ASma Lamrabet
Nuestro mundo está viviendo un período muy sensible ya que se enfrenta a una profunda crisis de sentido y de crispación de las identidades culturales… Sea como sea, casi siempre nos encontramos con el mismo tipo de discursos, es decir, se trata de conceptos esquemáticos que distinguen entre “ellos” y “nosotros”… Y según esta visión, el Otro siempre es peligroso porque se suele identificar con una diferencia negativa.
Esta visión binaria del mundo siempre ha existido y los pueblos siempre se han enfrentado en nombre de sus diferencias ideológicas, religiosas, culturales u otras. Siempre ha habido civilizaciones humanas que en su ciclo evolutivo, cuando han alcanzado su apogeo, intentan dominar ineluctablemente a las civilizaciones que están en decadencia: los griegos contra los bárbaros, los cristianos contra los paganos, los colonos contra los indígenas. ¡Ayer era ‘’el mundo libre” frente al régimen comunista y hoy es Occidente -”judeocristiano” o “grecorromano” –depende del contexto-, frente al mundo islámico arcaico y bárbaro, por supuesto, y situado al margen de la historia.
¿Cómo es posible que esta visión maniquea del mundo todavía perdure y, aún peor, que nos haya hecho cada vez más herméticos los unos de los otros, a pesar de la aparición de los increíbles avances tecnológicos y la globalización cultural de nuestros tiempos modernos, que se supone que han unido más a la gente de diferentes culturas en sus dimensiones virtuales inimaginables?
Cuanta más información circula, la ignorancia del otro aumenta. A pesar de que vivimos en espacios próximos, no nos encontramos y cada uno intenta construir su identidad en contra del Otro, tratando de diferenciarse del Otro … Tenemos la impresión de vivir en un callejón ideológico sin salida, lleno de incomprensiones, de incertidumbres y cada acontecimiento internacional se vive por ambas partes con un gran desajuste emocional … La fractura entre Occidente y Islam – en sus representaciones Nortes y Sur- parece más profunda cada día y un muro de incertidumbres y de sospechas ya está establecido entre estos dos mundos que todo parece dividir.
Del lado occidental, el mundo del Islam es percibido como un mundo monolítico, profundamente desconocido, anhistorico y sobre todo estructuralmente refractario a la modernidad occidental. Mientras que del lado musulmán se percibe Occidente como un universo de depravación, hegemónico , demasiado etnocéntrico y dominador y desde luego sobre todo responsable de todas las desgracias de esta parte del mundo!
La teoría del choque de las civilizaciones nos está obsesionando y que lo querramos o no y desde el 11 de septiembre, el islam que, por supuesto siempre ha personificado históricamente hablando, la alteridad en toda su percepción peyorativa, se ha convertido en la cabeza de turco favorita favorable para la aparición de las principales tensiones planetarias.
Por otra parte esta misma tesis permitió a los responsables de la geopolítica moderna elaborar nuevos conceptos estratégicos como la guerra preventiva contra una supuesta civilización islámica en peligro contra sí misma a la que sería necesario aportar los beneficios de la democracia por medio de la ocupación militar y de la explotación de sus riquezas naturales…
Y es así y lo más natural del mundo como a diario el islam copa las portadas de los medios de comunicación y en el microcosmos político mediático hay un empeño en confrontar todos los valores de la modernidad al islam: con los atentados terroristas, el subdesarrollo, la tasas elevadas del analfabetismo, el déficit de democracia, pasando por los problemas de la inmigración y la situación de las mujeres musulmanes… Todo está interpretado desde el punto de vista teológico y no según los marcos de lectura sociopolíticos convencionales… Se pretende así explicar la naturaleza de los problemas que prevalecen en esta zona del mundo por el carácter cultural y religiosa de estas sociedades que se suponen “retrasadas” con respecto a la modernidad por causa de su incapacidad a liberarse de la religión como lo hicieron las sociedades occidentales.
Es evidente que actualmente el discurso político predominante es un discurso que se aprovecha del miedo reinante y fomenta los estereotipos y los tópicos reductores. “El terrorismo está íntimamente vinculado al islam y todo musulmán es genéticamente sospechoso hasta que se pruebe lo contrario”. En todos nuestros intentos por dialogar unos con otros sería necesario transmitir este hecho, que muchos occidentales no perciben, que es la estigmatización sistemática e insoportable de la cual son víctimas a escala mundial los musulmanes.
