Luis Sepúlveda.- Cuando Obama se perfilaba como posible presidente de los Estados Unidos se creyó que un nuevo viento soplaría sobre el mundo, en ningún caso un temporal, sino una leve brisa de respeto y de entender las relaciones internacionales que sacaría a los Estados Unidos de la barbarie legal.
Esto último, “barbarie legal”, es un concepto medianamente comprensible para cualquier habitante de la Tierra, independientemente de su raza, color de piel o credo religioso, para cualquiera, menos para los norteamericanos, y el asesinato de Osama Bin Laden y otras personas que fueron acribilladas junto al execrable líder terrorista, demuestra una vez más que para los estadounidenses la legalidad es apenas un detalle molesto en el western de las relaciones internacionales.
El presidente Obama, sentado en actitud dramática en la Casa Blanca, mientras esperaba los resultados de la EKIA (Enemy Killed in Action), se encargó de disipar cualquier leve atisbo de esperanza en el respeto a la legalidad internacional, y el “yes, we can” de su campaña electoral adquirió su real significado: si, podemos seguir siendo el sherif del mundo y allá vamos con nuestras horcas y cruces del Klu Klux Klan. Obama demostró que para él, como para todos los norteamericanos, no existe ninguna diferencia entre las convenciones internacionales que, menos que más, se refieren a la inviolabilidad de las fronteras, y el reglamento de la NRA (National Rifle Association).
Lentamente la Casa Blanca va filtrando información y casi sabemos que en una operación militar secreta mataron a Osama Bin Laden en Pakistán. También sabemos que no estaba armado, pero que, al parecer, se dio una situación confusa en la que murieron otras personas, niños incluidos. Gota a gota hemos sabido que el gobierno de Pakistán no estaba informado de esa operación en su territorio, y en un lenguaje libre de ambigüedades la misma Casa Blanca ha reconocido que se empleó la tortura para dar con el paradero del terrorista más buscado del planeta.
Luego, y aparentemente para tranquilizar a los sobrevivientes de Al Queda, se mostró un breve film de animación que al parecer reproduce el funeral marino del terrorista, realizado, enfatiza la Casa Blanca, según el rito musulmán. Fin de una operación impecable y siguiendo un guión digno de Buffalo Bill.
Si algo ha cambiado en los Estados Unidos es el color de cow boy, nunca antes hubo cowboys negros en los roles protagónicos del cine norteamericano. Al parecer la decoloración de los afroamericanos empezada por Michel Jackson ha dado como fruto que ahora un John Wayne negro ocupe el salón oval de la Casa Blanca.
Pakistán es un Estado débil, corrupto e integrante del club atómico, pero es un país soberano, con un pakistaní perplejo que ocupa un sillón en las Naciones Unidas. Nada justifica el uso de la tortura para obtener información de supuestos enemigos y mucho menos mantener limbos legales de detención y exterminio como Guantánamo. Pero todo esto no son más que conceptos que, para el sherif planetario y para los desprestigiados y pusilánimes gobernantes europeos carecen de cualquier valor.
Se destrozó y saqueó un país, Irak, en nombre de la lucha anti terrorista. Antes, para desestabilizar a la extinta Unión Soviética se armó a los Talibanes, Osama Bin Laden era uno de sus líderes, en Afganistán, y más tarde se declaró una guerra que ha llevado a los Estados Unidos y sus aliados a un callejón sin salida muy similar a la aventura de Viet Nam. Alentados por el ardor guerrero, los Sarkozy, Zapatero, Berlusconi y Brown decidieron que el coronel Gadafi dejaba de ser un amigo de occidente y empezaron una guerra sin más norte que desviar la atención de los problemas económicos internos en sus respectivos países, y ahora ya se empieza hablar de sanciones a Siria, como preámbulo a otra aventura en la región. Si el séptimo de caballería ataca a los apaches, ¿por qué dejar sin castigo a los comanches y sioux?
Obama, su desidia frente a la legalidad internacional, su pasión por la tortura como detonante de una Enemy Killed in Action, su desprecio por los “daños coletarales”, eufemismo para definir a los otros muertos en la acción, ha demostrado ser más de lo mismo de siempre. Nada ha cambiado en los Estados Unidos ni en su política exterior. Aunque a la mona la vistan con seda negra y demócrata, mona se queda.
Hoy, el anti imperialismo es una necesidad vital, y su urgente práctica comienza con quitar de sus puestos a todos los gobernantes europeos y de otras regiones del mundo, que no han abierto la boca ni siquiera con timidez para censurar esta última bravuconada que nos devuelve a la política de las cañoneras. Un fantasma tiene que recorrer de nuevo el mundo: el del anti imperialismo como actitud ética frente a los desmanes y a las complicidades de los gestores del sistema.
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