El odio se ha convertido en el dueño del mundo y en la inspiración de las conductas de los poderosos. Han descubierto que el odio mueve montañas y lo están utilizando para gobernar, para destruir, para esclavizar y para cambiar el mundo, haciéndolo peor. La guerra de Ucrania es odio en estado puro, al igual que la matanza de Hamás y el bombardeo israelí de Gaza. El odio es la palanca que hace ganar elecciones a los políticos sin alma. En España, Sánchez demuestra que es un maestro en el uso del odio y el enfrentamiento. Para prevalecer él ha resucitado la Guerra Civil de 1936, que fue una orgía de odio entre hermanos, y ha enfrentado a todos contra todos: a vascos y catalanes con españoles, a hombres con mujeres, a ricos con pobres, a derechas con izquierdas, a jóvenes con viejos, a progres con fachas, a religiosos con laicos y un largo etcétera. El castrismo es odio, como lo es la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua, la de Maduro en Venezuela y las de Colombia, Argentina y otras muchas. En países como El Salvador nace una nueva cultura del odio que amenaza con extenderse bajo el amparo de la propaganda y de importantes logros iniciales, pero basada también en el odio a los delincuentes y a la vieja política. El presidente Bukele lanza al mundo un mensaje terrible: el futuro consiste en aplastar todo lo viejo, donde hay mucha maldad, es cierto, pero también las bases del Estados de Derecho y muchos principios de humanidad y respeto, aunque sean poco respetados. Los gobiernos y los partidos políticos contratan gabinetes especializados en crear bulos y fake news que perjudiquen al adversario rodeándolos de odio. El ciberespacio está cada día más lleno de trolls que se dedican a denigrar y a destruir ideas y argumentos ajenos. Se rastrean las biografías en busca de suciedad y los políticos dedican ya buena parte de su tiempo y energías en hacer daño al adversario y sus ideas. En esta batalla del odio, la principal munición es la mentira. En esta sucia contienda los valores saltan por los aires y las almas se corrompen. Las principales consecuencias de la guerra del odio por el poder es la corrupción, el deterioro de la convivencia y la decadencia de los países y pueblos. Todos defienden la libertad, pero todos la están asesinando. Lo mismo ocurre con la democracia, la igualdad y la justicia. Todos las defienden con palabras, pero por detrás utilizan el cuchillo contra todos los valores. La humanidad está perdiendo sus fundamentos y certezas. Ya los pueblos no tienen objetivos comunes, ni ilusiones, ni esperanza. Los políticos, cada día con más poder e impunidad, son los principales responsables del desastre y del auge del odio. Son maestros en el uso del miedo, la mentira, la suciedad y la traición. Salvar al mundo en estos momentos es muy difícil porque los remedios que deben aplicarse son casi imposibles ¿Quien se atreve a destituir a la clase dirigente en pleno y a sustituirla por personas decentes y limpias? ¿Quien tiene fuerza suficiente para combatir cara a cara contra el mal, que ha logrado apoderarse de los estados y que controla los ejércitos, las finanzas, los presupuestos y las leyes? En este mundo de sombras, mentiras, suciedades y amenazas, la España de Sánchez ocupa un lugar de vanguardia. Al frente de España, para desgracia nuestra, tenemos a un maestro del odio protegido desde las cuevas oscuras que controlan el mundo, donde habitan seres impunes, quizás imparables e invencibles. ¿Es éste el mundo de Satán? No son pocos los que ya sólo confían en la oración y en un milagro del Cielo. Francisco Rubiales