Con el “delito de faciès” (delito por su aspecto) y el “delito de pertenencia al islam” los musulmanes se encuentran en esta posición muy vulnerable de tener que “justificarse siempre” para lo que no son y para esta identidad sospechosa que se les pega a la piel…
Precisamente entre los temas que se repiten inexorablemente cuando se intenta empezar el diálogo entre las culturas, el de la situación de la mujer en el islam parece tomar una posición primordial debido a la increíble cantidad de estereotipos y prejuicios que se acumularon en torno a este tema… En efecto, entre los tópicos más estigmatizantes y más recurrentes, refiriéndose al islam, el estatuto de la mujer musulmana sigue siendo el más sugestivo, puesto que pretende por sí solo resumir la parte fundamental del “prêt à penser”, o ‘’modo de pensar’’muy de moda hacia esta religión.
“El islam oprime a la mujer musulmana” esta es una de las afirmaciones más aceptada por unanimidad y extendida por el mundo y que por sí solo parece explicar el carácter irreducible de la civilización islámica. El islam se percibe a través del prisma deformante de la mujer musulmana que se encuentra en el centro de un debate universal y polémico relativo al papel de la religión, a la tradición, la libertad y la modernidad… “La mujer musulmána es víctima de todas las opresiones..” “y a través de ella se percibe la opresión del hombre árabe o musulmán, de las leyes intransigentes y crueles de la sharía, en resumen, de este islam totalitario, machista y tiránico.”
Incluso se tiene la impresión de que la situación de la mujer musulmana tal como se vive tradicionalmente, constituye la “infracción ideal” a través de la cual una determinada ideología hegemónica occidental quiere implicarse con el fin de desacreditar todo un sistema de valores culturales. En efecto, actualmente hay un meta discurso sobre la musulmana con velo, recluida y oprimida que al fin y al cabo no es más que una reproducción continua de la visión orientalista y colonialista, siempre de moda en las representaciones contemporáneas postcoloniales.
Este discurso eternamente acusador sirve sobre todo como coartada a todas las actitudes políticas de dominación cultural y consolida el análisis binario que opone el modelo “universal” de la mujer occidental liberada y el de la musulmana oprimida y que así pues debemos liberar. Al mismo tiempo, la oposición de estos dos modelos permite mantener a la mujer musulmana como mujer de segunda categoría y sobre todo exponerla como una imagen contrapuesta a la modernidad, la civilización y la libertad.
Además, esta obsesión con el tema de la “liberación” de la mujer musulmana hasta ha servido de “pretexto” político para legitimar iniciativas neo-coloniales como la guerra en Afganistán o para evaluar los niveles de democratización de los regímenes árabes según la visión de la administración Bush con ¡el gran Oriente Medio!
Claro que no se trata aquí de extender esta visión a todo occidente y de afirmar que todo el problema se resume a fin de cuentas a una conspiración contra las sociedades musulmanas…No se trata de eso en absoluto, sino que se trata más bien de denunciar la instrumentalización política, por parte de unos sectores occidentales, de esta problemática, muy compleja y sobre todo muy sensible para los musulmanes.
Pienso que en ese nivel, habría que ponerse de acuerdo sobre un punto que en mi opinión es muy importante: entre todas las críticas hechas incansablemente al islam y a los musulmanes, la que afecta al estatuto de la mujer, a pesar de su exagerada mediatización y alguna vez, de su deshonesta instrumentalización, se revela como la más justa, la más verdadera y ¡la más sensata! Es cierto que a pesar de que hoy las sociedades musulmanas son diversas, y esto en todos los niveles socioculturales, económicos y políticos y que la situación de las mujeres musulmanas varía en función de la situación geográfica y de las condiciones de vida, no es menos cierto, que en la mayoría de países islámicos, la mujer musulmana padece muchas formas de injusticia y desigualdades y tiene uno de los más deplorables estatutos jurídicos.
En efecto y según el último informe de las Naciones Unidas, los esquemas educativos tradicionales, las disposiciones discriminatorias del derecho de la familia y el código del estatuto personal perpetúan de manera flagrante las desigualdades y la subordinación de las mujeres. Desde el analfabetismo (las tasas de analfabetismo en los países árabes están entre las más elevadas del mundo -70 millones de analfabetos – con una clara predilección por las mujeres, que representa un 45%), un estatuto jurídico de menor para toda la vida, hasta la ausencia de autonomía, los obstáculos para la participación política, los matrimonios forzados, los crímenes de honor en algunas regiones, los abusos y la opresión jurídicos, todo eso sigue siendo desgraciadamente la realidad diaria de numerosas mujeres musulmanas.
