Revista Cultura y Ocio

El mundo que ya es basura

Publicado el 10 noviembre 2017 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

«Si las abejas desapareciesen, los seres humanos nos extinguiríamos en cuatro años.» Esta frase, atribuida a Albert Einstein, esconde una aterradora verdad: somos mucho menos poderosos de lo que la tecnología nos ha hecho creer. Somos mucho más estúpidos también: una simple búsqueda en Google nos permite ver que esa frase no es más que una variación de un eslogan de unos apicultores belgas durante una manifestación en 1994. ¿Qué abejas, además? ¿A cuál de los miles de tipos de abejas no domésticas que no son abejas de la miel (Apis mellifera) nos referimos? Además, ¿son las abejas domésticas los únicos polinizadores del reino animal? Por supuesto que no: aunque sí las más «hiperactivas». Pero, ¡qué importa en realidad! En boca de Einstein, un problema de primer nivel se convierte en un «problemón», y eso, tristemente, es algo que necesitamos cada vez más.

El mundo que ya es basura

Si nos decidimos a usar nuestra capacidad crítica, no deberíamos hacer una lectura tan literal. Si las abejas desaparecen, la humanidad difícilmente se extinguirá: comemos arroz, maíz y trigo; cada vez más soja también, y ninguno necesita ser polinizado. Sin embargo, más del 70 % de los alimentos de nuestra dieta sí. Sin polinizadores perderemos variedad; pero hay más: las plantas de cobertura suponen una barrera de control frente a plagas y enfermedades, enriqueciendo el suelo y evitando que las principales plantaciones de alimento sean arrasadas. Sin polinizadores, el escenario que tenemos delante es, por lo menos, inexacto. Nadie sabe, a ciencia cierta, qué ocurrirá, pero llegados a ese punto, nuestras sociedades como las conocemos sufrirían un cambio radical.

Desde hace un par de años, Stephen Hawking (1942) advierte sobre la necesidad de colonizar otros planetas; no hace mucho, además, ha agregado que urge abandonar la Tierra en menos de 100 años, y, todo ello,no son más que agregados de esa frase de Albert Einstein que resultó no ser suya. Son las mismas ideas implícitas que carga esa deadline que científicos y activistas subrayamos constantemente en 2050 sin conseguir despertar conciencias: donde los plásticos son todo lo que nadará en el mar. Es lo mismo que se intenta en la Fundación MONA advirtiendo del cambio necesario frente al uso del aceite de palma o del coltán; es la foto de ese caballito de mar agarrado a un bastoncillo para los oídos, o el enorme gasto de agua que requiere una alimentación basada, principalmente, en la pesca y la ganadería; estas frases de grandes nombres son el último reducto frente al cambio climático y la obstinación de mantener nuestros hábitos de vida a cualquier precio —de comer lo que queremos, de vestir como nos apetezca, de cambiar de teléfono móvil cada año e incluso de tener los hijos que nos dé la gana— frente a la pérdida de biodiversidad contra la que nos seguimos revelando mediante la tecnología: con abejas mecánicas propias de la ciencia-ficción y viajes en cohete al estilo de las Crónicas marcianas de Bradbury, donde sigue perviviendo aquella vieja duda sobre si llevar vida fuera de nuestra atmósfera no es también sinónimo de viajar con la destrucción que siempre nos ha acompañado.


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