Revista Opinión

El mundo retinoide

Publicado el 10 marzo 2019 por Carlosgu82

Conocí a estos hijos de la nada, por casualidad; por la ilusión óptica del movimiento, tropezamos con un mundo tan trivialmente atroz como el nuestro.

Era el cuarto planeta de su estrella, a menos de diez femtómetros gravitando en la soledad estelar de un átomo. Había mares, continentes, polos ateridos, viciosos trópicos y abrigadas selvas como las del mundo. Se movían allí hombres con su álgebra, su teología, su música y su incalculable y amable error.

No hablaban. En lugar de cabeza tienen un ojo inmenso que abraza de un golpe las cuatro esquinas de las tres dimensiones.

Los llamamos los retináceos, y la especie avanzada que está presente y corona su filogenia son los Retinoides motoangulares, familia de los trigonometracios. Estas clasificaciones vienen de un hombre de genio; un distante Von Linneo que topó con ellos antes de nuestra torpeza y nos explicó su lenguaje.

Al vernos, nos miraron; no pueden dejar de mirar.

Su “esse est percipi” (su ser es ser percibidos); cuando dejan de mirar, mueren. Fijaron su atención perpleja en nosotros con ligero temblor de retina. Una pausa.

Luego siguió una sucesión de inclinaciones del ojo, que pareciera que hubiera surgido un rey en cada esquina de la longitud. Después marcharon hacia nosotros, nos mostraron la planta del pie, que parecía entre uña y pepino, haciendo gestos de que se la tocásemos. No entendimos nada pero obedecimos y parecieron alborozados. Al fin, nos dieron la espalda y cada uno se fue a ocupar un cuidadoso puesto en la tierra, tan conocidos de su costumbre que nos admiramos de ver cómo quedaban aislados sin muros y acomodados sin techo.

El Von Linneo, que no diré su nombre, nos explicó:

“En realidad la diferencia entre nosotros y ellos es aparente. Son muy semejantes. No hay rasgo de su cultura que no tenga un exacto similar en nuestras disciplinas. Son visión hasta que la luz se hunde en la oscuridad, y son vista hasta que su retina llega a la madurez, y por último dejan de ver y de vivir.

Su lenguaje también es muy parecido. Son seres sexuados. Por su sexo empecé a entender su lengua… es una pena que no hayáis venido en Januarzo, que es el séptimo mes de su año de 731 días. Es algo hermoso: El poeta en nuestra vieja tierra, coge gramaticalmente a su amada por los predicados menores y los une sintácticamente a los sujetos mayores; es decir, digamos que tenemos la piel, los ojos, la boca y el cabello y queremos compararlos con el firmamento, la luna, la luz, y la noche.

Ellos lo hacen igual, pero como nosotros tenemos dos ojos separados unos centímetros, la diferencia entre sus posiciones nos da el lugar de las cosas, y su efecto conjunto, monta para nosotros la profundidad del espacio y de ahí sacamos toda una teoría cinética del movimiento. Ellos son la visión misma y si les enseñases un libro, se retirarían despavoridos, porque las letras sin profundidad les hace tomar conciencia de los vértigos que encierra un milímetro.

Su poesía es trigonométrica. Quiero decir, que aunque su percepción es simultánea, su atención es sucesiva, y su imaginación es casi tan imperfecta como la de los hombres. Para componer un poema, es un ejemplo, a su amada, han de comunicar a la retina las desviaciones exactas hasta señalar los objetos precisos. Si ellos quisieran decir la tontería pueril de: Retina mía: tu piel es firmamento; tus ojos, lunas; tu boca es fuente de la luz y tu pelo es la separación de las noches (no tienen pelo, pero eso no hace al caso), entonces lo que los caballeros hacen es procurar que su amada vea en ellos la desviaciones angulares que traen los objetos a su atención, y para el verbo “ser”, dejan la retina quieta un instante. Por tanto, una pausa ya ha enunciado el sujeto de una frase copulativa: “Tú eres aquello”. Conjugan el verbo ser sin movimiento, y después de esta quietud breve (que nunca debe ser infinitiva: eso para los filósofos), vienen las desviaciones retinoangulares de los objetos comparables. No son criaturas ingenuas ni necias: Sus poemas no son mera geometría, sino la ingeniosa asimilación de los objetos más opuestos.

Los niños nacen semánticamente demasiado completos, pues no hacen más que suturar el norte y el sur… sin sutiles declinaciones de los intervalos. A medida que se miran, sus ángulos se hacen más agudos, y el alma más profunda es la que ata los ángulos más chicos con sus homólogos contrarios a través de la pausa retinal más serena, sin repetir demasiado los aperturas comunes y nulas del centro.

Son también muy sensibles. Un exceso de luz o un contraste muy fuerte puede matarles. Como veis tienen también, brazos y piernas, pero sus cuerpos son muy frágiles: Toda la sangre se derrocha en su ojo. Por la misma causa por la que no soportan los cuerpos bidimensionales, no saben nada del movimiento. Es verdad que se mueven, pero ellos nunca se han movido, pues su vista total, aunque penetre la inmensidad, necesitarían de otro ojo para tejer la profundidad. Ven el universo como un hermoso defecto de la vista. El movimiento es un cambio en el humor vítreo de su capacidad visible. En su oftaléxico no hay ningún ángulo para la palabra “movimiento”.

Tampoco la hay para “distancia”. Cuando se mueven, para ellos es el cosmos el que cambia. Sólo las desviaciones astutas de otra retina les ha salvado del solipsismo. Salvo los otros, todo lo demás está en ellos.

No necesitan construcciones ni aislamientos, son inocentes de cárceles y tapias, ni poseen letreros con proscripciones o leyes que, además, no podrían leer.

La transmisión de las costumbres y de los diccionarios para su lengua, se transmite de padres a hijos, que aprenden a mirar. Todo es de todos, porque nadie puede dejar de verlo todo, y haciendo pública la posesión, permanecen vírgenes para la envidia.

El padre de las letras es su Sol, al que llaman Cenfotrotógeno, o, simplemente, y para los profanos, cosenobrillantrella.

Para el pueblo fotófilo de los retináceos, el sol declinó de un solo golpe de vista todos los ángulos de la esfera, con pausas que sus sacerdotes vaticinan que llegarán con la Gran Conjugación.

Yo he visto jóvenes de enormes rotaciones inmaduras, que se retiran a donde la luz no llega y hablan de una sola retinopausa, que no es copulativa ni es descanso, que marida todas las direcciones del hemisferio superior sin pasar por el centro, pero sus testimonios son dudosos y sus giros muy oscuros.

Hay hombres de ciencia que entre ellos no hablan la lengua del pueblo llano: Dividen su cielo en ángulos y esto les permite mayor abstracción, pues al señalar partes firmamentosas previamente pactadas, obligan al cielo a ser una rueda intelectual que trabaje para sus discursos, y de él caen heridas por sus movimientos frenéticos, grandes nociones sublimes que señalan objetos depurados por su fantasía y clavados en la altura por convención.

No sé si tienen corazón, pero desde luego, aman mucho. Cuando uno de ellos se les muere, se clausura durante días la observación científica. Creen que la tiniebla llora ¿Sabrán que es porque su luz se deprime? Esperan a que el cielo se seque para reanudar sus ciencias, por eso durante los días de luto, sólo se habla la lengua común, pues su cielo, turbio de funeral, estorba la actividad racional superior. Da mucha pena ver sus restos. Su reliquia triste es como una rosa huesuda con la inteligencia seca.


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