Pero ante estas realidades sería necesario refutar sobre todo la aserción generalmente aceptada que incrimina el mensaje espiritual del Corán, texto sagrado del islam, como fuente principal de la discriminación y desvalorización de las mujeres. La situación de la mujer en tierra del islam es realmente tremenda pero es también muy importante diferenciar entre el hecho cultural y la esencia de una religión, entre un mensaje espiritual y sus distintas interpretaciones…
Una norma común consiste en incriminar inevitablemente al Corán como fuente ineludible de discriminaciones hacia la mujer. Pero es que el verdadero problema no es tanto el Corán sino lo que se hizo de este Corán a través de siglos y siglos de lecturas e interpretaciones sexistas hacia la mujer.
Una interpretación rigurosa y completamente cerrada de lo religioso que se legitimó durante toda la historia islámica voluntariamente o no, una verdadera “cultura de discriminación” hacia las mujeres. Ya que es evidente y fácil encontrar argumentos coránicos que inferiorizan a la mujer – como en todo texto religioso ya sea la Biblia o la Torah – cuando se practica una lectura literal, estática y que no tienen nunca en cuenta ni la dinámica histórica de los tiempos de la revelación ni la del contexto actual.
También cabe decir que esta realidad discriminatoria hacia la mujer rara vez es aceptada en tierras del islam donde en general vamos a encontrar un discurso islámico reaccional que intenta responder a estas alegaciones a través de la justificación y los argumentos pasionales, afirmando que el islam protege a la mujer, que lo honra y que le da todos sus derechos. Este repetido discurso oficial, siempre a la defensiva sigue siendo, muy teórico, muy superficial, insuficiente y sobre todo en contradicción obvia con la realidad de la mayoría de las sociedades musulmanas.
El verdadero problema en los países musulmanes es que hubo una marginalización de las mujeres durante siglos en nombre de lo sagrado. Mientras que en sus inicios el mensaje espiritual permitió instaurar una verdadera dinámica de liberación de las mujeres, respecto al contexto de aquellos tiempos, esta dinámica va a ser desviada rápidamente por las costumbres tribales patriarcales; y el impulso que conoció el estatuto de la mujer musulmana con la revelación coránica va a desaparecer poco a poco a favor de una lectura estrictamente jurídica completamente vaciada de su ética espiritual.
Aunque en el islam no existe un clero, a través de la historia de la civilización islámica se instauró tácitamente una institución sabia, exclusivamente masculina, que se apropió del derecho a legislar en nombre de Dios.
Esto fue especialmente perceptible con dos temas fundamentales: la cuestión de la mujer y la cuestión del poder político en islam, dos temas que fueron históricamente relacionados de manera muy estrecha.
Parece ser que la mujer musulmana fue al final víctima de un doble despotismo: el de un sistema político autocrático – verdadera plaga de las sociedades islámicas – y el de un sistema cultural patriarcal, verdadero poder autoritario muy arraigado en las poblaciones de esta región. Son estos dos poderes absolutos los que han ‘’acallado’’ a la mujer durante siglos y con ello se asistirá impasiblemente a una regresión irreversible del estatuto de la mujer en el nombre del islam y que por supuesto no harán más que empeorar con la decadencia de esta civilización. Si esto se añade el choque del encuentro con la colonización occidental se comprenderá fácilmente la amplitud de los daños devastadores sobre la mujer y cuyos efectos traumáticos son perceptibles hasta hoy en día.
En este tipo de diálogos y por lo que se refiere a esta parte de la historia, sería necesario destacar la importancia de esta dimensión colonial que explica en parte el rechazo del mundo musulmán a algunos valores de la modernidad y en particular, lo que está relacionado con la emancipación femenina. Al protegerse contra el colonizador, el mundo musulmán sobre todo va a encerrar a la mujer, quien, al participar en la empresa anticolonial también va a rechazar la liberación predicada por el modelo femenino occidental.
El proyecto de emancipación de la mujer según el modelo occidental, se percibió durante mucho tiempo – y hasta hoy – , como un proyecto colonialista al cual era necesario resistir ya que toda adhesión a este modelo significaba una traición a la identidad islámica.
