Revista Salud y Bienestar
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En estos días de procesiones en que los costaleros pasan al primer plano de nuestra atención, desempeñando la misión para la que estuvieron preparándose una buena parte del año, conviene recordar una obviedad: la dureza de su dedicación no se ve libre de peajes...
En efecto, son muchas las patologías, las más de ellas osteomusculares, que estos apasionados voluntarios aquejan... Pero hay una que llama particularmente mi atención, por cuanto parece constituir lo más parecido al sello de su identidad.
Nos referimos al morrillo de los costaleros, ese quiste o acúmulo de grasa que -con el tiempo- les puede aparecer en la parte posterior del cuello, un poco a modo de reacción o mecanismo de defensa a los cerca de 50 kilos que deben cargar durante tantas horas...
Es tan característico que algunos piensan que para ser un buen costalero es necesario lucir morrillo, pero lo cierto es que como siempre en esta vida: unos lo tendrán, otros no, sin que por ello sean mejores o peores... La sabiduría popular, revestida de tradición, hizo que uno de los complementos de su vestuario, amén de las oportunas fajas lumbares, fuera la morcilla: esa prenda de ropa que se colocan en la cabeza, protegiéndoles la parte posterior del cuello de las inclemencias del peso.