Este verano, asistiremos a una situación insólita para la mayor parte de los aficionados al fútbol: el evento deportivo más importante del planeta (perdón a los puristas que apuestan por los Juegos Olímpicos) se desarrollará en la situación global de crisis económica más grave de las últimas décadas.
¿Cómo afectará esto al Mundial? A nivel deportivo, es de esperar que en nada, sobre todo porque lo contrario no tendría sentido. Pero un Mundial es mucho más que lo que se juega en los estadios habilitados por el país anfitrión. Un torneo de esta relevancia es también un acontecimiento económico de primera magnitud. Un filón que, en esta ocasión, será mucho menos productivo de lo esperado.
Match es la agencia oficial de viajes de la FIFA -al fin y al cabo, se trata de que todo quede en casa-, pero, a estas alturas, aún tiene pendiente de colocar cerca de 40% de las habitaciones de hotel que había reservado para el Mundial. Durante el Mundial de Alemania (2006), la organización hizo el agosto ofreciendo paquetes de lujo que fueron devorados con avidez por las grandes corporaciones mundiales, en especial bancos -curioso, ¿no?-. Un segmento de negocio que apenas ha funcionado en Sudáfrica.
Fuentes oficiales han rebajado las cifras de visitantes extranjeros a los que se espera alojar durante el Mundial, de 480.000 a 380.000. La culpa, cómo no, es de la crisis, y del miedo que los medios de comunicación están difundiendo en algunos países -como Inglaterra, que suele movilizar a miles de incondionales de los Pross- ante el aumento de la inseguridad en Sudáfrica. Por no mencionar planes tan descabellados como alojar a hinchas en hoteles de las Islas Mauricio, lo que les obligaría, además de a pagar carísimas estancias en hoteles de lujo, a tragarse 15 horas de avión para ver los partidos.
La situación también afecta a la venta de entradas. En febrero ya se habían despachado dos terceras partes del total -tres millones-, pero el tercio restante echa polvo en las taquillas de los estadios. Como tirar los precios no es una opción -la mejor localidad para la final cuesta la salvajada de 6.000 euros-, la FIFA se ha puesto el disfraz del altruismo y va a repartir 120.000 entradas (de categoría 4, es decir, de las malas) entre la población sudafricana. Hasta se dan dos por cabeza a cada uno de los 27.000 obreros que han participado en la construcción de los estadios. La consigna está clara: que no se vea cemento.
Según distintos estudios, cada aficionado que se desplace a Sudáfrica asistirá a una media de cinco partidos y se gastará unos 3.200 euros. Mucho dinero, sí, pero que podría ser mucho más si el próximo Mundial se acercara al millón de visitantes que recibió Alemania en 2006. En total, se estima que el país anfitrión reciba una inyección de unos 12.000 millones de euros. Una cifra importante, pero muy lejos de las estimaciones realizadas en 2004, cuando se hizo oficial la sede del primer Mundial africano de la historia.
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