Es necesario entender la importancia de esta ‘’simbología femenina’’ y lo que implica como retos psicológicos para el mundo islámico: para este mundo musulmán dañado y humillado la mujer representa el último bastión de una identidad fragilizada… Eso explica en parte la negativa del mundo musulmán a discutir sobre este tema de la mujer en islam ya que las críticas occidentales, aunque son legítimas, se consideran como una injerencia intolerable sobre un tema tan sensible.
En efecto, las acusaciones dirigidas por occidente, a menudo percibido como irrespetuoso, frente a los valores islámicos, en el fondo tocan un verdadero problema social pero lo hacen de manera muy torpe ya que sólo exacerban unas tensiones muy vivas entre unas poblaciones minadas por el bajo desarrollo económico e intelectual, la autocracia de los poderes políticos por una parte y por otra parte, la arrogancia de las políticas de injerencia internacional fundamentalmente injustas hacia estas regiones del mundo (Palestina, Irak…).
Así, estas acusaciones son percibidas por la mayoría de los musulmanes como una “hostilidad occidental” abierta contra el islam lo que termina por intensificar el compromiso de estos últimos con la religión no como una fuente de ética espiritual sino como una fortaleza identidaria.
De ahí se entiende la radicalización del discurso religioso islámico que no es en realidad más que la respuesta a una dialéctica ‘’dominantes – dominados’’ lo que explica en parte el inmovilismo intelectual y la denegación de toda política de reforma considerada como una occidentalización peligrosa o incluso como un ‘’desarraigo’’ cultural.
Y es en este marco preciso de la lógica de oposición, lo que favorece los resentimientos de los musulmanes hacia todo lo que puede llegar de este occidente, que vemos que la mujer musulana es tomada como rehén entre dos percepciones opuestas: la de una alienación occidental y la de un oscurantismo religioso.
La mujer musulmana es actualmente una verdadera víctima de esta construcción ideológica “en espejo” y por lo tanto, ¡ella como mujer tiene la obligación de personificar el “contra modelo” islámico de este occidente percibido siempre como “pervertido”!
Sin embargo a pesar de todas estas dificultades, hay que reconocer que actualmente está surgiendo una verdadera ‘’conciencia femenina musulmana’’ que intenta “protestar” en numerosos países contra el orden social tradicional sin que ello suponga la aceptación del modelo occidental, ¡considerado erróneamente como un modelo universal!
Hoy, muchas mujeres musulmanas intelectuales, universitarias, que viven en países islámicos o en occidente, intentan tomar la palabra en nombre de su compromiso espiritual y están apropiándose de nuevo de lo que siempre ha estado entre las manos de los hombres, es decir, de su proprio destino.
Asistimos a una verdadera movilización social e intelectual decidida a promover una nueva lectura femenina de las fuentes sagradas y a determinar un estatuto de autonomía para la mujer musulmana lo que da a esta movilización una dimensión de tipo feminista en términos de reivendicaciones y de derechos dentro y con las referencias islámicas.
Es pues una dinámica de liberación iniciada por una vuelta a las fuentes pero que se hace paradójicamente en ruptura con las tradiciones culturales normalmente aceptadas. Esta dinámica que se hace desde el interior se expresa en un idioma que le confiere una cierta legitimidad puesto que no se sitúa en una lógica únicamente prooccidental sino más bien en una lógica de reconciliación con los valores espirituales pero revivificados por las reivindicaciones femeninas.
Todos estos años de intentos de emancipación de la mujer musulmana según un modelo importado y fuera del propio referente cultural fracasaron ya que no dieron unos resultados concretos en la mayoría de los países arabomusulmanes. De ahí el interés y la eficacia de una dinámica interior de este tipo, ya que al preconizar unos principios éticos específicos reivindican al mismo tiempo los principios igualitarios universalmente compartidos.
Por ello, esta nueva lectura femenina del islam es portadora de todas las esperanzas y esto, tanto para el islam y los musulmanes, como para el “encuentro” de nuestra humanidad.
En el diálogo entre las culturas, esta nueva lectura del islam a partir de una perspectiva femenina seguramente también podrá ‘’despejar’’ el terreno de nuestros desacuerdos ideológicos ya que la imagen transmitida en occidente de un islam que oprime a las mujeres no facilita ni el diálogo ni el reconocimiento de una identidad plural y universal.
