Para los que no tuvimos la posibilidad de seguir el grueso de su carrera televisiva y nada de su trabajo como director de teatro y comentarista (político y social al parecer, muy popular y dicen que polémico; apuesto a que sagaz), por motivos idiomáticos básicamente, el nombre del austriaco nacido en Francia y criado en todas partes Axel Corti apenas llegó a sonarnos familiar por "La putain du Roi", uno de los escasos films de su obra con distribución internacional y el último que pudo ver estrenado en vida ya que la miniserie (de vuelta a la TV en la que había debutado casi cuarenta años antes) "Radetzkymarsch" se programó por primera vez en 1995, dos años después de su fallecimiento por leucemia a los 60 años. Algunos de los mejores años de su carrera estaban seguro que por venir. Una década antes, coincidiendo silenciosamente en el tiempo con otra obra mucho más conocida sobre el Holocausto, la emblemática "Shoah" de Claude Lanzmann - que es muy diversa en intenciones y estilo: documental, en retrospectiva, apoyada en archivos y entrevistas -, Corti rueda tres películas a lo largo de un lustro, entre 1982 y 1986 conocidas - es un decir: en su país y poco más hasta el momento - como la trilogía "Wohin und zurück", que arrancan en 1938, antes de que Himmler "planificara" la extinción de los judíos. "An uns glaubt Gott nicht mehr" (82), "Santa Fe" (84) y "Welcome in Vienna" (86), de las que sólo la última conoció las salas de cine, duermen ya más de un cuarto de siglo el sueño de los justos mientras pasan ajenas las generaciones de cinéfilos a su lado sin sospechar siquiera la mayoría que se trata de tres de las mejores, más amplias y lúcidas películas con la Segunda Guerra Mundial de telón de fondo. No tres obras que restituyen la memoria de un pueblo, en aquellos años "fundido" - por el idioma en cuanto salían de allí - forzosamente - como otro cualquiera de los ocupados - con el alemán, serias como la muerte y "de consulta", intachablemente completistas y que perduran en la memoria de unos pocos debido a su envergadura histórica, pero que no despiertan pasiones a nadie.
No, tres obras que se ven sin pestañear, elípticas, siempre apasionantes, finalmente reconfortantes, tres films de una textura tan rica que recorren estilísticamente buena parte del camino andado por el cine europeo en el siglo, empadronado o no.
Lejos de ser uniformes, evolucionan desde la sumamente clásica y concentrada "An uns glaubt Gott nicht mehr", que respira por sus poros Renoir o Cottafavi, a la dinámica, enérgica, tierna, un encadenado de historias entrelazadas que van y vienen gozosamente, "Santa Fe", que pudiera haber sido un gran Wilder o un gran Monicelli y no guarda rescoldo alguno de esa mirada extraña del emigrante que tan buenos réditos daba por aquellos años a Jarmusch, para culminar en "Welcome in Vienna", que trae de vuelta inesperadamente al gran Rossellini de "Il Generale della Rovere" o "Era notte a Roma", a los maestros rusos o al Tourneur "desplazado" de "Berlin Express". También al americano europeizado Fuller de "Verboten".
Van desde luego en definitiva mucho más allá de lo logrado, pero con más aplausos recibidos, a finales de la década anterior por los alemanes Helma Sanders-Brahms con "Deutschland, bleiche mutter" o Hans-Jürgen Syberberg con "Hitler, ein film aus Deutschland". Lo primero que surge al revisarlas o acercarse a ellas por primera vez, casi seis horas de metraje después... es que falta una cuarta película, la en principio muy atractiva y seguramente complementaria "Eine blaßblaue Frauenschrift" rodada en 1984, en color y con un singular perfume ophülsiano, tal vez equívoco, quizá un contrapunto romanesque.
Eludiendo el acercamiento grandilocuente, el efecto que produce seguir las aventuras de Ferry, Gandhi (un excelso Armin Mueller-Stahl) y los sucesivos personajes que toman el relevo y pueblan estas tres obras donde el sentimentalismo ha sido exterminado por el desarraigo - que ya empieza en el hogar materno cuando la fuerza hace acto de presencia y nunca cesa por lejos que alguien pueda irse y por muy cómodo que se sienta en su país adoptivo -, es, en contra de lo habitual, una continua sorpresa, quizá porque se esmera Corti en no pararse a descansar en los recovecos más cómodos: ni pena ni espanto ni misericordia- menos aún pretenden concienciar o denunciar, ni siquiera descubrir la verdad, de sobras conocida - causan ni inspiran sus peripecias, a la distancia justa para implicar al espectador. Como en "L'armée du crime", ese reciente y excepcional Guédiguian, aventura será lo que se cuenta mientras perdure el estado de excepción en que se encuentran las concicencias de los personajes, que muy poca voluntad de heroicidad tienen ni tendrán nunca más cuando ceda el acoso en forma de desplazamiento al que se ven sometidos.
Como los recuerdos del propio Axel Corti, selectivos con lo bueno, los más entrañables o inteligentes personajes que encontró o imaginó haber encontrado o con lo más hondamente sobrecogedor, no hay sitio en ninguna de las tres películas para las demostraciones. Ni técnicas - ningún alarde de puesta en escena más allá de una vitalidad y una continuidad asombrosas -, ni dialécticas ni políticas ni históricas. Son tres films que dejan literalmente sin palabras, tan inalcanzables que nadie los reclamaría como ejemplificantes, inimitables.