Caminaba por la calle viviendo la rutina. Sin esperar nada que cambiara la forma en la que estoy viviendo la vida. Sintiéndome prisionero en la supuesta libertad que tenemos por el mero hecho de no estar en una cárcel física. Sintiéndome atado a unas cadenas invisibles que cada día amordazaban más mi espíritu. Un constante agobio corriendo por cada milímetro de mi cuerpo me hacían implorar por una dosis de morfina en forma de sensaciones y experiencias que alimentaran mi alma. Al menos así no la sentiría tan vacía. Pero todo cambió cuando fui al supermercado aquel miércoles; mientras caminaba meditabundo; mortificado por varios problemas de diversa naturaleza, sucedió el milagro que estaba esperando, la vida me dio esa morfina liberadora.
El tiempo se detuvo, las personas a mi alrededor se hallaban paralizados; los objetos, los olores y los ruidos parecían menguar en intensidad, y entonces pude ver claramente esa belleza escondida. Como si de una orquesta se tratara, pude ver cada instrumento participando en esta pieza divina. Las personas me parecieron sumamente hermosas, TODAS, aun si no entraban dentro del canon que la sociedad impone, el ruido, el smog y las contaminaciones artificiales aún lucían como parte importante de la sinfónica. Cada elemento estaba perfectamente sincronizado y a señal del director , hacían su papel a deleite de cualquiera que tuvieran los ojos divinos para apreciar la belleza oculta de este mundo invisible. Un amor súbito vino a mi. Un amor real por cada persona, elemento y animal que desempeñaba su papel en la orquesta. Llegué a sentir un amor real por el guardia de seguridad que siempre luce tan serio y melancólico en la tienda departamental a la vuelta del trabajo, por la señora que lucha día a día por ganarse la vida vendiendo postres de puerta en puerta, aprecié realmente el trabajo que hace y el mero hecho de su presencia y el papel fundamental de esta en la orquesta; llegué a sentir un aprecio genuino por cada persona que se cruzaba en mi bendito camino. Las molestias diarias pasaron a ser una bendición que vienen del estar vivo; la visión limitada pasó a convertirse en el todo con todas sus bifurcaciones y posibilidades, pude ver todo el panorama y no pude más que sentir una inefable mezcla de agradecimiento y amor por cada momento pasado hasta ahora en mi vida.
El enorme panorama me permitió contemplar el papel fundamental de cada uno de los seres vivos que caminan sobre la tierra; de cada partícula de polvo, de cada árbol moviendo sus ramas con el vaivén del viento, la tierra dispuesta ahí para ayudarnos a llegar a nuestro destino; todos y cada uno de los elementos creados y programados , como si de una simulación por computadora se tratase, de una forma perfecta , y donde nosotros de un modo inconsciente estamos siendo partícipes de toda esta belleza abrumadora, la obra artística suprema. Más hay cierta ironía en todo esto; somos parte vital de un arte exquisito, pero a la vez no lo notamos, ciegos andamos, presas de nuestra esclavitud diaria que nos impide apreciar ese bendito mundo invisible, tan perfecto, pero que lo hemos hecho imperfecto con cada rutina, cada problema, cada obsesión y cada momento que malgastamos preguntándonos porque la vida es tan dura. Esas cosas me habían hecho tener una venda en los ojos. Una venda que por momentos se quitó y como una cucaracha en una gran urbe, quedé acomplejado ante la magnitud de lo increíble que logra ser la sencillez del mundo. Las cosas simples que son las que más importan. Y lo que creemos que importa nos hace pasar de largo de esa belleza oculta. Una belleza que está hasta en la peor de las desgracias. Y por unos momentos me pregunté ¿Estos serán los ojos del Creador Supremo? Tanta belleza es agobiante, sólo soportable para alguien rayando en lo divino.