla y los faralaes, es noticia permanente por sus entradas y salidas de la cárcel, adonde fue condenada con dos años de pérdida de libertad por blanquear dinero de su antiguo amante, el exalcalde de Marbella, Julián Felipe Muñoz Palomo, alias “Cachuli”. Ahora, tras cumplir más de la mitad de la condena, la tonadillera tiene derecho al tercer grado, lo que le permitiría disfrutar de un régimen de semilibertad, pernoctando de lunes a jueves en un centro de reinserción y con los fines de semana libres. Esta situación acapara titulares periodísticos y fotografías o reportajes en las revistas del corazón, sin que las demás excarcelaciones que se producen cada semana en las cárceles españolas atraigan idéntica cobertura mediática.
El Tribunal de Vigilancia Penitenciaria parece que valora, a la hora de autorizar la nueva clasificación y la de todos los permisos carcelarios que ha concedido a Isabel Pantoja, el buen comportamiento que ha mantenido en la cárcel, que haga frente puntualmente al pago de la multa de más de mil millones de euros que se le impuso y que haya asumido la “responsabilidad del delito”, vamos, que admita su culpabilidad, aparte de cumplir más de la mitad de la condena. En resumen, que reúna los requisitos que se le exigen a cualquier preso en la misma situación.
Pero con la que fuera la “viuda de España” las circunstancias son distintas. Entre otras, porque es un personaje de la farándula que creía tener impunidad para delinquir a la par que exhibía su vida sentimental y artística por los escaparates de la fama, mientras los delincuentes de medio pelo, los que ni cantan ni bailan para cometer delitos, simples “robagallinas”, por carecer, carecen de abogados que apelen por su situación y ni siquiera tienen claro poder acceder a los beneficios penitenciarios. Con tantos ojos pendientes del morbo que rodea a este personaje, ni queriendo podría la cantante olvidar la fecha de un permiso carcelario, mucho menos el acceso a la semilibertad, mientras que un preso común podría perfectamente desconocer la de su puesta en libertad, sin que nadie lo reclame. Un caso despierta el morbo de la fama caída en desgracia, y los otros, sin ningún interés para la sociedad y los medios, sufren la más absoluta indiferencia.
De Pantoja se conoce al detalle, con puntillosa difusión periodística, que era una mujer dada al quebranto y la pena en su vida amorosa. Su primer matrimonio, con el torero Francisco Rivera, Paquirri, apenas duró un año, tras morir corneado el diestro durante una corrida celebrada en la localidad cordobesa de Pozoblanco. Años más tarde, Isabel y Julián comienzan sus amoríos en Marbella, donde él consigue ser alcalde antes de que sea defenestrado al poco tiempo por una moción de censura de su propio partido. En 2006, un juez envía a prisión a Julián Muñoz por malversación de caudales públicos y cohecho. En 2007, la tonadillera también es detenida, acusada de utilizar sus sociedades para blanquear 1,85 millones de euros procedentes de las actividades delictivas de su compañero sentimental. El dinero que entraba en su casa en bolsas de basura era blanqueado por tres vías: la inmobiliaria, la financiera y la ganadera. Y por ello, por participar de un delito del que recibió en sus cuentas un total de 1,12 millones de euros, es por lo que Isabel Pantoja está en la cárcel. El resto de su corta y apasionada historia junto a “Cachuli”, cuya relación sentimental duró sólo tres años, carece de interés penal. Sin embargo, los medios la recuerdan constantemente y la consideran causa fundamental de su actual situación penitenciaria. Como si para ser ladrón fuera imprescindible estar enamorado. Un eximente que no se contempla en los demás presos. Y es que el morbo lo acapara, en su beneficio, el famoso, normalmente banqueros, políticos o artistas. En este caso, Pantoja, la tonadillera. Esa es la razón por la que no es lo mismo un preso común que un famoso preso. Al segundo hasta un presidente de Gobierno puede enviarle mensajitos de apoyo a la cárcel. Clases que hay entre los presos.