El MPN es una gran familia, característica que responde a sus orígenes. En una mirada rápida de la política local, se puede decir que tradicionalmente el partido estuvo asociado a los Sapag como el tronco de un árbol al que, con el tiempo, le crecieron retoños.
Los brotes de esta fuerza política no siempre nacieron verdes. Esas ramificaciones se multiplicaron en colores en los últimos 30 años y, producto de diferencias internas, surgieron ramas blanca, amarilla, azul, azul y blanca y de otras tonalidades que no llegaron al podio cuando los recursos económicos para las campañas fueron escasos.
El viernes al mediodía hubo un acto político del partido provincial disfrazado bajo la formalidad de un acto de inauguración de un edificio de 12 pisos cuya construcción costó 12 millones de dólares. La obra fue encarada por un sindicato conducido en forma hegemónica desde hace más de 30 años, una organización gremial que acumula poder económico, político y de presión como pocas en el país.
Un economista de mirada lineal diría que para levantar la nueva sede de la mutual del gremio de los trabajadores petroleros se destinó un millón de dólares por piso. Un fiscal con ganas de investigar preguntaría cómo hizo el sindicato para juntar tanto dinero, teniendo en cuenta que además se anunció otra construcción por 169 millones de dólares: el edificio de la cuarta clínica administrada por el sindicato.
La suma de ambas inversiones de un gremio que por lo visto recauda muy bien entre sus 23.000 afiliados se aproxima bastante al presupuesto anual de la Municipalidad de Neuquén de este año, que contempla gastos del orden de los 230 millones de dólares.
Tal lo esperado, la ceremonia político-sindical que clausuró la semana cristalizó, con gestos e imágenes, la unidad del MPN. El momento llegó después de cuatro años de distanciamiento entre las dos figuras de peso que quedan en el partido: Guillermo Pereyra y Jorge Sapag.
El exgobernador concurrió en compañía de su hermana Alma (Chany) y el dirigente sindical y senador mostró a su hijo Martín, un desconocido en el mundo de la política al que quiere potenciar como candidato a diputado nacional.
La fotografía de este evento fue la de una familia unida con un mensaje político claro: en el partido mandan Sapag y Pereyra. Y se confirmó que en el MPN los lazos de filiación cotizan tanto o más que las fichas de afiliación.
Cuando los hermanos Felipe y Elías Sapag rompieron relaciones a principios de los 90 del siglo pasado, aquel tronco original sufrió hachazos y Jorge Sobisch aprovechó la grieta para quedarse con el poder, primero cuatro años y luego ocho en forma contínua.
Las acciones políticas de Sobisch están depreciadas desde hace tiempo. No fue invitado a la fiesta organizada por Pereyra, pese a que el dirigente de los trabajadores petroleros apoyó la última aventura interna del exgobernador en el 2015.
Puede ser que a Sobisch no lo hayan convocado por una variedad de razones políticas internas, entre ellas que Sapag, que fue su vicegobernador, lo quiere ver lejos. Pero hay un motivo que no se puede ignorar: subir a Sobisch al escenario a pocos días de cumplirse diez años del asesinato del docente Carlos Fuentealba hubiera sido un gesto de enorme provocación. El crimen del maestro ocurrió durante último gobierno de Sobisch y sólo hubo condena para el autor material del hecho. Pero las responsabilidades políticas de las decisiones tomadas en aquella represión ocurrida en cercanías de Arroyito el 4 de abril del 2007 quedaron sin condena.
Con perfiles desdibujados frente a la trascendencia del reencuentro entre Sapag y Pereyra, también participaron de la fiesta Omar Gutiérrez y Rolando Figueroa, la llamada nueva generación del MPN que no parece estar dispuesta a desafiar el pasado. Al gobernador le dieron el micrófono para levantar un poco su protagonismo y el vice quedó relegado al aplauso y la foto.