Y hablando de identidad plural, esta pluralidad no puede ser efectiva sin el reconocimiento mutuo. La fractura Occidente – Islam, que cada día parece materializarse un poco más, se puede rehabilitar, si ambas partes se esfuerzan por “descentrarse”, en otros términos, reconocerse en el otro en su humanidad.
Los musulmanes deben revisar su visión del mundo occidental y reconocer la diversidad de éste y su contribución la modernidad y a la civilización humana. Y esto a pesar del efecto negativo de una política hegemónica occidental, a pesar de una política muy injusta hacia Palestina, de la espantosa guerra contra Irak, a pesar de Guantánamo y Abu ghraib… Ya que a pesar de todo eso, Occidente no es , y gracias a Dios, únicamente eso y no se puede reducir únicamente a esta dimensión negativa. Es que habría mucho que aprender de la civilización occidental en su dimensión humanista y universalista.
Seguramente sería necesario saber reconocer que los musulmanes son, en gran parte, responsables de lo que les sucede. No se trata de consolidarse en esta posición muy conveniente y confortable de ‘’víctimas’’ para justificar todas nuestras deficiencias. Si los países musulmanes viven en el subdesarollo económico y cultural, bajo regímenes dictatoriales, si la imagen del islam y los musulmanes es negativa hoy y da miedo es en gran parte debido a los propios musulmanes.
Es imperativo para estos últimos emprender reformas radicales tanto por lo que se refiere al pensamiento islámico como a su visión del mundo que sigue siendo propensa a la emotividad y a la irracionalidad.
En esta interminable confrontación Occidente-Islam ningún diálogo podrá ser eficaz si hay ignorancia de las historias respectivas de unos y otros y si no hay autocrítica de los unos y de los otros.
Y Occidente debe, en la misma lógica, dejar su arrogancia cultural y liberarse de algunas tendencias en el discurso paternalista o ¡incluso francamente colonialista! Porque no se trata solamente de tolerar o respetar por cortesía sino más bien hablar de igual a igual.
La cuestión de la mujer no debe ser utilizada como argumentación de doble filo para justificar una cierta lógica de imposición de valores occidentales supuestamente siendo los únicos portadores de la verdadera emancipación. La mujer musulmana tiene el derecho a apropiarse de esta modernidad sin tener que seguir un modelo predefinido de emancipación que se supone que es universal… Porque el universal no es más que una adición de la diversidad verdadera riqueza de esta humanidad. Y es a partir de “su” diversidad propia que la musulmana tiene el derecho a elegir como mujer que tiene una historia y unos orígenes específicos con el fin de contribuir de manera positiva a este universal común.
No se puede imponer el aceso a la modernidad mediante la única vía de la occidentalización que suele definirse como una cierta demarcación radical con los orígines y la memoria espiritual.
La modernidad es más bien la capacidad de elevar el ser humano y no la de desarraigarlo. Y para un verdadero diálogo sería necesario que los interlocutores sean realmente ellos mismos, sin borrar sus diferencias.
Un verdadero diálogo no podría ser la negación de sus propias convicciones sino su profundización ya que nadie puede abrirse al otro sin arraigo. Es entonces con gratitud y humildad cuando deberíamos dialogar con el fin de “deconstruir” esta nueva ideología del miedo que nos aterroriza a todos.
Y una vez que estas condiciones estén establecidas, el diálogo podrá iniciarse con serenidad y confianza y nos daremos cuenta de que al final no hay más “choque” que aquel de las injusticias, de las desigualdades, de las discriminaciones, de las amalgamas e ignorancias que generan los rechazos y las violencias.
Al luchar contra estos miedos y estas injusticias construiremos una “vida mejor” juntos, con dignidad y reconocimiento… Se trata nada más y nada menos del futuro de nuestro mundo, nuestros hijos, nuestra humanidad…
Nativa de Rabat, Asma Lamrabet ejerció durante ocho años como médico benévolo en hospitales públicos de América latina, particularmente en Santiago de Chile y en México. Comprometida en la reflexión sobre la problemática de la mujer en el Islam, dio numerosas conferencias sobre este tema en varios países de América latina así como en España, en Francia, en Canadá y en Marruecos. Trabaja actualmente con un grupo de intelectuales musulmanes en la ” relectura de los textos ” a partir de una perspectiva femenina, y sobre un proyecto de alianza nacional de reflexión sobre la mujer en Islam.