El mueble del pasillo siempre fue un tesoro. Luces de bohemia; El tao de la salud, el sexo y la larga vida; La ciudad y los perros; Respóndeme. Mamá hablaba por teléfono y dibujaba garabatitos mientras ella, siempre cerca, pronunciaba palabras a media voz. Un día le pidió que leyese en voz alta, sólo un ratito. Su madre cantó a Miguel Hernández. ¡Así que los libros se podían cantar!
El mueble del pasillo siempre fue su tesoro porque ya miraba y dibujaba esas páginas antes de aprender a leer. Un día cayó en sus manitas El turista accidental. Después de Si tienes un papá mago, El secreto de Lena, El capitán Calzoncillos, Tintín, Zipi y Zape, El principito y multitud de títulos que le hacían compañía durante todas y cada una de sus enfermedades infantiles, después de todos ellos, puso la vista en unas palabras totalmente distintas.
Todos aquellos libros viejos se mudaron al suelo de su habitación, escenario vacío donde a cada ratito crecía una obra distinta. Alguien soñaba con árboles siete años antes de que ella oyese hablar del realismo mágico. La voz de su madre cantaba cómo la risa de un bebé hacía libre a un poeta. Y mientras tanto ella, ajena a aquel estallido, sonreía ilusionada e inocente delante de las páginas.